«Fosqueta»: Archivo personal
Los últimos nueve kilómetros, de los veintisiete que separan el Barrio de la pardina Foncillas, transcurren por un camino forestal desnivelado, pedregoso y bordeado de pinos cuyas raíces asoman, como recias serpientes, por entre el piso desigual que el sacudido vehículo recorre entre curvadas pendientes que alternan interminables ascensos y repentinos descensos, en una difícil ruta que termina bruscamente en la misma pardina, donde piedras, raíces y baches desaparecen dejando que las torturadas ruedas del coche se deslicen por una alfombra herbosa hasta llegar a la pavimentada entrada de la Fosqueta.
—¿Y dices que le han dado un repaso al tejado?
—No, no. Lo que digo es que lo averiguaremos cuando llueva.
—Pues mejor que llueva poco, porque si tenemos que volver por esa pista y encima embarrada…
—No seas agorero.
La Fosqueta fue, antaño, paridera y refugio de pastores, hasta que los Foncillas, al convertir el prado en tierra de pastos para su yeguada de monte, la acondicionaron para poder vivir en ella durante los desplazamientos estacionales del ganado. A la sala principal —la única que formó parte de la antigua edificación, con su enorme cocina de leña de hierro fundido— se le añadieron dos anexos; uno, en forma de pasillo, con dos literas de tres plazas cada una y otro, minúsculo, ejerciendo de retrete con ducha.
(…)
Pese a las escasas brasas en el compartimento de combustión, expande la vieja cocina un calorcillo a ratos incómodo que obliga a los cinco ocupantes de la fosqueta a mantener de par en par puerta y ventanas mientras rueda la segunda tanda de cafés y van disminuyendo las tentadoras porciones del empanadico de calabaza que Étienne ha troceado pese a las quejas de la veterinaria: “No lo cortes todo, que no vamos a poder con él”.
“La ratonera sigue ahí”, advierte la pequeña Jenabou, dejando los prismáticos sobre la mesa y señalando hacia el poste que se entrevé, a lo lejos, desde la ventana frontal, y donde un águila ratonera lleva cerca de cinco horas posada, muy quieta. “¿Podremos ir después al encinar a ver si está el torcecuello de esta mañana?”, pregunta la niña.
(…)
Agoniza el día, herido por las sombras, dejando un rastro grana en los bordes romos de los montes y avanza la oscuridad por el prado hasta que los ojos apenas son capaces de distinguir las borrosas siluetas de los árboles cercanos —allí donde arenga el arrendajo— que inclinan sus copas sobre la cortada que desemboca en el río.
Bajo la cabeza de la pequeña Jenabou, dormida sobre las piernas de Iliane, asoma una gastada esquina de Los rituales del caos, de Carlos Monsiváis, que la veterinaria no se atreve a recuperar para no romper el plácido reposo de las miembros más jóvenes del grupo.
La niña me tiene ganada desde la primera vez que escribiste sobre ella porque es un ejemplo del aprendizaje que solamente se encuentra mediante la observación de la naturaleza. Nunca había oído hablar del pájaro torcecuello y ha sido muy educativo conocer a fondo esas aves y sus sonidos.
Feliz fin de semana de este largo puente.
Es la ventaja de vivir en el medio rural, que la Naturaleza en estado puro está al lado mismo y no se necesitan enciclopedias para familiarizarse con la flora y la fauna.
Buena semana.
Clásica escena para mi de hace 60 años que he vivido personalmente, yo me equiparo a la pequeña Jenabou, de su edad, con ganas de aprender, preguntaba a todos de todo, e iba aprendiendo las cosas del campo. Entonces era yo el que se acercaba hasta la viña, allí había una garita, donde se guardaban útiles de labranza, en ocasiones iba andando, otras veces montado en una yegua, el camino de la viña de Chilón era peor que el que describes, pero no íbamos en coche, tampoco hubiera cabido entre esas paredes de piedra, ahora está abandonado y obstruido por esos enormes pedruscos que tapan el camino, de vez en cuando una gran culebra se me aparecía en el camino, normalmente huía al igual que yo, pero en cierta ocasión con un palo que llevaba, se quedó en el camino, más tiesa que la mojama, y no me refiero al dinero precisamente, claro que cuando la abandoné todavía seguía moviendo la cola. Luego me dijeron que no era venenosa, pero yo ya la había condenado, sin juicio previo, ahora seguro que la dejaba marchar.
El desuso ha hecho impracticables muchas de las viejas pistas forestales; las que todavía tienen tránsito también sufren cambios por las inclemencias del tiempo y el roce de los vehículos sobre el terreno, pero siguen siendo el mejor medio para acceder a zonas de altura sin necesidad de habilitar una pavimentación artificial que rompería la armonía del paisaje. Esa culebra del camino de tu niñez seguro que estaba tan asustada por tu presencia invasiva como tú por la suya y tu «actuación» no puede ser juzgada sino como de autodefensa.
Yo no se mucho de campo, pero sí se que a esas construcciones que llamáis fosquetas, aquí les dicen casas o naves de aperos. Que, por cierto, últimamente están en entredicho debido a que muchas se han ido convirtiendo en chalés sin licencia.
Esa fosqueta en particular es un refugio perfectamente legal y está demasiado aislada como para convertirla en un chalé. Pero sí es cierto que la gente convierte cualquier construcción en recinto habitable, con o sin licencia. Muchas personas urbanitas se compran un terreno para huerto y construyen una caseta, supuestamente para las herramientas, que, en ocasiones, se acaba convirtiendo en minivivienda de fin de semana.
Y construyen una alberca para riego… que termina en piscina.
No sé cómo está el tema de las licencias en ese sentido, pero los Ayuntamientos de las poblaciones pequeñas también están ojo avizor con las ilegalidades.
Chozos, los llaman en la mancha, pero ya han empezado a cobrar 60 euros de ibi la jcm
Me encantan sus formas redondeadas, cual sólidas yurtas pétreas.
Me ha encantado leer esta entrada, porque me has llevado, literalmente,hasta allí.
Me transmite muchas cosas. Y me lleva a mi niñez cuando íbamos a las tierras que mi padre tenía en el campo, también era un punto de reunión con mis otros tíos, abuelos, primos,etc…
Todo en esta entrada; desde el entorno, la niña, la naturaleza, los pájaros, la fosqueta, el ambiente…. me traer muchos y muy buenos recuerdos.
Gracias.
Y feliz Domingo.
Un beso.
En la etapa infantil todo lo que sea alejarse minimamente de lo cotidiano es una aventura extraordinaria. Y no es necesario acudir a los grandes espacios temáticos artificiales; una simple excursión al río cercano o por los alrededores no urbanizados de una localidad son suficientes para que cualquier niña o niño realice pequeños pero fascinantes descubrimientos.
Otro beso para ti.