«El amo del gallinero»: Archivo personal
Cuarenta años atrás, en el callizo de la trasera de la casa abacial que discurre hasta lo que actualmente es el frontón, se hallaba la vivienda de la viuda Vidaurre, un edificio en el presente irreconocible por las importantes reformas que llevaron a cabo quienes lo compraron hace más de dos décadas. La construcción original, de una sola planta y no especialmente destacable, contaba, en un lateral en pendiente, con un amplio corral rodeado de un murete de poca altura donde la señora Otilia, la viuda Vidaurre, criaba conejos, tórtolas, gallinas y un gallo hermosote y cachazudo al que la chiquillería que jugaba en el prado municipal, pegado a la parte posterior de la vivienda, llamaba Perejiles.
El ave, con plumaje negro y anaranjado y una colosal cresta torcida, ascendía hasta la parte superior del cercado y contemplaba, estática e imponente, los juegos infantiles, manteniéndose inmóvil incluso cuando alguna criatura se acercaba para observar con admiración sus magnificos espolones, sin que la proximidad y algún que otro toqueteo perturbaran al animal. No ocurría lo mismo con la dueña del corral. La viuda Vidaurre, arisca y malencarada, solía asomar por el murete y la emprendía a manotazos contra Perejiles hasta obligar al gallo a bajar de su atalaya, a la vez que lanzaba improperios a la gente menuda que, según ella, la incordiaba. «¡Marchad a jugar a la puerta de vuestra casa, cagallones!», vociferaba. A todo ello se unía la requisa de un par de pelotas que habían aterrizado en su corral y que les había devuelto, rajadas e irreparables, con un «así aprenderéis a no molestar».
Pero la incidencia más espectacular se produjo a raíz de que la viuda Vidaurre arramblara con un maletín de tela lleno de muñecas recortables que una de las niñas más pequeñas había depositado en la hierba, al pie de la valla de piedra. Ante el nuevo abuso, la chiquillería en pleno, sin encomendarse a nadie, entró en acción. Al día siguiente, tras salir de la escuela, los cuatro niños y las siete niñas del grupo regresaron al prado. Mientras unos distraían a la viuda suplicándole la devolución del maletín, otras se subieron al murete, atrajeron a Perejiles, lo metieron en una enorme caja de cartón que había contenido un televisor y, después de gritarle a la dueña del corral que le darían el animal a cambio de los recortables, corrieron con su carga hacia la plaza; tras ellos, con asombrosa ligereza en una persona mayor que se ayudaba de un bastón para caminar, salió la viuda Vidaurre, furibunda, y, algo más retrasado, Lorencito, su hijo cuarentón, que adelantó a la madre en una zancada alcanzando a las cuatro porteadoras en el momento en que, agotadas por la tensión, más que por el peso y la carrera, se detuvieron a tomar aliento cerca de la fuente, en tanto que el resto de la grey infantil se perdía entre los soportales de la iglesia.
A pesar del tiempo transcurrido, todavía recuerda Marís, entonces de unos ocho o nueve años, que cuando el señor Bartolomé, el cartero, se interpuso para que Lorencito Vidaurre dejara de tirarle con brutalidad de las orejas, no se atrevía ni a tantearse los laterales de la cabeza con las manos por temor a no encontrar nada donde antes había tenido los pabellones auriculares.
Ante tanto genio de la Vidaurre con Perejiles y con los chicos y chicas, no sorprende que ante la última afrenta, la chavalada desarrollara una auténtica estrategia para capturar al rehén de tan colosal cresta. Y ya debió dolerle a Maris el tirón de orejas de Lorencito, que eso con mala leche, duele y mucho. No concluye la historia la suerte de Perejiles, espero que se recuperara del estr´és y no terminara en una cazuela. Un abrazo.
Salvo las orejas de Marís y las broncas que recibieron el resto en sus casas (con la boca pequeña, seguro, porque el mal genio de la viuda era de público conocimiento), no hubo más perjuicios, e incluso Perejiles salió indemne del lance. No creo que terminara en la cazuela porque en el Barrio, por tradición, los gallos no se crían para obtener carne sino como sementales.
Cordialidades.
La Vidaurre una vez recuperado el gallo, al menos le devolvería los recortables a la niña, supongo. jajjaj. Buen día.
Salud.
¿La viuda devolver los recortables…? Antes se los hubiera comido con maletín y todo. Como para ir a reclamárselos después de la movida…
Salud.
Cuando mis hijos eran pequeños teníamos una vecina en el entresuelo que los reprendía hasta por toser, así que conozco el paño y puedo llegar a entender los motivos de la trastada que narras.
Saludos.
JBernal
Siempre ha habido personas a las que les molesta la gente menuda y se muestran tiquismiquis e intransigentes ante cualquier acción. Son una auténtica cruz a cuestas, no solo para las criaturas sino para sus familias.
Salud.
Todos hemos sido igual. A la edad de esos niños, hemos hecho lo que ellos, pero a la edad de la viuda, nos ha molestado que nos pisen las plantas o nos rompan los cristales con el balón.
Lo que no es de recibo en una persona adulta es que veje a unas personas menores de diez años por sistema, porque le molestan sus juegos al aire libre. En el caso que relato fue la señora la que desencadenó, con sus acciones matonescas, el incidente del gallo.
No he estado muy cerca de un gallo, no son animales muy simpáticos 😬. Los niños fueron muy atrevidos.
No, no son simpáticos, sino engreidos, territoriales y, al igual que las gallinas, más inteligentes de lo que se pueda pensar.
Me ha gustado el relato. Describe muy bien el pequeño conflicto en el pueblo entre una señora mayor amargada y los niños siempre activos, imaginativos que trastornan las rutinas sagradas de otros.
Era, además, otro tiempo, y no era usual, al menos en ese pueblo, que niños y niñas se enfrentaran a cara descubierta con una persona adulta que, por serlo, estaba revestida de cierta autoridad.
Hermoso relato, qué nostalgia me produce saber que eso ocurrió, qué mundo ese, perdido en el tiempo y la distancia.
Lorencito es un personaje de ficción, de esos perseguidores y tiradores de orejas que hay en todos los barrios.
Y pobre Perejiles , un rehén de lujo para tal salvajada de secuestradoras.
Linda historia.
Abrazotes
Yo creo que Lorencito actuó así porque ignoraba el trato que su madre daba a aquellas niñas y niños y supuso que lo del gallo era una gamberrada sin más. Pero, eso sí, la auténtica víctima fue Perejiles, aunque quién sabe si luego, ante las gallinas, alardeó de su corta pero intensa aventura metido en una caja.
Otro abrazo para ti.
Caramba! Me cayó muy mal esa viuda con tan mal carácter, pero peor me cayó su hijo.
Yo creo, fíjate, que todos los que leemos este relato hemos recordado a un personaje como la señora viuda Otilia, en nuestra niñez. De carácter difícil, arisca, antisocial, huraña….del mismo barrio o pueblo.
El contrapunto fue la sonrisa que me puso en la cara el grupo de 4 niños y 7 niñas, tan valientes que no se amilanaron para recuperar lo que era suyo. Ayyyy esa pureza de corazones aún.
Un abrazo, Una mirada.
Feliz arranque de semana!!!
Visto todo desde la distancia, no fue sino una travesura cuya planificación hacía aguas, como no podía ser de otra manera tratándose de once criaturas entre cuatro y diez años con más imaginación que maldad y que, además de las reprimendas familiares que recibieron, tuvieron que ir a pedir perdón a la señora Otilia y no recuperaron aquellos recortables que fueron el inicio de la rebelión. Porque en esta lucha entre David (la infancia) y Goliat (la autoridad adulta) ganó como casi siempre el gigante. Afortunadamente, en la niñez se pasa rápidamente de página.
Y ya finaliza enero… Abrazos y ¡¡buen febrerillo!!