«Desde el palco»: Archivo personal
Cuando colocaban el tablero de conglomerado sobre el caballete, apareció Sabino, el gato de la panadería, y se sentó, con porte señorial, en uno de los peldaños de piedra del acceso a la cocina, sin inmutarse ante los gruñidos de Yaiza, la perrilla, que acabó por desentenderse del intruso y volvió a recostarse contra el madroño henchido de frutas, junto a los cuerpos distendidos de los felinos de la casa, apretujados entre sí bajo los débiles rayos del Sol otoñal.
En una fogata controlada al borde del camino de entrada al jardín trasero, removía el señor Paco, el vecino, la paellera con las migas a la pastora, brillantes de sebo y con los trozos de longaniza chisporroteando, provocadores. María Blanca —su mujer—, Jenabou y Étienne iban y venían de la cocina al jardín organizando sobre la superficie del tablero vajilla, cubiertos y servilletas, mientras Iliane y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, laboraban en el interior de la casa cortando en rodajas las chiretas, rebozándolas y haciéndolas danzar en la sartén puesta al fuego.
A la una y media, con el mantel de papel floreado a rebosar de delicias, se sentaron a la mesa, a la par que Sabino, tras dar dos lánguidas vueltas de reconocimiento y menear los bigotes apreciando los aromas, trepaba al almendro cercano a los comensales y se apoltronaba en el muñón de una de las ramas, atento a la escena que se desarrollaba debajo de él.
“Este vino es algo dulzón”, comentó María Blanca. “¿Es el del Saso?”. “De ahí mismo. Solo tenemos ese”, asintió la veterinaria. “No, mamá”, intervino Jenabou, “también tenemos el vino que comprasteis en Monte Odina. ¿No te acuerdas…? El del escritor”.
“Qué metepatas es esta niña”, se quejaba Étienne horas después, cuando dos de las preciadas botellas guardadas con mimo, reposaban, nobleza obliga, en casa de los vecinos. En abril, la veterinaria y Étienne habían comprado una caja de seis botellas conmemorativas tras asistir, en las bodegas Monte Odina, a la Cata Sender, un homenaje al escritor aragonés que, en 1980, había publicado una suerte de libro de memorias —verdaderas memorias apócrifas, al decir del propio Sender— bajo el título Monte Odina. El pequeño teatro del mundo, donde, a partir del recuerdo idealizado de su estancia de juventud en la casa de un terrateniente de la pardina de Odina, en el pueblo de Ilche, iba desgranando sus inquietudes y reflexiones mientras esperaba el regreso del cometa Halley que la muerte le impediría contemplar.
Oye, que dan ganas de unirse a la fista de vecinos, amigos, perros y gatos tan bien avenidos. Entre el entorno, la armonía de los concurrentes y las migas la envidia me corroe.
Salud.
Este tipo de comidas tradicionales solo apetecen cuando hay suficiente gente para ponerse en faena; de lo contrario, da pereza y se acaba yendo de restaurante, que lo dan todo hecho y solo hay que sentarse y disfrutar.
Salud.
Corrijo como siempre. Ese Oy quería ser un: Oye,
Corregido queda.
Todo un «placentero» domingo el que nos traes hasta aquí con esa reunión alrededor de una buena comida y mejor compañía, saboreando la cotidianidad de gatos y perros, charlando de lo mundano y lo divino, el sabor añejo de los pueblos y sus costumbres.
Ojalá nunca se pierda, ni la ingenuidad de los más jóvenes al nombrar cosas que otros querían obviar, como esas botellas de vino bien guardadas y atesoradas 😉
Un abrazo grande, Una mirada.
La carencia de filtros de las criaturas es también una lección para las personas adultas a las que pillan en un renuncio. Ese lema de «haz lo que yo diga y no lo que yo haga» es un petardo (a veces bomba) que suele explotar en la cara de quienes momentáneamente olvidan que, aunque en apariencia un niño/niña parezca ajeno a una conversación, en realidad no pierde detalle.
Otro abrazo para ti.
Antes de que se enfríen voy a ir comiendo, con cuchara de palo, una buena ración de migas, al vino en porrón tampoco le haré ascos, pero con respecto a las chiretas, prefiero no probarlas, es un plato que he catado en un par de ocasiones, sin embargo no es de mi agrado.
Observo que poco a poco vas desgranando la vida y costumbres del Pirineo Aragonés, cosa que me agrada sobremanera, me recuerda alguna de mis andanzas cuando era joven.
Con respecto a los gatos, en el pueblo de mi padre y en casa de Chilón, había gateras en todas las puertas, pero prefería no tenerlos cerca, ya que se subían en la cadiera donde yo comía y trataban de meter sus bigotes en mi plato, al segundo o tercer día cuando los llamaba, se marchaban espantados.
No los maltrataba, pero había conseguido que no se me arrimaran a la mesa.
El rechazo por las chiretas suele deberse a que llevan visceras en el relleno, pero si obviamos eso, no tienen mal sabor si se rebozan y fríen, aunque no creas que yo las como habitualmente. En cambio, las migas me rechiflan, y, omo ya comenté en tu blog, las prefiero con el pan solo y unos granos de uva blanca. Ambos platos forman parte de las costumbres gastronómicas montañesas, dando la medida de lo que antaño se llevaban a la boca, que no era comida de ricos, porque las chiretas se hacían con los desechos y no con la carne, que esa era para venderla a quienes podían permitírsela. Lo mismo las migas, con pan y sebo, comida humilde pero que llenaba el estómago.
Así que los gatos, bien lejos y sin ninguna confianza, jajaja. Seguro que esos gatos de tu casa se te metían sobre la cadiera para hacerte la tana, porque no les faltaría caza por los alrededores.
Me parece que por ahí no hay muchos veganos como la pareja de la que hablo en mi blog. Ellos se lo pierden ¿verdad?
Lo habitual es el omnivorismo, con muchos vegetales en la dieta semanal, que no en vano la gente los cultiva en sus huertos y hay que darles salida.
Aquí los jóvenes están cambiando las migas por el cus-cus.
…que tampoco es una comida moderna sino que tiene siglos de tradición en el norte de África. A mí el que lleva verduras, sin carne, no me desagrada.
El cuscús es como el hummus. Muy mediterráneo, muy nuestro, pero que tampoco me gusta. Un entusiasta de ambos platos me dice siempre que es que no he probado un cuscús bueno y yo le doy un margen de confianza, pues él hace una porra antequerana buenísima y puede ser que su cuscús sea igual. Ya te cuento…
No le falta razón al de la porra antequerana (no sabía qué era y he consultado); cualquier plato depende, sobre todo, de la buena mano de quien cocina
Si viniera el de la porra antequerana, te diría que su truco es echarle naranja, que no aparece casi en ninguna receta, pero en Antequera la hacen así.
No había oido hablar de la porra antequerana hasta que la nombraste ayer, así que, si alguna vez la cato, preguntaré si le han añadido naranja…
Leer este texto a estas horas bordeando la comida es un peligro. El enlace de las migas de pastor es espléndido y ya está en mis favoritos. No conocía este plato, pero al ver los condimentos y comprobar que el último puede ser un delicioso y sencillo huevo frito, me relamo. Como siempre un texto detallado y preciso donde animales y humanos muestran su armonía rodeados de olores. Curioso los enlaces, como el de la Cata Sender. Coincido con el comentario de Emilio sobre las chiretas, que no he probado jamás, pero leyendo el contenido…no sé yo si me decidiría. Gracias por compartir tanto y tan bueno. Un abrazo.
Pensaba que las migas, con sus variaciones, eran un plato común en España; en Navarra les añaden chistorra, lo que les da un sabor contundente. Tampoco soy amigo de zampar vísceras, y eso que de pequeño me daban criadillas de cordero para que me pusiera lustroso porque era flacote…
Lo de la Cata Sender en las bodegas que llevan el mismo nombre que el título de su último libro publicado en vida, forma parte de las actividades que, como fomento de la literatura aragonesa, realizan esas bodegas, que patrocinan, además, presentaciones de libros y conferencias de autores y autoras. Se da la circunstancia de que, en esa zona de las bodegas, estuvo viviendo una temporada el Sender adolescente, contratado por un conocido de su padre para que le organizara una biblioteca. La estancia en ese lugar le dejó tanta huella que, anciano ya, hizo de aquel lugar cuartel general metafórico de sus recuerdos, reales y ficticios.
Otro abrazo para ti.
Es gracioso el gato con esos ojos parecidos a los de un oso panda. 😃
Jajaja, ahora que lo dices sí hay cierto parecido.
Relato de muy buena descripción
Muchas gracias.