«Puericia»: Archivo personal
En la vieja cochera del Ayuntamiento —una nave de paredes de hormigón y tejado en forma de uralita que en el pueblo llaman la Estalabartería[1]— se acumulan, sellados por el polvo del tiempo, un sinfín de objetos y cachivaches de propiedad municipal; algunos ven la luz una vez al año, en cualquiera de los festejos que se celebran; otros, condenados al olvido, permanecen, avejentados e inútiles, a la espera de que alguna obra de teatro o el mercadillo de antigüedades los rescate de entre la mugre que los circunda; los de madera, infestados de xilófagos, terminan astillados alimentando, junto con hatillos de ramas secas, las hogueras vivificadoras y purificantes que se levantan en el Barrio, entre Año Nuevo y Carnaval, como tributo ancestral a los viejos ritos paganos.
Años atrás, la Estalabartería fue acomodo secreto de la chiquillería del Barrio, un grupillo de criaturas movidas, de entre seis y diez años, que pretendían emular a la chavalería que las precedía en edad y que poseían sus propios refugios en casetas de huerto, buhardillas y cualquier habitáculo con cuatro paredes y techo, que acondicionaban a su albedrío y donde se reunían para Sus Cosas. En aquellas Sus Cosas, las niñas y niños de menor edad no tenían cabida. “Que os piréis”, era el recibimiento que daban a la pandilla infantil capitaneada por María Petra y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio —entonces niñas que no superaban los ocho o nueve años— cuando pretendían que les dejaran formar parte de aquellos corrillos.
Nadie recuerda de quién fue la idea de tomar posesión de la Estalabartería aquel verano, forzando, sin llegar a romperla, la diminuta ventana que se abría a bastante más de metro y medio del suelo —las otras se hallaban a una altura considerable— y a la que accedieron empujando trabajosamente contra el hormigón un destartalado aladro[2] de peligrosas rejas oxidadas en el que se subían y desde el que se impulsaban hasta el estrecho alféizar alzando en el aire a los niños más pequeños y dejándolos caer al interior de la vieja cochera, sobre las cajas de madera que contenían las luces que iluminaban el Barrio en Navidad. El Club, que así lo llamaron, se mantuvo en aquel singular escondite hasta bien entrado el otoño, cuando un vecino descubrió a la grey infantil encaramándose a la ventana y dio aviso al alcalde. El rapapolvo de la autoridad fue de campeonato, aunque mucho menor del que recibieron por parte de sus familias, con alguna azotaina incluida.
Años después, olvidado el incidente de la Estalabartería, algunas de las niñas del Club, ya adolescentes, protagonizarían otra ocupación, menos inocente pero igualmente ingeniosa, que, de vez en cuando, se desempolva en la localidad para incidir, de forma malintencionada, en las antiguas fechorías consumadas por la alcaldesa y sus amigas.
NOTAS
[1] En arag., un estalabarte es un armatoste, un cachivache; una estalabartería sería, figuradamente, el lugar donde se almacenan estalabartes.
[2] En arag., arado.
Esas travesuras de niños dejan huellas indelebles que estallan en forma de complicidad en charlas mesas adultas… muchos años más tarde.
Tienes razón, hay cosas que me pierdo por las formas de nuestro idioma y los modismos. Pero la esencia se comprende… y para eso también están los enlaces que dejas y las notas al pie
Muchas gracias!
Abrazos!
A veces resultan pequeños puzzles que los recuerdos aunados de quienes las vivieron van completando.
Terminaremos de familiarizarnos, no lo dudes, con esta lengua común que tantas posibilidades tiene. Fíjate, que ya casi entiendo los vocablos de Leopoldo Marechal.
Más abrazos.
Entiendo muy bien la ilusión de l@s niñ@s al tener un escondite propio y la alarma del alcalde y las familias al saber en qué tipo de sitio jugaban. Por la descripción que haces de la «Estalabartería» no tenía muy buenas condiciones para que un@s niñ@s corretearan por allí sin vigilancia.
Abrazos y felices días.
P.D. Mira en el correo del blog que te he dejado en él la dirección.
Exactamente; el recinto, polvoriento y atestado, entrañaba riesgos que las criaturas no podían calcular porque su único miedo en aquellas semanas era ser descubiertas y quedarse sin un espacio para su Club.
Buenas vibraciones en tu nueva empresa vital. La bitácora y yo te echaremos de menos.
Un abrazo.
Aqui, hace años, se utilizaban las terrazas de los edificios (o «torres») para esos menesteres y conocí casos en los que, siendo niños y niñas los reunidos, hubo «juegos» peligrosos con resultados lamentables… que ya podeís imaginar.
Es muy triste que los juegos terminen en tragedia. Y siempre queda, en las personas adultas, el sentimiento de culpa por no haber podido evitarla.
(También te digo que todos y todas hemos sido criaturas alocadas e inmaduras pululando por recovecos que la imaginación convertía en fantásticos paraísos).
No me refiero a caerse de la torre ni nada parecido, sino a otro tipo de «juegos» y otro tipo de peligros.
Ah, no, no; ese Sus Cosas que utilizo en el post no tiene connotaciones sexuales; me refería a sus asuntos, sus secretillos. En ese aspecto las criaturas que iban a la Estalabartería eran muy, muy inocentes -y no es que lo presuponga; lo sé-.
…hasta me has descolocado.
Qué bueno, me encanta la manera en que lo has contado, tan amena y real.
Me has transportado a una parte de mi niñez, esa inocente y aventurera y sin miedos, que quería formar parte de todo y que en ocasiones los niñ@s “más mayores” decidían que era terreno inexplorable y propio. Para luego ser nosotros, con el tiempo quienes nos adueñábamos de él y hacíamos lo mismo a quienes nos seguían en edad.
Todo con inocencia y sin malicia, con esa actitud sana de la niñez.
Nuestra niñez siempre seguirá siendo sal para nuestras vidas, al menos para quienes hemos disfrutado de una buena y feliz niñez; la mejor del mundo.
Gracias por tanto, una mirada…
P.D: Preciosa foto de archivo, le va que ni pintada a ests entrada.
Es esa niñez que aún percibimos, alentadora. Una niñez libre de los condicionantes adultos; feliz, ilusionante, traviesa y de pequeños descubrimientos que han ido conformando las siguientes etapas de la vida.
La de escondites «secretos» que visitaba yo de niño, algunos realmente peligrosos, con el riesgo de que una viga saturada de carcoma cayera sobre nuestras cabezas, o que parte del techo aplastara nuestros cuerpos.
Afortunadamente, aunque esos escondites se iban desplomando como consecuencia de una ventolera, o una tormenta de agua, al menos que yo sepa nunca cogieron a nadie debajo,
Así es. A veces, cuando se recuerdan algunas aventuras infantiles, la mente adulta se maravilla de que, pese a todo, se saliera con bien de cada lance.
Pensaba que ya no quedaban tejados de uralita. ¿No estaba relacionados con el cáncer? Quizás me equivoque. Muy buena la iniciativa de comprar el terreno, edificar y recrear ese espacio de juventud. ¿Qué tendrán los niños que siempre se fascinan con los clubs y los escondites?
En realidad, de la antigua cubierta de fibrocemento con amianto sólo queda la forma ondulada, que recuerda a la uralita -de ahí el nombre-; se cambió por chapas metálicas cuando se detectaron filtraciones, antes, incluso, de que se descubrieran los peligros del amianto -no quiero ni pensar en esos obreros que trajinaron allí sin saber el riesgo que corrían-. Pero sí era de auténtica uralita el tejado de la cochera cuando servía de escondite a la chiquillería. Eran otros tiempos.