«La jorguina»: Archivo personal
«¡Bruja, rebruja, requetebruja!», salmodiaba la chiquillería que rodeaba al falordiero[1] Agustín del Correo. Cinco veces entonaban la retahíla, que empezaba con un ininteligible bisbiseo hasta convertirse en chillido que Agustín detenía con una palmada. Entonces, sacaba de uno de los bolsillos de la zamarra O Librer[2], un misterioso libro forrado en papel colado gris perla —con incontables lamparones— que contenía, según refería el fabulista, los nombres de todas «as bruxas d’a redolada»[3], sus historias, dichos, pócimas y conjuros secretos. Años después, cuando falleció Agustín y sus entusiastas oyentes ya eran adultos, se descubrió aquel mágico librito en uno de los cajones de la cómoda de su alcoba. Se trataba de la primera edición de San Manuel Bueno, mártir, y tres historias más, de Miguel de Unamuno; actualmente se halla, con el manoseado papel que lo envolvía, en la biblioteca del Centro de Cultura Popular, en la sección dedicada a brujería y fenómenos sobrenaturales, como póstumo homenaje a quien, indiferente a la historia real relatada por el eminente filósofo bilbaíno, lo convirtió en grimorio.
«El último Gran Aquelarre del año tenía lugar en Nochebuena», comenzaba Agustín del Correo, recorriendo con la mirada las caritas de aquel público que nunca se cansaba de escuchar tan repetida historia, a la que el cuentacuentos añadía siempre elementos nuevos. La chavalería, estimulada por la voz de Agustín, creía ver a Tía Eduvigis, la legendaria entendedera[4] del Barrio, aplicándose en rostro y axilas el ungüento de baba de sapo y néctar de amapolas majadas, sacudiendo su rama de sarmiento y subiéndose en ella para remontar, en la fría y oscura tarde noche decembrina, la Sierra de Sevil, sobrevolar el bosque de quejigos de Almazorre y aterrizar en el Puntón de Asba, lugar de encuentro de las brujas de la Sierra de Guara y aun de otras llegadas de localizaciones más alejadas.
Tía Eduvigis, que pasaba por bruja ante las autoridades eclesiásticas, no tenía tal reconocimiento entre las congregadas en Asba. Era, decía Agustín, una visitadora del aquelarre, una mujer sabia cuyos hechizos se concentraban en la magia blanca, pero, tan poderosa, que hasta el mismo diablo, admirado, la requería a su lado para debatir determinadas cuestiones. Las jorguinas la invitaban por el prestigio que suponía su asistencia y para contentar al demonio, que nunca perdía la esperanza de convertirla en leal vasalla.
En Asba, aquellas mujeres, la mayoría añosas y nada atrayentes, se metamorfoseaban en lozanas jovenzuelas que danzaban alrededor del Luzbel adolescente, hermoso, de cuerpo apenas hirsuto y extraordinaria melena caoba que la Luna hacía destellar imprimiendo reflejos en los cuerpos desnudos de las mujeres bailarinas. Solamente los pies del falso Adonis, en forma de pezuña de buco[5], señalaban su condición no humana.
«Nevaba cerca de la medianoche en el Puntón de Asba, entre contorsiones brujeriles, y se despedía la visitadora Tía Eduvigis de sus compañeras y del Patriarca del Averno…». Subida a la rama de sarmiento, la entendedera regresaba al Barrio a la hora exacta de la Misa del Gallo. El vecindario aguardaba; no la veían surcando montículos y tejados pero intuían su presencia. «A las doce, el portalón de la iglesia se abría sin mano humana que lo acompañara y entraba ella, Tia Eduvigis, transmutada en la gata Angunias, un espléndido ejemplar felino de espeso pelaje negro y con una característica inusual: los cuartos traseros y la cola eran tan blancos como la nieve que cubría la localidad. Cuando Angunias se acomodaba, solitaria, al fondo, bajo la pila bautismal, comenzaba la misa…». Nadie miraba atrás, pero a todos, incluido el anciano mosén[6], les reconfortaba saberla allí. Cuando, un tiempo después, Tía Eduvigis fue imputada como Adoradora del Maligno por la Iglesia y realizó el prodigio de su propia desaparición, la gata Angunias se volatilizó con ella. Ninguna de las dos volvió a ser vista jamás.
NOTAS
[1] En aragonés, cuentista, cuentacuentos.
[2] Id., El Librito.
[3] Id., las brujas de los alrededores.
[4] Id., mujer sabia, sanadora, experta en las fuerzas de la Naturaleza y el mundo de las Ánimas. Las entendederas fueron perseguidas por la Inquisición y catalogadas como brujas. Una famosa y bien documentada entendedera, en las inmediaciones de la Sierra de Guara, fue Dominga Ferrer, conocida como Dominica La Coja, condenada a la hoguera pero fallecida a causa de las torturas a las que fue sometida.
[5] Id., macho cabrío.
[6] Id., sacerdote.
L’aragonés, lo había entendido perfectamente, pero he vuelto a tener que echar mano del diccionario a buscar otras palabras que nunca había oído.
Aragón tierra de magia, misterio y leyendas, donde las brujas campan a sus anchas en las tristes noches de invierno, donde sus habitantes delante del fuego bajo, quemándose por delante y helándose la espalda, contaban sus creencias adornándolas con todo tipo de aditamentos.
En el título, instintivamente a leer la palabra parva, me ha retrotraído a la época veraniega en la que la mies estaba desparramada por la era y montando en un trillo de cuchillas, me imaginaba en el lejano oeste montado en una antigua carreta.
Las brujas son parte de nuestra cultura y, en su momento, fueron las que, con mejor o peor fortuna, cuidaron de la salud de las gentes. La obsesión inquisitorial y la ignorancia terminaron convirtiéndolas en lo que no eran a base de maltratarlas cruelmente para que confesaran unos delitos exageradamente pueriles. Pero ahí siguen, en el imaginario colectivo, inmunes al tiempo transcurrido y transformadas en personajes de cuento.
(Imaginaba que la palabra castellana menos conocida era jorguina).
Historias y leyendas inveteradas de una cultura.
Y que, de a poco, todo el que la conoce sucumbe a su magia.
Fueron aquellas brujas juzgadas con gran desacierto. Estigmatizadas y perseguidas.
Sin embargo el tiempo no ha podido borrar el misterio y la magia de fábula que las acompañará siempre.
…es una magia que, además, parece irradiar de aquellos lugares donde la tradición oral asegura que fueron tierras de brujas, en las que poco cuesta imaginarlas en concilio, pasándose las unas a las otras los secretos ingredientes de pócimas y bebedizos.
Qué lejos estamos por acá de las historias de brujas. Claro que estamos lejos también de haber construido castillos o iglesias medievales.
Hacés bien en colocar las citas y los enlaces, me fueron sumamente necesarios.
Eduvigis es un buen nombre para una gata.
A Unamuno lo he leído (Niebla, Abel Sanchez) pero no lo suficiente. Me anoto ese San Manuel…
Abrazos!
PD: Aquelarre… a que la reciben muy bien!
«San Manuel Bueno, mártir» es una novela breve, muy unamuniana, sobre un sacerdote que trata de ocultar a su feligresía su falta de fe. No guarda ninguna relación con estas brujas de la sierra; el cuentacuentos utilizaba el libro como atrezzo, aunque es probable que hubiera leído la historia en él relatada.
Las brujas camparon, adoradas y detestadas, por la opresiva Europa y es raro que no recalaran en Argentina de la mano y la imaginación de los españoles que (re)descubrieron el Nuevo Mundo. En otros puntos del continente americano sí las hubo, reales o ficticias.
Más abrazos.
Lo que no se es por qué las brujas siempre han usado esas porquerías para sus ungüentos, porque lo de las amapolas tiene un pase, pero la baba de sapo…
Hablando en serio, siempre que mencionas estas cosas de brujerías y aquelarres, pienso que, o yo estoy poco informada o por aquí hay menos tradición en ese aspecto. Y no se a que puede deberse.
En Córdoba hubo un famoso proceso inqusitorial contra supuestas brujas, lo que implica que haberlas, las hubo, y tuvieron cierta relevancia; aunque es cierto que en el norte peninsular la tradición brujeril ha trascendido más allá de cualquier proceso y forman parte de la etnografía.
Los ungüentos y pócimas que, supuestamente, declararon, bajo coacción, las brujas harían vomitar a los estómagos más asentados. Supongo que cuando te están arreando confiesas hasta lo que ignoras.
He estado mirando un poco con Google y he encontrado un estudio de la UGR que me parece interesante porque apoya lo que yo decía. Al parecer, en Granada no se dio la brujería propiamente dicha, no hay datos sobre ello y los juicios de la Inquisión fueron por otros motivos.
No se si va a coger el enlace porque es un PDF, pero puedes encontrarlo poniendo: «hechiceria e inquisicion en el reino de granada en el siglo xvii»
Lo cierto es que los procesos contra las brujas en España fueron más por parte de tribunales ordinarios que por la Inquisición y, según los historiadores, no tuvieron la relevancia ni la ferocidad que los estudiados en otras partes de Europa.
Gracias por los datos del PDF, que voy a buscar y leer con sumo interés.
Brujas buenas y malas, Vírgenes blancas y negras. La ignorancia alimenta a los crédulos y los dejan a los pies de los más listos, pero algo debe haber en el hombre cuando todavía seguimos creyendo lo que nos cuentan.
Cuando se es niño, estas historias de brujas y aquelarres, sin apenas frontera entre realidad y fantasía, estremecen tanto como gustan; mucho más cuando se desarrollan en lugares conocidos.