«Inolvidables»: Archivo personal
El viernes casi todo el vecindario y muchos turistas pasaron por la Sala Pepito de Blanquiador, en el Centro de Cultura Popular, para ver la exposición Con nombre propio, un singular muestrario fotográfico dedicado a los animales que, por diversas razones, dejaron su impronta entre las gentes del Barrio. La idea partió de las maestras de la Escuela Rural que, secundadas por el alumnado, llevaron a cabo un proceso de investigación, recopilación y selección del material aportado por algunas Casas de la localidad.
La muestra se compone de ochenta y siete fotografías de diferentes tamaños, cada una con una leyenda anexa; algunas de las imágenes de mayor valor artístico fueron tomadas por monsieur Lussot, fotógrafo profesional de nacionalidad francesa, ya fallecido; enamorado de la Sierra de Guara, visitaba regularmente estas tierras, que documentó y fotografió y cuyo archivo donó a la Asociación de Mujeres, amén de regalar a muchos particulares —“mis convecinos”, los llamaba él— imágenes de la vida cotidiana del Barrio, incluidos sus animales.
En una de las fotografías de monsieur Lussot, Bascués, la recordada cigüeña cuyo nido ocupa ahora su congénere Meterete, levanta el vuelo desde la margen nevada del río, llevando en su pico dos culebras que parecen retorcerse con el vano afán de liberarse; en otra, realizada en los años ochenta, aparece, señorial, el Bustillo, un galgo que llegó, herido y solitario, al Barrio y terminó ocupando la leñera de la Escuela, convirtiéndose en cariñoso y leal compañero de la chiquillería; tras cinco años de presencia amigable en el recinto escolar, y mientras corría a la par del autobús que llevaba al alumnado camino de la playa, cayó bajo una de las ruedas traseras del vehículo, pereciendo en el acto. Los niños, que fueron testigos del fatal accidente, se negaron a proseguir el viaje y aquella frustrada excursión se transformó en una impresionante jornada de duelo que pocos adultos entendieron. El Bustillo fue enterrado en la rosaleda de la escuela; una enorme piedra arenisca, marcada con un corazón torpemente cincelado y que los años han desdibujado, señala el lugar donde reposan sus restos.
Pero, sin duda, las fotografías que más han emocionado al señor Juan, encargado voluntario de la apertura y cierre de la Sala, han sido las de Zaramandico, el burro que lo acompañó durante cuarenta y dos años y cuyas imágenes —la mayoría aportadas por la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, que tanto disfrutó en la niñez de los paseos subida a lomos del animal y que, ya adulta, cuidó de su bienestar y le proporcionó una muerte dulce— presentan diferentes estampas de la vida del equino: engalanado y estiloso durante las fiestas de la localidad; trotando, juguetón, en compañía de la grey infantil; acostado en la hierba de su prado favorito; acompañando a los habitantes del Barrio en una de las manifestaciones de protesta por la reconversión de antiguos campos de cultivo en terreno urbanizable o la última, tomada apenas un mes antes de su muerte, luciendo una inmensa pajarita de terciopelo y posando, muy erguido, a la salida de la ermita, junto a la nieta del señor Juan, vestida de novia, el marido de esta y el orgulloso abuelo y padrino.
Parece que estuvieras hablando de Platero, «pequeño, peludo, suave»…
Digamos que Zaramandico destacaba por otras cualidades de los burros: la inteligencia y la memoria, que además, con los años, se le desarrollaron todavía más. No era, desde luego, pequeño de alzada; tampoco peludo; de tacto suave, sí. Y, al igual que el poético Platero, fue un burro muy querido.
Seguro que Zaramandico fue pequeño y peludo cuando eran tan joven como Platero y espero que tenga una tumba con lirios amarillos como la suya.
No me cuesta imaginar a cualquier burrillo como un peluche vivo, a lo Platero juvenil y trotón… El detalle de los lirios amarillos no lo recordaba.
Zaramandico carece de tumba; fue incinerado y no hubo posibilidad de recuperar sus cenizas.
Pues hay más citas de lirios amarillos en las fotos siguientes a esa, que también aparecen en Platero y yo. Por eso, quizá, esas flores me han gustado siempre.
He mirado los lirios y las citas. Quizás debería retomar el libro y releerlo con mirada adulta.
Melancólica historia, coronada con el recuerdo de Zaramandico. Habrá sido una excelente muestra. Vengo de ver también tu entrada sobre la Sala Pepito de Blanquiador. Esos lugares deben guardar siempre la memoria.
Hace mucho en Mendoza intenté tomar una foto parecida, pero en lugar de burro era un caballo y con la Cordillera de los Andes de fondo, pero un segundo antes de disparar la cámara, se daba vueltas. Así me lo hizo varias veces hasta que me ganó.
Hace un tiempo también titulé así una entrada sobre la banda uruguaya Cuarteto de Nos.Casualidad. Abrazos
https://frodorock.blogspot.com/2016/02/con-nombre-propio-bo.html
Siempre es justo reconocer la valía de las personas y hacer que, como en el caso de Pepito, su recuerdo perviva en sus obras y en los lugares que conformaron el entorno de su vida. Y al igual que ocurre con los seres humanos que conocemos, también los animales que viven a nuestro lado dejan su huella. Por cierto, que la próxima vez que quieras una pose de un caballo, dale algún aliciente, muéstrale alguna chuchería que recompense el posado y verás cómo no te pierde de vista.
Ahora mismo me paso por tu entrada homónima.
Más abrazos para ti.
En verano contemplo de vez en cuando unas cigüeñas en Alcalá de Henares, han puesto una webcam en un nido y funciona las 24 horas del día y se las ve desde la puesta de los huevos, hasta que nacen los cigoñinos y los primeros vuelos de estos cuando se deciden a volar.
Galgos y perros los he acariciado, dado de comer y han venido conmigo a pasar el día por el monte, sin embargo burros solamente los he visto, no he estado en contacto con ellos, ya que en Bailo creo recordar que solamente había uno y no lo veía todos los años.
Las cigüeñas residentes son una maravilla; tan hacendosas y familiares. Cuando se concentran en una zona es un espectáculo para no perdérselo. Disfrutarás a tope con las imágenes de la cámara, estando en primera línea de cualquier acontecimiento.
Los galgos son perros muy amables y cariñosos, además de expertos cazadores. Los burros no se merecen que se utilice su nombre como insulto porque son animales inteligentes, perspicaces y pacientes, con una fortaleza física admirable y una extraordinaria percepción del cariño humano, que siempre encuentran la manera de corresponder.
Son muchas fotos, señal de que varias vidas han transcurrido por ellas. El grado de civilización de los diversos grupos humanos puede medirse por cómo tratan a sus animales.
Cientos y cientos de años de convivencia entre animales y seres humanos deberían ser suficientes para entenderlos, respetarlos y valorar su presencia. Lo contrario dice muy poco de esa capacidad cerebral superior que, aparentemente, nos diferencia.
Me hubiera encantado ver esas fotos, pero me conformo (no es para menos) con tu relato que tan cercano siento.
En una imagen se pueden condensar muchos matices y una enorme cantidad de cariño y amor.
La imaginación es poderosa, y la sensibilidad una ayuda, así que ha sido un placer visualizar todo lo que relatas.
Abrazote.
La convivencia con animales depara hermosos y tiernos momentos; se les quiere y ellos corresponden. Cuando mueren, nunca lo hacen del todo, porque, al igual que las personas, cada animalillo es único y deja incontables huellas de su paso por la vida.
Otro abrazo.