«Celsa»: Archivo personal
Anda revolucionado el Barrio desde que en el último pleno del Ayuntamiento uno de los veraneantes, que reside los fines de semana en un apartamento alquilado en la urbanización, presentó una demanda pública “ante las molestias” [sic] causadas, según él, «por las dos cerdas truferas que viven en la Finqueta«, una parcela que se halla a dos kilómetros y medio del pueblo. Como Pablo e Izan —los dueños de Celsa y Brita, las dos cerdas que protagonizaron el turno de Ruegos y preguntas— no se hallaban en las dependencias municipales, el resto de asistentes, bastante contenidos en el inicio del turno preceptivo, rebatieron con impecables argumentos las palabras de Javier, el denunciante, hasta que una de las vecinas, que se había mantenido en silencio, se puso de pie y lo acusó de haber importunado en varias ocasiones a la hija menor de Pablo para que le dijese el lugar exacto donde se localizaban las trufas silvestres, circunstancia que airó a la concurrencia y devino en improperios, rectificación y salida precipitada de Javier, final abrupto del pleno y la pacificadora alcaldesa, yendo de unas a otros, pidiendo que olvidaran el tema —«Ya está resuelto», decía— y abandonaran el Ayuntamiento. Como en el Barrio cualquier injerencia foránea se considera ataque a la comunidad, el bar del Salón Social se ha convertido, desde hace una semana, en lugar de debate de lo acontecido, con dos posturas enfrentadas: la de quienes consideran que las malas artes de Javier ya fueron suficientemente respondidas y aquella de los que estiman imperdonable —e incluso objeto de algún tipo de sanción— elevar públicamente una denuncia torticera y espuria.
No he mirado a cómo está el precio de la trufa en el mercado. Mal negocio no será.
Hermoso ejemplar porcino. Se aparta del aspecto convencional.
Un saludo.
JBernal
Las trufas negras son caras –diamantes negros, las llaman- y su precio es cambiante de un día para otro. No es mal negocio si se combina con otras actividades, porque la temporada trufera solo dura, por estos lares, de finales de octubre a mediados de marzo, dependiendo de la climatología.
Salud(os).
Ya lo hemos dicho otras veces: Si vas al campo, no te quejes del canto del gallo o del gruñido del cerdo, lo mismo que si estás en la ciudad, te tienes que aguantar con el ruido del tráfico o los estudiantes botelloneros.
¿Pero tú crees que dos cerdas afables, mimadas e higienizadas, que viven en semilibertad, a esa distancia pueden molestar a alguien cuando dentro del pueblo hay gente que tiene su propio cerdo de engorde…? Ese no es el problema; este señor pretendía asociarse con los dueños para el asunto de las trufas, ellos se negaron y su reacción ha sido inventarse unas molestias inverosímiles.
¡Caray con Javier!
Quería hacerse con el Mercado de la trufa, haciendo trampas para quitarse a la competencia.
No me extraña que intentara zanjarlo todo con un iapurado «ya está resuelto» y así no destapar más la trama.
Un abrazo!
Ya sabes que hay gente que no calibra que sus torpezas terminan convirtiéndose en un agujero negro por el que caen a peso.
Otro abrazo para ti.
Veamos, ¿a que político de turno hay que «untar» para poder quitar la propiedad de las cerdas truferas y conseguir la soberanía de las tierras jurisdiccionales alrededor de 100 km, desde el punto cero de la concesión?
Como compensación, a Pablo e Izan por la «expropiación» se les dará la opción de comprar otras dos cerdas para que las preparen para seguir buscando los diamantes negros de la cocina.
Ay, Emilio, Emilio… No des ideas, que hay quien es capaz de plagiarte la propuesta y llenar la zona de piaras husmeadoras y hasta de jaurías de perros rastreadores.
Cuando hay guita (plata) de por medio, se busca alguna cerda expiatoria.
Ahora no me podés dejar con esta intriga.. necesito saber cómo se resuelve esta cuestión jurídica.
Por favor, ruego que no haya parrillada de por medio
Abrazos!
La resolución pseudojurídica estaba clara: No había nada que resolver. Y, por supuesto, nada de parrilladas, que estas cerditas son casi tan sagradas como las vacas hindúes y, por si eso no fuera suficiente, los dueños de las mismas son vegetarianos.
Más abrazos.
A mi parecer el asunto no está. Hace falta una sentencia condenatoria acorde con la magnitud del daño que se podría haber causado. Esto es como en el fútbol, que penaliza la entrada desde el momento en el que hay intención, aunque no se produzca contacto.
Si la denuncia se hubiera formalizado, sí, pero como la misma no pasó de una queja pública de corto recorrido, ya es suficiente condena que haya qedado en evidencia ante el vecindario.