«Jardín de la Perragorda»: Archivo personal
—Hala, que ya tenemos entretenimiento para acabar la semana.
—¿Y eso…?
—Pues que anoche llegó la Mi-marido-el-ingeniero.
—Habrá que barrer la calle para que no tropiece…
—…o cubrirlo todo con fiemo para que camine sobre blando.
[…]
Allá por 1929 o 1930, los Artero —que por entonces tenían muchos posibles traducidos en hectáreas de productivos cultivos— echaron abajo la casa familiar para levantar, en el mismo sitio, un simulacro de palacete de piedra agrisada, de dos plantas y con sendos miradores poligonales atenuando las esquinas de la fachada; en la trasera del edificio, un jardín encarado al oeste competía, en profusión de especies vegetales vistosas traídas de fuera, con el de la ya decadente Casa Palomeque. En el Barrio, donde los Artero eran temidos pero no apreciados, se dio en llamar la Perragorda al pomposo edificio, denominación irónica que ha sobrevivido al paso del tiempo y que, a la vista del estado actual de la edificación, ha adquirido pleno significado.
En la Perragorda ya no vive nadie. Rafael, el dueño, reside en la urbanización, en uno de los dos adosados diminutos que le regaló la inmobiliaria por la venta de los terrenos donde se edificaron las viviendas unifamiliares. Su único contacto con la casona se reduce a colocar en el asilvestrado jardín trasero bolas de comida envenenada —según él, para la ratilla— de la que terminan dando cuenta los felinos, actitud que lo mantiene en constante enfrentamiento con la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, a la que considera inductora de las protestas que tuvieron lugar en el Barrio cuando se proyectó la construcción de los adosados en lo que la oposición consideraba terreno no urbanizable. Las protestas no consiguieron paralizar el proyecto pero sí reducir el área de construcción precisamente en dos de las parcelas de Rafael de [Casa] Artero, que vio devaluado el montante de lo que pensaba percibir por la venta de sus tierras.
El segundo adosado de los Artero lo ocupa —algún fin de semana pero, sobre todo, en verano— Gloria-Alicia, la hermana mayor de Rafael, una señora repulida y altanera, viuda como su hermano, que, a fuerza de repetir, viniera o no a cuento, “Mi marido, el ingeniero…”, acabó siendo apodada tal cual, sin necesidad de ejercitar la inventiva pero con la dosis adecuada de mala baba.
Que distinta historia la de esa Casa de la Perragorda de la de esta, que no tiene jardín, pero sí grandes terrazas en los pisos superiores que vendieron a los empleados, en uno de los cuales yo pasé buenos momentos.
Y mira que es curioso: A la ironía andaluza se la llama gracejo y a la aragonesa, socarronería.
Lo curioso es que eso del gracejo se dice fuera de Andalucía, ya que aquí esa palabra no la usamos, al menos en Andalucía Oriental.
Lo decía porque en el artículo del enlace se menciona el gracejo de la gente al denominar Casa de la Perra Gorda a las sedes del Instituto Nacional de Previsión.
Estará escrito por alguien que no es de aquí. A mí esa palabra lo que me evoca es a los Álvarez Quintero….
Pues será eso, porque la tendencia al pitorreo no creo que se circunscriba a una zona determinada.
Eso de la Perragorda, me trae agradables recuerdos, cuando trabajaba pagaba diez céntimos (una perra gorda) para el seguro de mi vejez, y me daba derecho a una peseta diaria a la hora de la jubilación, pero llegaron, primero unos, después otros y la liamos, con el cambio de moneda no me llega a un euro diario, y eso que coticé desde que lo creó Antonio Maura, el 27 de febrero de 1908.
Pero claro ahora todos los políticos tienen unos bolsillos muy gordos creados por las mejoras firmas españolas de ropa y son muy difíciles de llenar. No obstante pienso que algún día veremos brotes verdes.
– Jubi, ahora con esta primavera incipiente, ya se llegan a ver.
¡Ves como te lo decía!
Oye, que te conservas de maravilla pese a haber sido contemporáneo de Maura.
Vaya sabandija el matagatos.
Estoy terminando los otros posts y los enlaces, te contare si es q termino hoy.
Salu2.
No es preciso que te apliques tanto, hombre.
Pienso que la mala uva les venía en los genes. Vamos, que no dan para más los hermanos.
Llamemoslo gracejo o socarronería, cada pueblo se expresa y apoda (acertadamente) con su propia guasa.
Abrazos
No sé si en los genes, pero las malas artes de la familia vienen de lejos.
Ya tenemos la terna: gracejo, socarronería y guasa…
Otro abrazo.
Por fin puedo escapar un momento para asomarme a visitar los cuadernos amigos. Viene muy a cuento la historia que nos relatas de personajes altaneros que viven de considerar la calidad de la cuna como valor imprescindible para delimitar el valor de las personas. Todavía hoy en día los hay, y lo triste es que no parezca increíble. Viene a cuento digo, con un tal de alta familia eibarresa que el día pasado le escuché decir eso tan manido y repulsivo de «tú no sabes con quién estas hablando» o «yo cobro en un día lo que tu en un año». Pues me alegro y siento que me tenga que contar eso para ponerle algún valor.
Estilo absolutamente galdosiano el de tu escrito que me ha encantado.
Salud!
Siempre hay gente dispuesta a ponerse en ridículo en nombre del linaje, el cargo o cualquier quisicosa que crean pueda epatar a su auditorio. ¡Y la hilaridad que producen en la concurrencia!
Salud.
Esta historia de los Artero que has contado en varios posts es la historia del conflicto histórico entre poderosos y humildes. Me fascina la historia de la curandera Treseta de Cosme y es sencillo imaginar qué supuso para ella no poder continuar con su oficio.
No sabría decir como Charles de Batz qué estilo tienen tus escritos pero sí encuentro similitudes con el lenguaje del realismo.
Feliz fin de semana, amigo.
Digamos que lo acontecido con Treseta dio inicio a la leyenda negra de los Artero, con las exageraciones de rigor.
En cuanto al estilo, para regular, bien o mal, lo que se lee es lo que hay.
Que tengas unos días buenos (y ventosos, según parece).