«En el azud»: Archivo personal
Planean sobre las aguas enturbiadas del azud tres azulones nativos; los dos machos persiguen, en batiente cortejo, a la hembra de plumaje moteado, que grazna en tonos graves y ásperos revolviéndose, altanera, contra los pretendientes volanderos que la compelen, con sus apremiantes ¡quek-ek-ek!, para el apareamiento. Ella los rechaza y amonesta; apresura su vuelo y desciende hasta desaparecer tras los carrizos que crecen a uno y otro lado del aliviadero. Los repudiados galanes revolotean confundidos unos minutos, desisten y amaran en el azud, inmutables ante los gritos amenazantes de Ludivina y Moisés, los cisnes negros soberanos del agua embalsada y sus orillas.
Se apacigua el azud y regresan, solapados, los sonidos habituales que el aire frío lleva y trae a los tímpanos del observador yacente. Vigilan los cisnes, silenciosos y quietos, la travesía náutica de sus adversarios y arrecia el cierzo bamboleando las hojas del libro que reposa sobre la esterilla desde la que el visitante, ladeado, deja vagar su mirada para después retomar la lectura y sumirse, entre las páginas de Lágrimas en los tejados, en las crudas vivencias del abuelo Antón, asediado por el Alzheimer, con las bombas de Bielsa atronando y devastando, a pedazos atemporales, el escondrijo de sus recuerdos.
En la floresta que ribetea las aguas ondulantes murmuran, agitadas, hojuelas y brácteas que, desprendidas, revolotean, caen al suelo y se deslizan bailoteando en anárquica coreografía. Marchan los azulones, se relajan los cisnes y recoge el lector la novela de Sandra Araguás y la esterilla para emprender el regreso allá donde el adobe y el hormigón se confabulan.
Algo muy bonito, y no me refiero solo a los azulones navegando por el agua y disputándose a su posible pareja, o a los cisnes negros dueños del azud, también me refiero a la recopilación de la tradición oral por parte de Sandra Araguás.
Sandra tiene una habilidad excepcional para conectar con las personas. Las criaturas se quedan fascinadas con sus relatos orales, cuando ejerce de cuentacuentos y se enganchan a sus relatos escritos porque sus argumentos son geniales; su sensibilidad y cercanía han atrapado, también, a esas personas mayores que han compartido ese patrimonio oral infantil de siempre que ella ha recopilado.
Estas descripciones tuyas, tan bellamente bucólicas, nos dejan chafados a quienes no vemos más que asfalto y ladrillos…
…pero en Granada, tu Granada, hay maravillosos parques donde fundirse con el entorno; en las proximidades de los estanques también estarán, de cortejo, los azulones y habrá muda en el colorido de la vegetación…
No tenía noticia de Sandra Araguás. Si la prohijas es que será buena literata de nuestra tierra.
Saludos cordiales.
JBernal
Tanto como prohijarla, amigo Juan… No lo necesita; es, sin duda, una buena escritora y entrañable en el trato.
Más saludos y muchas gracias por la deferenia del otro día; tú ya sabes…
Como dije otras veces, tus enlaces me permiten armar la historia completa. Sin ellos imagino igual hacia dónde apunta la historia (el ambiente de ese instante se pudo percibir a la perfección), pero uno se queda sin los detalles.
Abrazos!
PD: no pude comentar en tu última entrada, «Subsistencia», supongo elegiste que así fuera… para no arruinar loa prosa poética
En este caso era necesario poner esos enlaces para complementar los datos.
«Subsistencia» tiene como destinataria una persona concreta y quiero tener su autorización para habilitar los comentarios.
Gracias por la compresión y más abrazos para ti.
Siempre dejas en tus escritos, una impronta histórica de agradecer. Que complementa y alimenta el escenario, a las personas y el sentimiento.
Son reseñas que nos invitan a adentrarnos y querer saber más.
En cuanto a la descripción de los patos, me has hecho recordar un lugar que me gusta mucho y se llama «La Laguna de Barlovento». Allí, entre otras cosas, hay muchos patos que campan a sus anchas. Y créeme, el tiempo se detiene cuando uno los contempla interactuar en ese enclave tan especial.
Abrazos!!
Los libros y el entorno en el que se leen guardan una ligazón extraordinaria cuando el sosiego y los ecos de la naturaleza envuelven y acarician a la persona que lee. «Lágrimas en los tejados» seguría absorbiendo a quien de él se prendiera en la laguna de Barlovento o en el azud del noreste peninsular, por muchas veces que se levantara la vista para contemplar los aconteceres de las aves o de cualquier otra especie establecidas o de paso en esos lugares.
Otro abrazo, Contadora.
Si miramos un poco más allá de lo habitual, lo que requiere que nos sentemos un rato en un banco, dejando a un lado ese ajetreo diario, observaremos que otra vida se desarrolla alrededor nuestra, sin que lo hubiésemos notado. Azulones, cisnes, fochas o gaviotas en el lago de Zug, otras aves en otros sitios, se trata de un ir y venir tan intenso como el nuestro.
No conozco a la autora, pero me da la impresión de que todos los libros sobre la Guerra Civil cuentan la misma historia. No digo que no sea bueno, antes bien, estoy seguro de que está bien escrito, pero a mí me pilla muy cansado del monotema, algo que también me sucede con el cine español, y eso me predispone, sin quererlo, en su contra.
En ese trasiego de la Naturaleza es donde se encuentra la apacibilidad que, tantas veces, necesitamos. Para pensar, para oxigenarnos, para leer…
Lágrimas en los tejados no es de esas novelas con el trasfondo de la guerra que saturan el panorama literario; es una novela de sentimientos, de relaciones y, sobre todo, de amor, mucho amor; el amor de la nieta hacia el abuelo cuyos recuerdos van desapareciendo de su mente anciana. Y todo ello narrado con un lenguaje sencillo, limpio, que es una constante en Sandra Araguás, la autora.