«Caserío Aspain-Txiki (Leitza)»: Archivo personal
I
Tarde-noche dominical
“Joder, sois la repanocha”, le espeta Asier a la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio nada más llegar a la bajera [*] de Zizur donde han quedado para cenar unas pizzas. “Tanto decirme ‘cuando juguéis en Leitza, avisa, que iremos’…” “¿Y no hemos ido, o qué?”, lo interrumpe ella. “Claaaaro, a ver el abetal de Izaieta y a echar unos tragos, porque lo que es al partido ni os habés asomado”. “Bien teníamos que ir a saludar a Carlos y curiosear en los escenarios donde se rodó parte de Ocho apellidos vascos, ¿no?”, apunta Marís. “¿Ah sí….? ¿Y en qué parte del metraje sale el abetal, lista…? Porque, que yo sepa, no…” “Venga, va, que se reseca la masa…”, media uno de los jugadores del C.D. Iruntxiki de Beriáin que se ha sumado a la cena. “Aún nos acusará de ser los culpables de que hayan perdido”, dice por lo bajo Étienne.
II
Seis días antes. Fragmento de una conversación del Grupo de WhatsApp
Maria Petra: Mam’zelle [**] está que trina porque llevas dos ensayos perdidos de don Perlimplín y Emil está hasta los güevos de sustituirte. Como no aparezcas el finde…
Asier: Nah. Tampoco. Jugamos en Leitza contra el Aurrera.
La veterinaria: En Leitza???? Ah, pues iremos. ¿No te dije que si nos avisabas con tiempo iríamos…? Tenemos en ese pueblo un amiguete.
Asier: Vendréis al partido de fútbol…? En serio…?
Marís: M’apunto.
María Petra: Qué rabiaaaa… No puedo ir por el teatro. Me fastidia porque hace tiempos que no veo a Carlos.
Étienne: Puf, no sé, creo que tengo el traje de cheerleader en la tintorería, jajaja.
María Petra: Cuando lo recojas nos haces en privado un desfile, que estarás de un monín…
María Petra: Asier, llama a Mam’zelle cagando leches y le cuentas que te pierdes otro ensayo.
Asier: Ok.
Asier: Lo de Leitza, qué? Confirmáis?
La veterinaria: Sí. Yo iré.
Marís: Sí, sí. También. Tengo ganas de ver a Carlos y a su mujer.
Étienne: ¿A qué hora jugáis?
III
De lo que, tras poner en común los recuerdos de las protagonistas, podría ser el prólogo aunque se halle al final
“Sucedió un verano. Tendríamos diecinueve o veinte años y nunca habíamos oído hablar de Leitza. Tampoco imaginábamos que, tiempo después, el nombre de la villa Navarra lo recordaríamos unido a una cazuela de conejo guisado y a un autoestopista”, comienzan.
Pero pongámonos en el contexto: Julio, un mediodía tórrido, tres chicas despreocupadas rumbo a los Sanfermines en un Peugeot 205 de tres puertas, escuchando a Reincidentes en el radiocasete y con los estómagos azuzados por el olorcillo grato que se extendía desde los asientos traseros, donde el contenido de una cazuela alta (de esas esmaltadas en rojo y con el interior azul claro) que Marís sujetaba entre los pies, aguardaba el momento del asalto. “Lo hemos hablado muchas veces y siempre con la misma conclusión: Jamás nos ha sabido tan sabroso un guiso como aquel preparado por la madre de Marís y que, en un principio, nos negamos a aceptar”.
—¿Pero, Isabel, cómo pretendes que nos llevemos eso? ¡Que nos vamos de Sanfermines!
—Ah, ¿es que en Sanfermines se ayuna…? Cuando paréis a medio camino y os lo comáis, me lo agradeceréis.
Se detuvieron en Puente la Reina de Jaca, estacionaron el coche bajo la única sombra que encontraron en el animado aparcamiento junto a la Nacional 240, compraron bebidas en el bar y se dispusieron ya no a comer, sino a zampar. “Entonces los vimos. Dos chicos vestidos con ropas militares haciendo autoestop”.
Los soldados se fijaron en el vehículo con matrícula de Navarra y decidieron probar suerte y acercarse a preguntar a sus ocupantes si iban a Pamplona o sus inmediaciones. Carlos y Miguel Ángel, eran sus nombres. Uno de Leitza (Navarra), el otro de Celorio (Asturias), ambos de permiso del servicio militar que prestaban en Jaca. “Imposible olvidar sus caras de asombro cuando nos descubrieron sentadas en el suelo, con la cazuela en medio, las barbillas y las manos pringadas de salsa, hincando el diente a las piezas de conejo y mojando pan como si lleváramos días de hambre atrasada”. A los cinco minutos, los desconocidos se habían unido al banquete y asegurado el viaje a Pamplona. En el caso de Carlos, hasta la misma puerta de su casa en Leitza.
“De Miguel Ángel no volvimos a saber una vez que se espaciaron, hasta desaparecer, las comunicaciones que intercambiábamos”. Con Carlos, por el contrario, nunca han dejado de mantener el contacto desde aquel lejano mediodía caluroso en Puente la Reina de Jaca.
NOTAS
[*] Local comercial en desuso, a pie de calle, que se alquila como lugar de ocio privado. Son tradicionales, entre la gente joven, especialmente en Navarra y La Rioja. A las bajeras se las conoce, también, como piperos.
[**] Apelativo referido a la señorita Valvanera, maestra jubilada y directora del Grupo de Teatro.
Jaca… «quintos» de uniforme… asociación de ideas… Y me viene a la memoria mi tío, el que hizo en Jaca aquellos seis meses de servicio militar de la Milicia Universitaria. Mal tuvo que terminar los campamentos cuando lo mandaron a la otra punta del mapa. Seguro que se quedó en sargento.
En tiempos, el alejado destino militar era, en muchos casos, el único lugar al que viajarían en toda su vida aquellos muchachos obligados a servir a la patria… Tenía la idea, ahora entiendo que equivocada, que, salvo el campamento inicial, tanto los de las M.U. como los voluntarios hacían la mili en su lugar de residencia.
Pues no se decirte, ya que esto fue cuando yo era una niña. Años después lo viví más de cerca con los amigos y, efectivamente, se quedaban no en su lugar de residencia, sino donde estudiaban. Lo que sí recuerdo de mi tío es que hablaba de frío que pasó…
Puedo añadir que, en la época de mis amigos y novios, ese servicio militar consistía en dos veranos de campamento en Montejaque y luego esas «prácticas» de seis meses en un cuartel o donde los destinaran.Creo que mi tío estuvo en pleno Pirineo.
También eran otros tiempos y el debate entre hacer la mili/no hacerla ni se planteaba como sí se hizo muchos años después, cuando algunos insumisos que terminarn encarcelados fueron abriendo camino para anular la obligatoriedad del servicio militar.
Pues sí, frío pasaría. Y más si los llevaban de maniobras por esos valles donde, incluso en verano, no estorban un buen jersey y una buena manta.
Conozco muy poco de Navarra, pese a ir a Pamplona a la Clínica Universidad de Navarra todos los día durante más de un mes, (tenía un hijo ingresado) pero si que conozco Puente la Reina de Jaca… Bueno tampoco, ya que en realidad solamente conozco el río Aragón a su paso por el mencionado municipio, Estuve en tres ocasiones, en dos de ellas trabajando de vecinal para el ayuntamiento de Bailo, volviendo agua y canalizándola para llevarla a una acequia, Otra de las veces fuimos dos familias a lavar al Río Aragón, fue un año que se secaron en Bailo todas las fuentes y gracias a mi padre no nos ahogamos todos, ya que se preparó una tormenta y mi padre cogió un capazo enorme de ropa y se lo llevó ya que nadie le hacía caso de salir del río. Al momento se oyó un enorme estruendo y el agua subió de forma alarmante.
Tiene su lógica que los pueblos navarros más conocidos para quienes vivimos en Aragón sean los más próximos; Leitza está situado en el límite con el País Vasco y nos queda a desmano.. Supongo que a Puente la Reina irías incluso andando, porque está muy cerca de Bailo, tu pueblo, parada obligada, al menos antes, del autobús que hacía la ruta de Huesca, Pamplona, Jaca y los valles y que paraba en Puente la Reina para los transbordos.
El Aragón, que parece tan tranquilico viéndolo desde el puente, tiene muy malas pulgas, así que tuvisteis suerte de que tu padre estuviera al quite. Qué tiempos aquellos de hacer la colada en el río, o incluso en los lavaderos municipales, que ahora son reliquias que se intentan preservar.
El día que que se fue a lavar íbamos en un carro prestado.
Los dos días que fuimos a volver agua para conseguir canalizarla para que fuera a un molino y moviera un alternador y así tener algo de energía eléctrica en Bailo a patita, ida y vuelta, son poco más de 6 km.
Son poco más de 6 km al ir y otros tantos al volver.
En la actualidad si recorro un kilómetro me entra una enorme fatiga, casi para tener que ingresarme.
Has estado inmóvil mucho tiempo y los musculos se resienten y lo más elemental les resulta trabajoso. Ya sabes, poquer a poquer, hasta donde puedas.
Es que, a nada que llevaseis mucha colada, mejor quitarse peso, aunque entonces la gente estaba más habituada a ir de un sitio a otro a pie.
He visto la película que nombras sin embargo no sabía que se grabó en un pueblo de Navarra ni me acuerdo si he pasado por Leitza alguna vez. Los tiempos han cambiado mucho en unos años, la «mili» y los radiocassettes son historia. Queda el conejo guisado, ese no pasa de moda.
Saludos.
JBernal
Algunas escenas se rodaron en Leitza, pero las hay en cuatro o cinco lugares diferentes, tanto en Sevilla como en el País Vasco, porque Argoitia, el pueblo costero de la película, no existe.
Mucho han cambiado los tiempos y con mucha rapidez, además; las comidas de siempre, por fortuna, son atemporales.
Salud.
Qué bueno! Me ha encantado esta entrada.
Nos sitúas en un escenario presente pero el punto de partida está en el pasado, tantos años atrás.
Bien por Carlos, que supo mantener el contacto.
Tremendo equipado! Qué bien se lo pasan, con ellos me iría a cualquier lugar 😉
Se me quedó grabada en la retina la cazuela roja con el interior celeste. Ha sido como estar allí, no te digo más.
Gracias por compartir, Una mirada…
Un beso grande.
Esa era la idea, hacer una especie de retroceso cinematográfico como si la cámara fuera marcha atrás en el tiempo. De ahí el Travelling del título.
Ah, las cazuelas rojas… En el Barrio son muy comunes todavía y puede que no haya casa que no posea una o varias. Las perolas y peroletas son los nombres que se dan a las rojas tamaño estándar y pequeñas y perolón, al grande, alto y redondeado… Ese conejo tenía que estar de vicio.
Otro beso para ti.
La vida está llena de encuentros casuales que nos aportan durante años. Y no solo por el delicioso guiso de conejo. Sino por la amistad espontánea que se inició. No hay nada más bonito que una amistad que perdura en el tiempo, tan bien reflejada en ese fragmento de WhatsApp que acompañas. Conozco bastante bien Navarra de donde era original mi madre. Es una tierra única. Un abrazo.
La amistad perdura más que el amor, tal vez porque es un afecto que traspasa la mera envoltura corporal para ahondar en el alma y forjar unos lazos que el paso del tiempo va estrechando sin asfixiar. Así ocurrió en este caso, que Carlos y las chicas, a partir de un encuentro casual, forjaron una relación de camaradería que pervive porque comparten, en lo esencial, puntos de vista muy similares.
Teniendo orígenes navarroaragoneses (y se te nota el orgullo) no es de extrañar que sientas esa sintonía con Navarra, una tierra de bellos y duros paisajes y habitada, en su mayoría, por gente de sentimientos muy nobles.
Cordialidades.
Tres capítulos de distintos universos, con un ida y vuelta en el tiempo. Muy interesante cómo los has escrito.
A veces cuando uno repasa los momentos de encuentros que marcarán la vida de los encontrados, son tan casuales y se dan de esa única manera tan marcada, que quedan recortados, resaltados del resto de hechos.
Ejemplo: tuve un encuentro nocturno en una playa con alguien que hasta ese punto era un desconocido, y tan solo por preguntarle algo (veníamos en grupo cantando con una guitarra y nadie se acordaba cómo continuaba una canción), quedó marcada a partir de ahí la vida de varios del grupo, y creo que un poco ha salvado la de él, hoy un amigo.
Sí, el tipo respondió correctamente cómo seguía la canción, y se unió al grupo. A partir de ahí ya no anduvo solitario y pudo alejarse de malas compañías.
Abrazos
Hay encuentros venturosos, como el que relatas, capaces de cambiar el rumbo de una vida. Normalmente, siempre se nos previene contra las personas desconocidas pero en el aprendizaje de la vida el conocimiento ha de empezar por las gentes, sin que el hecho de ser desconocidas suponga algo negativo. Hay casualidades que parecen cumplir una misión y hay que seguir el instinto y las propias impresiones. Muchas veces, en esos encuentros anecdóticos está el germen de la amistad duradera.
Más abrazos.