«All the Time in the World»: Rick Borstelman
Entre los innumerables objetos que habitan muebles y paredes del Cuarto de los Cataticos de la señorita Valvanera, hay una única fotografía; en blanco y negro y enmarcada en madera entintada en azul celeste con passepartout de nubes diminutas. Desde ella, sonríen, minúsculas al pie de la peña de arenisca conocida como el Torrollón, María Petra de [Casa] O Galán y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Nueve años las dos. Los brazos entrelazados sobre los hombros y los ojos fijos en el objetivo del señor Anselmo, el improvisado retratista.
“¿Nos haces una foto para regalársela a mam’zelle Valvanera?”, le habían demandado, con pose lastimera, al viejo anarquista. “Como no pinte la cámara…” “Mira, monsieur Lussot nos ha dejado la suya”. Y le mostraron una de las Leicas del itinerante fotoperiodista francés. “Sabía que mentían”, le contaría después el señor Anselmo a la señorita Valvanera. “Las jodidas crías le habían birlado una de las preciadas cámaras al remilgado ese…, así que les hice la fotografía como bien pude, al tuntún, y les dije que yo le devolvería la cámara fotográfica a Lussot… Si les hubiera visto usted las caras… Pero lo peor fue cómo se puso el francés cuando le dije que yo le había tomado prestada la cámara para hacerles una foto a las niñas y regalársela a usted… Me llamó ladrón y me amenazó con dar parte a la guardia civil… No le diga usted que fueron las pequeñas, ande, que no sabe cómo estoy disfrutando con las miradas que me lanza ese pazguato”.
No fue la señorita Valvanera sino las dos niñas quienes, inducidas por ella, fueron a Casa Berches, donde se alojaba monsieur Lussot, a contarle, entre lágrimas, cómo habían entrado, a hurtadillas, en su habitación para coger una de las cámaras, “que pensábamos dejar otra vez en su sitio, de verdad”. Él, conteniendo la ira, sólo acertó a preguntar: “¿Y por qué no me pedisteis a mí que os la hiciera?” “Porque usted sólo retrata paisajes y bichos”, le respondió, compungida, María Petra.
Unas semanas después de la marcha del Barrio de monsieur Lussot, la señorita Valvanera recibió un paquete con la fotografía ya enmarcada y una nota que ella todavía mantiene adherida en el reverso del marco: «De parte de sus traviesas alumnas». Por las mismas fechas, el señor Anselmo fue el destinatario de una carta del mismo remitente. Jamás se supo su contenido, pero en las sucesivas estancias de monsieur Lussot en el Barrio, él y el señor Anselmo compartieron muchos momentos en el bar del Salón Social.
Entrañable historia, que haría sonreír, sobre todo, a un chaval. Pues seguramente desconocerá el terrible respeto que los niños tenían a los mayores de esa época,
Saludos.
Otros tiempos, sí, aunque estén a la vuelta de la esquina.
Esto me ha llegado muy adentro:
«¿Y por qué no me pedisteis a mí que os la hiciera?»
«Porque usted sólo retrata paisajes y bichos».
Es un razonamiento que retrata la ingenuidad de nuestra propia niñez.
Buen fin de semana, Mirada.
Razón llevas. A los nueve años —los de entonces— el mundo de la infancia era más limitado que ahora. O eso parece desde la distancia.
A disfrutar.
Tus posts me recuerdan la Biblia de Jerusalén. Sí, sí, no te sorprendas, pues en esta biblia las notas te remiten de cita en cita, de forma que no acabas nunca… o quizá vuelves al punto de partida después de recorrer media biblia. Y eso me ocurre aquí, que, siguiendo los enlaces, voy de un post a otro y me pierdo en la distancia, aunque, afortunadamente, mi navegador me ha ido dejando chinitas en el camino para que pueda volver.
Pues no era mi intención poner dificultades, sino todo lo contrario. Ya lo siento.
No son dificultades, sino que echo de menos no haber estado en el blog desde el principio para conocer todos los antecedentes y los personajes. (Igual que en la Biblia de Jerusalén cuanto más hayas profundizado menos te pierdes…)
Los enlaces los entiendo como simples refuerzos que se pueden consultar o no, porque los posts son independientes los unos de los otros aunque haya un nexo de unión entre ellos.
Pero yo soy muy curiosa y me gusta seguirlos, hasta que llego a otro post que también tiene enlaces, los sigo, luego a otro y a otro…. hasta que decido volverme cerrando pestañas de mi navegador.
Entonces combina bien tu curiosidad con mi manía de entrelazar unos posts con otros…
«Bien está lo que bien acaba»
La gloria puede ser comenzar un domingo leyendo tus historias de la señorita Valvanera. Gracias
Abrazos
…es que esta bitácora no sería la misma sin ella.
Besos.
Me ha hecho gracia la ingenuidad de las crías “Porque usted sólo retrata paisajes y bichos” y he recordado alguna de las Leicas de aquellos años, pero antes he degustado un poco de pierna de ternasco, aunque casi se me atraganta al ver a María Petra, colgada de una cuerda a punto de ser estozolada.
Parte de la fascinación de la niñez reside en la simpleza de sus concepciones. Reina lo inmediato (coger sin permiso una Leica para que alguien haga la foto) y no existe el después (¿qué ocurrirá cuando la cámara vuelva a su sitio? ¿quién revelará la foto objeto de todo?).
Seguramente ellas no sabían que su foto se iba a quedar dentro de la cámara hasta que monsieur Lussot quisiera.
Supongo que ni siquiera lo pensaron; los conocimientos técnicos que poseen las criaturas de ahora eran impensables hace treinta y tantos años.
Repasando ahora el post, me detengo en el cuarto de los cataticos (de los cacharricos, diría yo) y me lo imagino como algunos cuartos que conozco en los que siempre pienso lo complicado que debe ser limpiar el polvo. Y que no se le puede dejar a una asistenta por horas….
Esa es la parte poco práctica de emperifollar cualquier habitación; supongo que quienes gustan de esas acumulaciones les dedican más de un momento extra, porque el polvo no perdona.
La lectura de tu entrada me ha dejado un suave y dulce sabor de boca en el que se entremezclan las lecturas de los libros de recuerdos de Marcel Pagnol con los propios de aquella infancia remota con olor a tiza y oscuridad.
Salud!
La infancia cobra intensidad conforme se aleja. Y aunque los recuerdos se alteren, la esencia de las vivencias de la niñez permanece como recordatorio del paso del tiempo.
Salud(os).