«Petronilo»: Archivo personal
Todos los comensales del restaurante del Salón Social están pendientes de los nuevos. Los nuevos llegaron al Barrio el viernes, pasadas las ocho de la tarde, y se alojan en la Casa de Turismo Rural. Son un matrimonio de cuarentones con una hija de unos diez u once años. “Entonces, ¿no hay varios platos para elegir?”, se extraña la mujer cuando Josefo, el camarero, les indica el menú sabatino. “No, señora. Ensalada de lechecillas, de primero, y bacalao a la trufa, de segundo. Pero, si no les apetecen, podemos freír o asar alguna carne y prepararles una ensalada aragonesa…”. Al final se decantan por la ensalada aragonesa y el bacalao a la trufa. “¿Qué son las lechecillas, mamá?”, pregunta la muchacha.
Los nuevos han consumido la mañana visitando la iglesia, el Museo de la Escueleta Vieja, la exposición de cerámica de Bandaliés de la Sala Pepito de Blanquiador y el Taller de las Tejedoras, donde han comprado una mantelería de seis servicios, en tejido alemanisco decorado con bordados de amapolas. Mercedes, improvisada guía turística de la familia, y que está sentada a la mesa con la señorita Valvanera y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, susurra: “La mujer no ha terminado de creerse que la mantelería esté hecha a mano. Le parecía muy cara… Y eso que Felicitas le ha mostrado cómo se trabaja en el taller… Esta tarde iremos al Torrollón y al molino de aceite“.
A mitad del primer plato la familia ya ha dejado de ser una novedad y las voces suben y bajan entre bocado y bocado. A los postres —bizcocho casero relleno de queso y mermelada de fresa— las conversaciones adquieren un cantarín crescendo; se entrecruzan comentarios de una mesa a otra, se habla del tiempo —«..y este cierzo que no para…«, «…en casa hemos vuelto a encender la calefacción«, «calla, calla, que yo me he tenido que echar otra manta«— y se invita, con cordialidad, a los nuevos a intervenir en el parloteo intrascendente que alcanza su culminación cuando Olarieta, la cocinera, y Josefo, depositan sobre las mesas las jarras de café de puchero, las teteras y las jarritas de leche y reparten tazas, platitos, cucharillas y tazones para que cada cual se sirva libremente. “Si les gusta el té, les aconsejo éste; es té de roca, cogido en la zona”, sugiere la señorita Valvanera al matrimonio de recién llegados al Barrio. “Mira, mamá, qué gato más gracioso…”, dice la niña. Petronilo, que ha permanecido inmutable sobre la mesa de la galería que se asoma al río, se acerca, meloso, a la muchachita y se estira perezosamente al acariciarle ella el lomo combado.
Cuando los jugadores de guiñote empiezan a ocupar las mesas cercanas a la barra del bar, Petronilo ya se ha aposentado sobre las piernas de la jovencita y ronronea, desmadejado, indiferente al ruido, con un hilillo de saliva entre los bigotes y las manos de la chiquilla masajeándole la cabeza.
De momento nos empiezas a dar envidia con las lechecillas y el bacalao, luego nos das un garbeo para que baje bien la comida y a la vuelta y de postre bizcocho y mermelada.
Pero que cierren bien las puertas, que el cierzo se nos lleva hasta las ideas.
¿Por cierto, no sabrás en el año actual, cuando llega el 40 de mayo?
…Y el gato calentándose en el fuego bajo.
¿…pero a que te ha sentado bien, Jubilado, la lifara y el trotecillo para entonar el cuerpo zarandeado por este viento nuestro que traspasa la ropa hasta dejarnos el cuerpo como un cubito de hielo?
(Hasta el cuarenta de mayo no sólo no hay que quitarse el sayo —o los marianos— sino ponerse dos o tres más; por si acaso.)
Buena comida y ambiente en el comedor, buen paseo, preciosa cerámica la de Bandaliés y sobre todo ello el maravilloso Petronilo.
Una maravilla de gato, el bueno de Petronilo… Y con una propensión a los accidentes que ya debe de haber gastado diez vidas.
¿Me equivoco si pienso que estas historias están construidas a base de nostalgia? Que son pasado y no presente, sueño más que realidad.
Te equivocas, Senior citizen. En los sucesos cotidianos, en las conversaciones con los semejantes y en las narraciones orales que se escuchan hay suficientes elementos para componer un texto sin que exista, necesariamente, una implicación afectiva de la persona que redacta más allá del conocimiento que extrae de las reacciones observadas.
¡Qué mimoso Petronilo!
Deduzco que los nuevos del barrio ya son de la familia. Se han adaptado, o mejor dicho, le han hecho todo extremadamente fácil para que se adapten en una tarde.
¡Ay, cómo me gusta tu barrio!
Abrazos
Bueno, en realidad sólo han sido visitantes de fin de semana; quizás repitan…
Otro abrazo, Trini.
Me he quedado con las ganas de saber la respuesta de la madre a la pregunta de la hija de las lechecillas. No he probado esa clase de ensalada y no me importaría comerla para saber como sabe.
Salu2.
Pues nos vamos a quedar sin saber qué le dijo, Sands… Es probable que te gusten las lechadillas; las de ternasco son sabrosísimas.
Los recién llegados siempre son novedad, y a la hora de comer suelen ser indecisos. Mi padre y mi tío, se llevaron muchos años trabajando tras la barra de un bar, y también tenían un gato. Aunque el felino les dio más de un disgusto.
Saludos.
Los trabajos que se realizan de cara al público exigen amoldarse a todo tipo de clientela; no siempre resulta fácil. Imagino que tus familiares trabajarían duro. En cuanto a los gatos, son seres que no siempre responden a la pauta que se les pretende marcar; suelen ser ellos, además, quienes la marcan.
Saludos.
No conocía la ensalada de lechecillas ni sabía de la existencia de esa especie de mollejas. Ahora ya lo sé y a pesar de no ser amiga de comer despojos, bien calientes serán buena protección contra el frío.
El cierzo de la «mediodiada» de tu post no ha cesado. Esta tarde, cuando entraba en Huesca, he llegado a temer que el viento nos estampara, al coche y a mí, contra el convento que hay enfrente de la ITV.
Buen fin de semana y esperemos que mejore el tiempo.
…y sigue el cierzo, racheado, pitorreándose, también, de este junio recién iniciado con un Sol que se esfuerza. Tendrás que seguir agarrándote bien al volante, me temo.
Buen «finde», Pili.