«El Peine del Viento»: Archivo personal
“Mi madre, con doce años, entró de mandadera en una de las villas del Antiguo. Estuvo hasta los dieciséis, que se quedó preñada y le dieron puerta. […] Mi hermano nació en Munguía, en casa de mis abuelos paternos, y cuando iba a nacer yo, papá y ella marcharon a Francia. Casi con lo puesto. Así que sí, esta tierra me tira un poco. Será que soy vieja y el pasado es mucho más denso e interesante que lo que me queda”, explica Corito.
Recorren, descalzas y al ritmo que imponen los pasitos cortos y cansados de Corito Larrauri, la orilla despejada de la playa de Ondarreta, bajo el monte Igueldo, hasta el peñón de Loretopea, donde hace un siglo se levantaba la ermita de la Virgen de Loreto y que por extrañas analogías fonológicas alguien tradujo erróneamente como Pico del Loro, denominación que hizo fortuna y sigue siendo la utilizada en castellano para nombrar el saliente rocoso que separa Ondarreta de la playa de la Concha, en el promontorio donde se asienta el Palacio de Miramar.
Las cuatro mujeres se detienen y reculan hacia el otro lado, encaradas al Peine del Viento, circunvalando a quienes, sentados o tumbados en el arenal, observan la lejanía bajo un cielo con retales de nubes blanquecinas entre las que se entrevé el brillo desteñido del Sol.
En la zona más alejada del agua asoman, cual olvidados muñones, los cascotes de las viejas arquitecturas derribadas muchas décadas atrás y que un día se irguieron a orillas del Cantábrico, como la del antiguo penal que, corroído por la humedad y el salitre, fue dinamitado en 1949 y cuyas esquirlas diseminadas resisten, contumaces, el cribado anual que realizan los servicios de mantenimiento. Allí, en el Antiguo, donde nació la primitiva ciudad que tomó el nombre de San Sebastián en el siglo XII.
Philippe, el sobrino de Corito, aguarda, con Étienne, en el aparcamiento próximo a la playa. Junto al vehículo, el grupo se despide de ella con la congoja adherida a la piel, conscientes de que tal vez sea el último encuentro. Lo perciben en sus ojos sombríos, en la fragilidad de ese diminuto cuerpo del que la metástasis se ha apoderado. Lo supieron cuando telefoneó desde Vers-Pont-du-Gard para contarles que iba a viajar a San Sebastián y pedirles que se reunieran con ella. «Por si ya no tenemos ocasión de vernos«, dijo.
Se abrazan las tres, aferradas unas a otras. Corito, Agnès Hummel y la señorita Valvanera. Coetáneas y amigas. “Bueno, tía, tendremos que ir marchando”, musita Philippe. La veterinaria y Étienne rodean con sus brazos a la menuda mujer. “Cualquier fin de semana iremos a verte, Corito”, le dice la veterinaria en tono que quiere ser desenfadado. Y ella asiente y hasta sonríe.
Cuando el coche de tía y sobrino se incorpora al tráfico y se pierde, se quedan Étienne y las mujeres mirando, taciturnos, las olas que rompen en la escollera, a los pies de las esculturas de Chillida.
13 de septiembre de 2021
El tiempo que pasa y las despedidas, siempre tristes. Emoción.
Salud.
Tristes. Muy tristes. Porque algunas despedidas son las definitivas.
Salud.
Este artículo me recuerda el año inicial de la pandemia, teníamos concertado un hotel en San Sebastián ya que mi hija y su marido iban a correr una cicloturista allí y aprovechábamos mi mujer y yo y los acompañábamos para ver la ciudad.
Yo tenía preparado las cosas que íbamos a visitar, cuando mis hijos estuvieran pedaleando y todo se esfumó, nos quedamos con dos palmos de narices.
Afortunadamente, ese viaje aún puedes realizarlo y resarcirte de la visita programada fallida. Donosti es una ciudad hermosa; la denominación de Bellla Easo no es una exageración sino una certeza comprobable. Y además de rincones maravillosos, en los bares sirven unas tapas de galardón.
De momento pensar en que tengo que ponerme una mascarilla dentro del hotel, hace que no me den ganas de salir. Ya veremos que ocurre en un par de años y si yo todavía soy capaz de viajar.
La posibilidad sigue estando allí, sin prisas, y tampoco es caso de imponerse la obligatoriedad de viajar.
La vejez está llena de despedidas… Se podría decir que es una lenta despedida.
Quizás sea como dices, pero eso no impide hacer único cada instante.
Una despedida con el pensamiento de que sea la definitiva. Yo creo que eso se sabe, por muy buena voluntad que tengamos en ese momento del adiós. Yo he vivido alguna así. En todo caso, una despedida en San Sebastián es una enorme posibilidad de disfrute visual. En mi reciente estancia he repetido las fotos del conjunto de esculturas de Chillida, desafiantes al mar. Una hermosa historia, como hermosa es Donosti. Un abrazo.
La vida y la muerte van unidas y en ese espacio que hay entre ellas, somos. Esa es la única certeza, ese Más Aquí en el que existimos y al que nos hemos amoldado y donde hemos establecido fobias y afectos. Y cuesta, cuando se tienen ganas de continuar, abandonarlo todo. El resto, el después, se encaja dependiendo de las convicciones de cada cual.
Ahora que comentas de Donosti y Chillida, un profesor de Historia del Arte, de ironía corrosiva, decía que Chillida y el pintor Miró tenían en común «el arte de saber titular magistralmente sus obras».
Otro abrazo para ti.
Donde rompen las olas…..justo allí suele ser un punto donde la mente juega a dispersarse, donde los recuerdos se hacen más vívidos, donde la piel se despoja del alma y ésta siente con más intensidad si cabe.
Es un punto de partida y también de llegada.
Algo que te llena y al mismo tiempo te vacía. Como esas despedidas que son para siempre………
Tu texto es suave pero rotundo, nos cala hondo. Ayyy la vida, ¿verdad? y la muerte al final, cuánto pozo de tristeza deja.
Gracias, Una mirada.
La muerte es la desaparición física de la persona, un final que, pese a formar parte del ciclo biológico, no se termina de asumir. Duele saber que alguien a quien aprecias ha perdido ya el tren del futuro, que lo que fue y significó solo se mantendrá en los recuerdos… Y todo lo que se puede hacer es aprovechar esos instantes de vida, hacerlos extraordinarios hasta deshacer la angustia.
Gracias a ti.
Un abrazo.
💞💞💞😘
Otro beso para ti.
Las despedidas son tristes. Ya sabemos que la muerte nos va a tocar a todos, pero es duro decir adiós a quién has querido o apreciado. Adiós para siempre.
Preciosa ciudad San Sebastián, o Donosti. Para mi gusto de las más bonitas de España, aunque no conozco todas.
Estoy de acuerdo; Donosti es una de las ciudades más bellas en su conjunto, sin perder su categoría de entrañable porque es una ciudad acogedora donde hasta las despedidas definitivas encuentran un marco emotivo para guardarlas en el corazón y la memoria.
Pues esta vez las olas rompieron donde la melancolía las aguardaba.
«Las despedidas son esos dolores dulces» dice una canción que me gusta mucho y que ya te imaginarás a quienes pertenece.
Abrazotes!
Las olas rompieron donde la melancolía las aguardaba… Me gusta. También la canción de los Redonditos, con ese «sonido garaje» que me recuerda a esos grupos de la adolescencia.
Más abrazos para ti.