«Entretiempos»: Archivo personal
A la umbría del viejo tapial que acorrala los huertos de abajo se acercó el Otoño, aun antes de que las últimas lluvias veraniegas liberaran al Sol de su oficio. Un cobertor de hojas azafranadas desciende, en tupida catarata, hasta la desigual trocha perlada de huellas humanas firmemente asentadas en el barro, que hoy acoge, mullidor, las del caminante despreocupado que transita con las pantorrillas desnudas moteadas de lodo y El niño asombrado, de Antonio Rabinad, bien resguardado en el holgado bolsillo pectoral del chubasquero.
[Hace una semana —o dos, o tres; o las que fueran— alguien depositó en el cajón de ejemplares usados de la Biblioteca tres libros ajados de un mismo autor, que nuevas manos asearon y recompusieron, forraron, registraron, tejuelaron y colocaron en el estante correspondiente. Quedó Rabinad —gorra marinera y pañuelo rojo al cuello— acomodado y expectante, con su maravillosa y sencilla locuacidad larvada entre las cubiertas, rozando a su amigo y prologuista Vázquez Montalbán. Tal vez, cuando la oscuridad se adueña de la Biblioteca, monta, como en vida, su puesto ambulante de libros de viejo y descienden, en tropel, de los anaqueles los literatos muertos para rebuscar, entre volúmenes de muchas manos, antiguas historias amorosamente tatuadas en papel.]
Cerca del hayedo, donde la discreta calidez solar apenas ha logrado volatilizar la humedad de la hierba, se aposenta el solitario transeúnte con Rabinad entre los dedos y los aromas herbáceos endulzando el oxígeno.
Y lee.
Y escucha.
Y comprende.
Y vibra.
Y se solivianta.
Y se atribula.
Y se enternece.
Y sigue leyendo.
Lee hasta que una nube dominical, transformada en imponente dama moñuda con un bien diseñado guardainfante, atrapa al Sol entre sus grises y se aquieta, amenazadora, convertida al instante en masa deforme que otras nubes alargan y rebasan.
Entonces, justamente entonces, retumba el primer trueno.
«Y pienso en el niño que era yo. Que ya no soy yo. Me vuelvo y le veo como dentro de una esfera luminosa, intraspasable; vaso de cristal límpido en el que cualquier hecho actual, el pormenor más insignificante, puede despertar un eco, un reflejo; yo lo estoy viendo, y él no puede verme a mí. ¿Desde dónde me miraría?
Y siento una gran lástima por él, por ese niño que no ha muerto, pero que ya no vive, y que descansa —¡al fin!— en su limbo natural, en ese paraíso intermedio de la nostalgia».- Antonio Rabinad.
No se que edad tendría Rabinad cuando escribió eso, pero a la mía ya se que dentro de mí no está solamente niña que fui, sino la joven, la adulta, la mujer madura…y la vieja que soy ahora. Como escribí hace más de tres años:
http://el-macasar.blogspot.com/2016/02/un-dia-de-febrero.html
El niño asombrado se publicó en 1967, cuando Rabinad tenía 39 ó 40 años, así que estaría, como mucho, en la treintena cuando la escribió, con las huellas de la guerra y la posguerra dolorosamente nítidas, que incidirían en su escritura y en su concepción de la vida -que de eso trata su novela-.
Tú, afortunadamente, puedes recordar, con mayor amplitud, ese camino vital que te conduce al presente. Lo vivido, como a Rabinad, te pertenece.
Creo no haber oído nunca la palabra tejuelar, ahora ya la conozco.
Por cierto Rabinad nació en Barcelona, en 1927.
El niño asombrado, los Premios Ciudad de Barcelona, premian la creación, la investigación y la producción de calidad realizada en Barcelona por creadores o colectivos que trabajan o por instituciones y organizaciones barcelonesas que las promueven o producen.
Tejuelar es una palabra que se usa exclusivamente en el ámbito bibliotecario para indicar la consignación de las abreviaturas en el tejuelo y el pegado de este en el lomo del libro; el DRAE no la reconoce.
A Rabinad le había hurtado un año, fíjate… Fue un autor muy premiado -ganó también el de novela Ciudad de Barbastro- pero dejado casi siempre al margen cuando se nombraba a los literatos de su generación. Es una lástima, porque sus novelas son interesantes, realistas, con cierto toque de desencanto pero también de humor.
Es cierto todo lo que dices, pero la wiki si que conoce de su existencia y dice :»El tejuelo es una etiqueta pegada en el lomo de un libro cuyo rótulo sirve para identificar y localizar los libros y demás materiales de una biblioteca sobre la base de su signatura topográfica.
Y luego sigue con todo lo que se tejuela o rotula, quien hace el rótulo, etc…
La información sobre Rabinad la he leído en tu enlace.
…y a mí me encanta que seas tan metódico, Emilio.
Sus propias vivencias le sirvieron de argumento perfecto para contarnos sus historias.
Las tramas, los desenlaces, todo con una veracidad insuperable.
Creo que cuando alguien como Antonio Rabinad, usa las letras para sacar hacia fuera lo que lleva dentro, el resultado es tan especial como genuino.
Seguramente con cada novela curó y vendó sus propias heridas infantiles; la escritura fu su pócima para salir adelante.
No descubrí a Rabinad hasta hace un par de años y su lectura me ha fascinado.
No he leído nada suyo, pero imagino que con la cantidad de temas que tenía a su alcance, unido a su talento, consiguió sacar mucho partido de esos años de posguerra. Me gustó la idea esa de que los autores se lean por la noche.
Fue, también, un retratista de su propio barrio y de las circunstancias -tremendas, a veces- de sus convecinos y convecinas.