«Symbŏlus»: Archivo personal
Pepe el Palista, Jesusito, Patetas Cortas, Carmelo el Royo, José, Bachimaña, Silvestre… De aquellos hombres silenciosos —que no silenciados—, orgullosos obreros con sempiternos efluvios de grasa y lubricante rondándoles los contornos y las manos sementadas de callosidades, solo Bachimaña, viejo y enclaustrado en sí mismo, respira, seguramente sin ser consciente de ello, el aire que las sierras controlan y refrescan mientras, encorvado sobre el andador, recorre con dificultad los apenas seis metros que separan la puerta de la residencia del banco de hierro donde pasa parte de la mañana. Es imposible atisbar, en ese cuerpo castigado por el tiempo y en los grises ojos apagados, al voluntarioso rebelde que logró zafarse, a finales de los sesenta, de la redada de La Secreta en la última reunión clandestina, previa a la huelga, que se iba a celebrar en una iglesia de la capital y que terminó saldándose con la detención de tan solo nueve de los veintitrés obreros convocados. “Fue por la moto de Silvestre”, se congratulaba años después. “Estaba aparcada en la acera que no era y sabíamos qué significaba. Por eso pudimos escapar la mayoría”.
La moto —una Guzzi Hispania de 1955—, al contrario que Bachimaña, resplandece, cuidadosamente restaurada, en el patio de la casa, como homenaje a Silvestre —que llegó a emocionarse cuando su nieta mayor le mostró, como regalo de cumpleaños, el renovado aspecto de la histórica motocicleta que él creía destartalada e irrecuperable por los años de abandono en un corral—. Fue la moto que sirvió de santo y seña para que Bachimaña y otros trabajadores que se dirigían a la ilegal asamblea se libraran de meses o años de presidio, merced a la generosa acción de Silvestre que, aun siendo consciente de la vigilancia policial y de su posible detención, se mantuvo fiel a los principios de la solidaridad obrera, aparcó la moto en el lugar que simbolizaba peligro y se dirigió a la cita sabiendo que, seguramente, eran sus últimos momentos de libertad.
Se han dado casos de solidaridad después de la guerra, aún a sabiendas del que avisa sepa que seguramente que va a ser encarcelado, sin embargo es consciente de que tiene, si es posible, que salvar a sus compañeros.
…y no solo eso sino que, a las familias de los compañeros detenidos o que eran despedidos por participar en las huelgas, se les daba una ayuda económica a través de las llamadas Cajas de Resistencia, que consistían en un fondo que los propios trabajadores cubrían de su bolsillo y que se dedicaba a esas contingencias.
Una moto aparcada donde no es, una monja que se apontoca en la puerta de su Casa de Ejercicios, donde se celebraba una reunión, diciéndole a los “sociales”: “Tendrán que pasar por encima de mí”… cuando la pobre no tenía ni media torta. Cuantas historias de estas se podrían contar de aquellos años…
Sin duda, son muchas las historias a cuenta de esos años que tú conoces por haberlos vivido. Recuerdo la historia de tu monja envalentonada -ahora no sé si la leí en un post o en algún comentario tuyo-, reminiscencia de aquella iglesia comprometida tan alejada de esa otra, cómplice y valedora de la dictadura.
Seguramente en un comentario, pues lo he contado varias veces, ya que me impactó enterarme, al salir de la reunión, que aquella monja, pequeñita y vieja, había impedido entrar a la policía de aquella forma.
Lo he encontrado. Es este comentario.
Eso es solidaridad con mayúsculas, algo que no creo que exista hoy en día. Ojalá que pudiésemos restaurar a las personas como hacemos con las motos.
Esas personas entendieron que debían tomar partido; eran gente humilde, de escasísima escolarización, pero con una dignidad y una ética personal difíciles de superar hoy en día.
A todos estos anónimos habría que hacerles un homenaje día par d’otro. Si algo me jode es cómo el capitalismo ha fundido a la clase trabajadora con cantos de sirena consumista para tenerlos bien atados con hipotecas y zarandajas. Así pasa que pocos mueven el culo para defender sus derechos y las huelgas son inútiles porque ni dios se quiere jugar nada. No queda ni moraleja de las acciones de Bachimaña, Silvestre y otros que se deslomaron.
Por cierto… que en un libro de los de la transición sobre el origen de la izquierda encontré nombrado a Silvestre en la lista de sindicalistas anteriores al 78. A todos se los cepilló la democracia porque no tenían pantalón de buen paño para ocupar los sillones sindicales.
Bien… te escriba o no, te leo. Tú, en tu línea.
Salud, gater.
Formamos parte de una sociedad acomodadiza que, en muchos casos, cree que la democracia es introducir, cada cierto tiempo, una papeleta en una urna y que la solidaridad consiste en comprar un kilo de arroz y otro de lentejas el día que el Banco de Alimentos monta un puesto a la entrada del supermercado. Con esas dos acciones, «ya hemos cumplido«. Mientras no seamos capaces de tomar consciencia de las realidades que nos circundan, no aprenderemos a comprometernos en esa diversidad entre la que caminamos.
(El libro que mencionas…, ¿puede ser «La izquierda, ¿de origen cristiano?«…?)
Un gozo verte por aquí.
Salud.
Eso se repite siempre. La dictadura duró lo que el dictador gracias al desarrollo de los 60, porque la gente estaba dedicada a pagar las letras del coche o el apartamento y no quería meterse en líos. .
… Y seguro que esto lo encuentras también en tus comentarios, pues otro de temas recurrentes.
Ese anónimo soy yo con las prisas de la mañana…
No sé si recurrente pero sí realista.
Ese tipo de personas, con esa valentía y esos principios llevados por el dictado de sus corazones, ya no existen.
Hoy en día, nadie se la juega por nada ni nadie.
Estas reminiscencias que nos traes, son lecciones de humanidad.
En el contexto donde se sitúan los hechos hubo muchos casos de bonhomía; quizás porque, en las circunstancias adversas compartidas, la actitud solidaria es, también, una manera de rebelarse contra la dura realidad.
Me he entretenido en leer también los otros posts que hablan de Silvestre y tuvo que ser un cielo de hombre. Esta clase de personas siempre son recordadas por lo mucho que han aportado a los demás. Me hubiera gustado haberlo conocido.
Un fuerte abrazo.
Tenía muchísimo carácter pero era una gran persona; la gente con la que se cruzaba en sus paseos o en el bar donde se juntaba con sus amigos -todos mucho más jóvenes que él porque no le gustaba la gente de su edad, que solo hablaba de achaques, decía- lo siguen recordando.
[…] a través de Clandestinos — Una mirada alrededor […]
Gracias por enviarme en tu comentario, el enlace a este magnífico post. Gran y solidaria acción de Silvestre, en esa especie de «santo y seña» que significaba aparcar la moto en el lugar que representaba peligro. Solidaridad pero también valentía. Y hermosísimo regalo de cumpleaños, nada menos que la moto restaurada.Un abrazo.
A veces, los objetos cobran un significado especial y se convierten en referentes de la memoria.
Gracias por interesarte por el post.
Cordialidades.