La señora Benita, la vieja santera de la ermita de la Virgen de los Morros de Cebollón, se agita —entre ayes y suspiros— en el lecho de cabezal taraceado, velada por las Tejedoras, que se turnan en su cuidado desde que fue dada de alta del hospital. Cinco días atrás, mientras mostraba a unos turistas el antiguo pozo de hielo situado en la trasera de la ermita no consagrada, perdió pie y se precipitó en el interior golpeándose la cabeza con los resistentes adobes que todavía dan forma al nevero. “Y perdí la uñeta”, recuerda compungida; porque, para la última taumaturga oficiosa de la sierra, la uñeta del Niño Jesús, heredada de generación en generación por las mujeres de su familia, y que portaba en un dije colgado del cuello, posee un simbolismo que trasciende toda circunstancia religiosa para convertirse en mágico talismán capaz de transferir asombrosos bríos a su legítima poseedora.
La señora Benita, agreste sibila de supersticiones absorbidas de sus perennemente rememoradas Dulcis, la Reineta, y Treseta de Cosme, contempla, entre hipidos, a sus complacientes cuidadoras. Un hematoma oblongo, coloreado de negro, naranja y amarillo, se extiende desde el nacimiento del pelo hasta el párpado inferior del ojo derecho. Entre sus manos, un escapulario descolorido; en sus labios entreabiertos, un siseo monocorde que, poco a poco, remite y cesa.
Duerme la añosa santera de la uñeta perdida con los últimos destellos del día reflejados en la ventana que da a la placeta de la fuente seca. Fuera, Meterete, la cigüeña, regresa a la torre recompuesta de la iglesia llevando su diario alijo de ramitas para reforzar el nido.
Poco porvenir tienen ya las santeras -con uñeta y sin uñeta- con la competencia de esas pitonisas que salen en televisión por las noches.
Digamos que el de santera es ya un oficio para el recuerdo; en cambio, las y los profesionales del sablazo al incauto de turno son más abundantes que las setas.
Pobre señora Benita. A esa edad y esos golpes…
Y, si además perdió la «uñeta» debe de estar doblemente preocupada por su devenir.
¡Cómo me gustan esta historias! tan familiares. No sé, es como si conociera a estos personajes desde toda la vida.
Abrazos
Ah, pero es que las ganas de vivir suelen ser más efectivas que toda una colección de uñas divinas…
Se les coge cierto aprecio, sí. Esta bitácora tendría menos sentido sin las gentes del Barrio.
Más abrazos.
Muchas santeras veo yo en este artículo, aunque no es lo mismo, recuerdo que de crío fui a un curandero, así lo llamaban, aunque era también masajista y lo que la Seguridad Social no supo arreglarme lo hizo el en un momento, una torcedura que me mantenía el pie y el tobillo inflamadísimo, me dio un tirón que me hizo ver las estrellas y empezó a rebajar la hinchazón.
No conocía lo de uñeta como reliquia, si como pesca a mano, que por cierto está totalmente prohibida.
En realidad, santera sólo es -como voluntaria cuidadora de una peculiar virgen- la señora Benita; las otras dos fueron, exclusivamente, expertas en remedios naturales que, en algún caso, se siguen utilizando. Y, sí, se dan casos como el que relatas, y, la mayoría de las veces, será efectiva la manipulación del hueso, pero, en mi caso, aunque no desdeño las tisanas y los emplastos, me da mayor seguridad la preceptiva radiografía.
En métodos de pesca, soy una nulidad.
Me hicieron lo menos cuatro radiografías, en dos días de frente y de lado, aparentemente todo estaba bien, sin embargo tenía un hueso ligeramente fuera de su sitio que era el que me provocaba la inflamación, y no lo llegaron a ver. Al cabo de una semana fuimos al masajista y cuando me empezó a tocar lo notó en seguida, por ello al darme el tirón forzando el pie consiguió volver a ponerlo en su sitio.
Tampoco serían tan espabiladas las personas que estudiaron las radiografías. Está claro que poseer una titulación no es la panacea. Lo mío sólo es aprensión y, sobre todo, fe en la ciencia. No obstante, chapó por el masajista, sus dedos expertos fueron más útiles que todas las lecciones de anatomía a las que asistieron los titulados.
Aquí se le llama santera también a la mujer que cuida de una ermita y no tiene nada que ver con las curaciones.
Pues lo mismo que la señora Benita que, además -y sin tener nada que ver lo uno con lo otro- está familiarizada con los usos de las plantas medicinales.
A unos kilómetros de donde vivo, en Pradejón, había un curandero q era una joya arreglando fracturas y esguinces con masajes. Sus mejores clientes eran deportistas q necesitaban ponerse en forma lo más pronto posible, y el método de ese hombre funcionaba y vivía de esas curaciones.
Salu2.
No lo dudo, Sands. Rebuscando en Google he encontrado hasta un artículo sobre el señor que mencionas.
No es extraño que la señora Benita no sufriera lesiones más graves. Con la uñeta, el trozo de carne de san Urbez y la protección de Morros de Cebollón su vida estaba en inmejorables manos.
Buen fin de semana.
Fígurate. Con semejante arsenal milagrero…
Buenn «finde», también, Pili.
Comprendo que la señora Benita estuviera triste por perder la uñeta heredada de generación en generación, pero al menos le quedaba el escapulario descolorido.
…y bien descolorido. Muchísimo. Tanto, que no se aprecia si alguna vez hubo algún dibujo de santo, santa o virgen en su superficie.