«Donde se acompasan los recuerdos»: Archivo personal
Hace tres décadas que se desmanteló el Corralón de los Matachines, anexo a la Tabla [1], donde Félix y su hijo Felisín mataban y despiezaban las reses. Aunque el antiguo solar es en la actualidad zona verde, para quienes entonces formaban parte de la gente menuda del Barrio y hoy son personas adultas, ese lugar, intacto en los recuerdos, sigue siendo el Paripau, donde se concentraban las almetas de las ovejas y los corderos sacrificados cuyos astrágalos se convertían en las brillantes tabas que Félix les repartía por la tronera con contraventana verde. A través de ella, además, les dejaba observar la última parte del despiece, cuando cortaba con estudiado celo la ternilla —el extremo inferior del esternón— que, según se decía, ocultaba l’almeta del Paripau [2] de cada cordero. Tras un guiño a los atentos observadores del ventanuco, Félix lanzaba al aire la ternilla con l’almeta para liberar, aseguraba, el espíritu del animal muerto. Era entonces cuando la chiquillería, absorta en las hábiles manos del hombre, rompía el silencio y aplaudía cada almeta liberada. Poco importaba que los chicos más mayores —que en su momento también participaron, con similar entusiasmo, del ritual— se burlaran de la credulidad de los pequeños. “Los corderos tienen también almeta del Paripau, como las personas”, razonaba puerilmente la grey infantil. “Ellos, en la ternilla del esternón; nosotros, en la sangre. Por eso las abuelas y las madres nos taponan enseguida la hemorragia de cualquier herida, para que l’almeta del Paripau no se escape de nuestros cuerpos y nos deje desprotegidos. Como los corderos están muertos, ya no necesitan almeta que los cuide”.
Pasados tantos años, aún subsisten en la memoria aquellas fantasías que acompañaron la niñez, y el nombre Paripau continúa adscrito a ese corral desaparecido y metamorfoseado en parquecillo, donde la edad de la inocencia echaba a volar la imaginación y transformaba las fabulaciones ancestrales en realidades incontestables.
NOTA
[1] En arag., carnicería.
[2] En la mitología de algunas zonas de Aragón, espíritu vital que mora en los cuerpos de personas y animales.
Muy local debe ser eso de «l’a almeta» y la ternilla del esternón. La primera noticia que tengo.
En aquellos tiempos cada zona desarrollaba sus fabulaciones. Imaginación no les faltaba.
Salud.
No creas, l’Almeta del Paripau es conocida tanto en la zona del Pirineo y prePirineo como en la Hoya de Huesca, forma parte de la mitología, aunque conforme pasan los años son historias que van quedando relegadas a los recuerdos de quienes las escucharon en su niñez. Hay hasta un grupo de música folk con ese nombre
Miraré l’Almeta del Pirapau.
En las últimas actuaciones han suprimido Paripau y se hacen llamar solo La Almeta.
En esta ocasión me has pillado, no conocía esta expresión, «l’almeta del Paripau», nunca la había oído, al menos de manera consciente y tampoco el grupo musical «La Almeta del Paripau» donde veo que uno de los componentes es una mujer, y efectivamente ahora han dejado el Paripau, de echo tienen una composición que se titula «¡Adios Paripau!».
https://music.apple.com/es/album/adios-paripau/id1392004393
Es una expresión ya en desuso que, antaño, se utilizaba en contextos donde había criaturas, más a modo de broma por parte de las personas adultas cuando curaban los rasponazos que se hacían los pequeños en sus correrías. Según algunos etnógrafos procede de Benasque y de ahí se extendió a otros pueblos.
Horror, de echo sin hache.
Es que la hache, a veces, se va de parranda.
¿Y de donde viene la palabra Paripau? ¿Significa algo?
Calla, calla, que llevo años intentando dilucidar la etimología de Paripau y no ha habido manera. Tal vez sea solo una palabra inventada a partir de paripé, no lo sé.
Lo del Paripau debe ser como nuestra «Casita de papes» de mi infancia, que nunca supe que significaba ese «papes», porque papel no era, ya que lo hubiéramos acentuado. Claro, que esto era un lenguaje de niñas, pero el Paripau parece que estaba más establecido y ha perdurado.
https://el-macasar.blogspot.com/2018/05/la-casita-de-papes.html
Toda una aventura completar esas Casitas de papes, con ese curioso nombre. Me recuerdan a esas casitas de papel o cartulina que se hacen doblando la hoja, dibujando en la parte de la cara el tejado, la puerta, las ventanas y el garaje y, en el interior, dibujando la cocina, el baño, el salón, el comedor, las habitaciones…, que, tras troquelar puerta y ventanas, pueden abrirse para ver el interior. Algunas he hecho para entretener a los y la peques.
Pero fíjate la diferencia. En esas casitas, tu has empleado papel o cartulina nueva y también lápices, mientras en las nuestras era puro reciclado: un álbum antiguo y vacío de cromos… y las tijeras de la cocina (que había que dejarlas en su sitio) para recortar lo poco que caía en nuestras manos. Es más, como digo en la entrada, yo era una privilegiada porque alguien me dio aquel álbum, pero había amigas que solo habían conseguido una revista vieja o un periódico, de donde se les salían los recortes y no podían jugar bien.
Desde luego, tardaríais bastante en completar la Casa de Papes o, tal vez, fuera ese el juego, buscarse la vida para conseguir los recortes adecuados. Era otra época y la mentalidad infantil no tenía más remedio que adaptarse a las circunstancias; no quedaba otra opción.
Yo creo que ahí estaba el interés del juego: en lo difícil que era añadir algo nuevo a una «casita» que no se completaba nunca, porque crecíamos y nos olvidábamos de ella.
Pero, en el mientras tanto, disfrutabais, que era de lo que se trataba.
El Paripau de ese corralón seguirá existiendo en todo aquel que lo mencione como tal, y qué pregunte por su historia.
Estos relatos mantienen vivo el mito, que de no transferirse a las generaciones venideras, caerá en el olvido y desaparecerá.
Me hiciste recordar a «el terreno de al lado», que fue un terreno baldío que tuvo mi abuela al lado de su casa, que vendió antes de morir y lo convirtieron en un estacionamiento de autos asfaltado y de hormigón.
Los nietos aún llamamos a ese lugar «el terreno de al lado», pero temo que seremos los últimos.
Cuando alguien pregunta, hay que contarle que había higueras, nísperos, césped y montículos de tierra.
Abrazotes!
Los nombres que en algún momento se dieron a ciertos lugares perduran. Enfrente de mi casa hay una edificación conocida como La caseta blanca porque, en origen, la puerta de entrada era de ese color. Hace años, se dejó que un grupo de grafiteros decorasen artísticamente la puerta, que está embadurnada de diversos colores… salvo el blanco. Pero sigue siendo La caseta blanca.
Abrazos.
No conocía esa «almeta» en particular, en cambio mi mujer se la había oído nombrar a su abuela materna en relación con las heridas. Es positivo recoger estas tradiciones para evitar que se pierdan, son curiosas.
Saludos.
JBernal
Son tradiciones que forman parte de la cultura popular y retratan, no solo las creencias, sino la vida cotidiana en el entorno rural. Recopilarlas resulta incluso placentero.
Salud.
Pues ya no se me olvidará nunca la palabra almeta, y lo bueno es que lo asociaré a tu blog y a esta entrañable entrada.
Tu relato tiene el sabor de la nostalgia infantil cuando unos ojos adultos la evocan, el sabor a familia, a tradiciones, a hogar, a tierra propia, a gente que nos vio nacer y crecer….
Gracias por compartir, Una mirada. Estos regalitos que nos haces, no tienen precio para mí.
Un abrazo grande, envuelto en una alfombra de hojarasca.
Alguna vez ya he escrito sobre las Almetas en general, que son, además de las conocidas ánimas, los espíritus que vagan por bosques y caminos y, en ocasiones, se vengan de los seres mortales (la tradición dixit). Son todo un mundo de tinieblas, misterio y leyendas, muy diferentes a la del Paripau, que es de índole infantil. Son historias de las que me empapé en la infancia y que nunca han dejado de gustarme, aunque ahora tenga de ellas una perspectiva diferente.
Gracias a ti por esas hojas otoñales.
Me hace gracia la palabra almeta. Es como un diminutivo de alma, como un alma de menor categoría, de andar por casa. Si los griegos que inventaron ese concepto levantaran la cabeza…
Es un diminutivo, sí, que por aquí se construyen con -eta/-ete, pero que eso no te lleve a error porque, aunque la del Paripau era una almeta para consumo de gente menuda, las había también con malas intenciones, sobre todo cuando correspondían a almetas de personas muertas con violencia o fallecidas dejando pendiente alguna tarea. Luego estaban los totones, que eran almetas de dos tipos: los totones que guardaban los cementerios y los asustaniños que vivían debajo de las camas, que a mí, de bien pequeño, me llevaban por la calle de la amargura.
En mi infancia, éramos menos «mágicos», nuestros miedos iban por otro lado más real (o basado en lo real), pues nuestros padres nos asustaban con los «mantequeros», aquellos hombres que robaban niños para sacarles las «mantecas», lo que procedía de una leyenda urbana según la cual los niños con tuberculosis curaban con la sangre de niños sanos. El «método» no se sabía, pero se decía que se habían dado casos de niños desaparecidos que aparecieron desangrados y he leído en alguna parte que eso sucedió realmente.
A vuestro «mantequero» en mi pueblo se le llamaba «Ensundiero» (la ensundia, en aragonés, es la grasa) y creo que fue Charles de Batz quien comentó una vez que hubo un tipo de esos en Vitoria, un violador y asesino en serie denominado el Sacamantecas, del que luego fueron surgiendo las leyendas locales. O quizás sea lo que tú cuentas sobre la sangre de niños sanos para curar la tuberculosis, aunque por estos lares la historia se contaba para evitar que, en las noches veraniegas que se jugaba en la calle hasta muy tarde, las criaturas se alejaran del cobijo de la luz y las casas.
Bonjour 🍂🍂🍂
Como de costumbre, no tenía ni idea de lo que cuentas, pero me ha encantado aprender algo nuevo. La parte de las hemorragias, que parece quedar en segundo plano, también me parece muy acertada.
…y eso que no he contado, porque no llegué a vivirlo, que se aseguraba que un emplasto de telarañas era el mejor remedio para evitar el flujo de la sangre y la salida de la almeta.