«Nympha»: Archivo personal
Nunca ya podrán charrar-nos con güellos de mercader
sin saber que tu y nusatros y asabela cuanta chen
ocupemos ista tierra sembrando a partis iguals
trunfas, dinidá, utopía y trigo ta o nuestro pan…
Tierra, que no t’acotolen butres bestius de siñors,
que especulan perque tienen permiso d’ocupazión! [1]
–Donde quisimos vivir.– La Orquestina del Fabirol
Resbalan las botas sobre las piedras mojadas de la barranquera devenida en senda que acorta el camino que va desde las antiguas terrazas de bancales, en los que alguna vez se irguieron los viejos olivos, hasta la solana próxima al río donde el bosquecillo de alborceras[2] muestra al Sol naciente sus humildes flores arracimadas y sus bayas henchidas que el exceso de madurez ha coloreado de granate.
Mientras los adultos recogen algunos frutos, la pequeña se entretiene desprendiendo con un palo las costras de barro adheridas a su calzado de trekking y a los bajos de los pantalones. Cuando cree no ser observada, se quita el anorak, coloca la mochila en forma de oso pardo a modo de almohada y se tiende boca arriba tras llevarse a la boca una de las bayas estampadas contra el suelo. “Eh, eh, ¿qué estás comiendo?” “De eso”, responde la niña señalando los frutos que cuelgan de los arbustos. “Estaba en el suelo pero no tenía bichos. Mmmm, está buena… Si estuviera mala me dolería la tripa y no me duele”. “Bien. Pero no vuelvas a meterte en la boca nada sin preguntar antes”. “Vale”.
Regresan por la pedrera de abajo, donde el río, ahora silencioso y calmo, se estrecha entre cornisas que parecen elevarse conforme el grupo desciende hasta la vaguada que lleva al Fosal de la Reineta. La pequeña —cuatro años y medio— incansable pese a las casi cuatro horas de caminata, corretea y grita intentando llamar la atención de los buitres que moran en la cresta, indiferentes a los seres humanos que transitan a los pies de su nidal pétreo.
—¿Y esta princesita tan guapa no está cansada?—, pregunta Olarieta, la cocinera del bar del Salón Social, cuando el grupo se detiene, como siempre tras cada salida, a almorzar en el establecimiento.
—No. Es que yo no soy princesa… Soy montañera.
NOTAS
[1] “Nunca ya podrán hablarnos con ojos de mercader/ sin saber que tú y nosotros y mucha gente más/ ocupamos esta tierra sembrando a partes iguales/ patatas, dignidad, utopía y trigo para nuestro pan…/ Tierra, que no te aniquilen buitres vestidos de señores,/ que especulan porque tienen permiso de ocupación».
[2] En Arag., madroños.
Me han gustado las dos salidas de la niña. «Estaba en el suelo pero no tenía bichos…», claro que si en lugar de una se hubiera comido una docena, igual la tripa no le dolía, pero la borrachera podría haber sido grande.
Y la otra «No soy princesa… Soy montañera»
La gente menuda se manifiesta siempre sin dobleces y hace su propia interpretación de lo que hay a su alrededor. Ese es su encanto.
Esta niña sabe ya que las princesas -y similares- no tienen buena prensa últimamente.
…o que las conocidas por ella -las de los cuentos- no tienen una vida que le resulte atrayente.
A estos paseos otoñales me apunto con la vista para leerlos y contemplar ese paisaje de subidas y bajadas de la Sierra de Guara a través de tus letras. La niña, como cualquier niño, imprevisible y con más energías que todos los mayores juntos.
La canción es preciosa.
Buena semana, amigo Una Mirada.
Un beso.
…pero la mejor lectura del paisaje se hace moviéndose en él; escuchando sus sones -y hasta sus lamentos-, percibiendo sus aromas y dejándose guiar por su magia. ¿Te animas a interactuar con ese texto vivo? 😀
Otro beso e inmejorable semana para ti.
No se puede ser más Ninfa
Un gran saludo
Efectivamente. A lo grande.
Otro saludo.
Pintar la cara de la ninfa habrá llevado su tiempo, eh?
Llevó su tiempo, sí. Lo malo fue que, posteriormente, hubo que desembarazar a la ninfa de sus afeites… Y eso también cuesta.
Me gusta la versión de la orquestina del fabirol mas que la de los ixo rai. No parece la misma canción.
Estoy de acuerdo. Esta versión mejora la melodía original y la revitaliza.
Bonita manera de dar con su propia identidad. Orgullo por ser algo que lo merece…
Salud!
Sí, aunque las realidades infantiles se circunscriben al aquí y ahora. Pero siempre queda cierto poso de las buenas actitudes observadas en el entorno; esas que se mantienen cuando la niñez ya queda muy, muy atrás.