«La noche»: Tomás J. Sepúlveda
En la Sierreta de Arbe, frontera natural entre las comarcas oscenses del Somontano y el Sobrarbe, se levanta, entre barrancos, carrascas, bojes, enebros y tozales, la pequeña y austera ermita románica de San Beturián[1] donde, el domingo más próximo al doce de enero, se celebra la Romería de los Langostos[2]. En la misma, y tras la preceptiva misa, se lleva a cabo uno de los ritos más singulares y ancestrales de la geografía aragonesa: La predicción de las buenas y malas cosechas por parte de las pequeñas ninfas de saltamontes cuyos diminutos cuerpecillos negros (representando a la uva), claros (representando a los cereales) y verdosos (representandos a las olivas) se posan libremente sobre un mantel blanco extendido en el suelo y cubierto de tortas de caridad realizadas para la ocasión, que se distribuyen en grupos de cuatro; los asistentes forman un corro y contemplan la llegada de los langostos El número y color de los insectos que caen y se amontonan en el lienzo señala, según la tradición, el resultado de las cosechas anuales.
Llegaban las caminantes —hoy romeras presurosas— con la oscuridad envolviendo ya sus figuras, el frío expuesto en los rostros desguarnecidos y las toses de Iliane musicando el tramo desde el Alcuerze[3] Berches hasta Casa Colasa, donde la señora Benita esperábalas, encamada y mustia, apenas dibujado el contorno de su cuerpo —herido ya de muerte— bajo el antiquísimo cobertor pero con los ojos aún vivaces y el pensamiento lúcido.
Le decían:
“Le hemos traído un trozo bendecido de torta de caridad”.
“Y los langostos han predicho que aunque va a haber trigo y olivas para dar y vender, las viñas van a correr peor suerte”.
“El señor Ángel ha preguntado por usted. Ha dicho que espera verla en San Beturián en la romería del año que viene”.
Despedían los ojos vivaces de la añosa mujer enferma a las cariacontecidas romeras, que la besaban en leve roce y dibujaban, penosamente, en sus labios remedos de despreocupadas sonrisas.
NOTAS
[1] En arag., San Victorián.
[2] Id, saltamontes.
[3] Id, desvío.
No conocía esta curiosa costumbre o tradición y cuando me he puesto a buscar la encuentro perfectamente documentada y puesto que ayer era el día más cercano al 12 de enero, la previsión para este año ya aparece en el periódico de Aragón, (para este año la predicción es que habrá muy buena cosecha para el cereal y la oliva y peor para el vino).
Es una tradición cuyos orígenes se pierden en la historia, en los mágicos ritos relacionados con la Madre Naturaleza. Curiosamente, la ermita en cuyas inmediaciones se realiza el ritual se dice que fue construida por San Beturián mismo, en una de sus habituales apariciones, lo que demuestra cómo el cristianismo supo aprovechar las creencias populares anteriores.
Si algún día pasas por Abizanda, detente a visitar el Museo de Creencias y Religiosidad Popular, donde están documentados y descritos la mayoría de los rituales que se vienen llevando a cabo en la zona del Pirineo aragonés desde tiempos remotos.
Muy curiosa la costumbre, pero ¿se sabe si luego se cumplen estos augurios? Porque son muy concretos y será fácil recordarlos al año siguiente.
Es sólo cuestión de probabilidad; unas veces aciertan y otras no. Y siempre está, claro, la interpretación que se da a posteriori, que eso sí daría para un estudio socológico.
Lo que también me resulta curioso es que vosotros utilicéis la palabra latina olivas, mientras nosotros usamos la árabe aceitunas.
Lo cierto es que por aquí no suele utilizarse mucho la palabra aceituna, quizás porque en la lengua aragonesa jamás se usó el sustantivo aceituno sino olibera (escrita con b) para nombrar al olivo y se mantuvo la raíz latina para designar al fruto; imagino que, pese a las influencias árabes, la lengua se mantuvo fiel a la palabra que venía utilizándose desde que los romanos introdujeran el cultivo del olivo. Digo yo que será una costumbre, igual que en Andalucía el utilizar mayoritariamente aceituna.
Aquí tampoco se dice aceituno, sino olivo y olivar el campo de olivos, pero debió utilizarse antiguamente porque en Granada hay un monte que se llama Cerro del Aceituno.
Todas son palabras que enriquecen el idioma, independientemente de la zona donde son de uso habitual.
No conozco la ermita pero sí he estado en Abizanda. Qué pueblo medieval tan encantador y cuidadoso de su historia y de revalorizar sus mitos.
Feliz fin de semana.
Cierto. Es un paraje donde vivir a gusto.
Buenísima semana para ti, Pili.
Debe de ser un sitio encantador, a juzgar por sus costumbres, que deconocía hasta ahora.
Digamos que se halla ubicado en un paisaje donde nada parece imposible.
Lo que sea será, vino o cereal yo me los zamparé igual
un agoreo abrazo
…y que no falten, 😀