«Reflection in puddle»: Eugene Romanenko
“Esta vez no habrá escapadas emotivas”, dice el profesor Tarlós cuando el grupo aborda la mashruska[1] que une Chișinău con Tiraspol. “Visitaremos la destilería, comeremos, daremos un pequeño paseo por la ciudad y regresaremos dentro del cómputo de tiempo que nos dan para estar en el territorio”. Territory, lo llama. No country, state o nation. Territory. Transnistria. La rebelde Transnistria independizada unilateralmente de la República de Moldavia y autoproclamada República Moldava Pridnestroviana; rumanizada la Moldavia reconocida internacionalmente; profundamente rusa e ignorada la otra, la separatista y eslava Transnistria. Y, entre ambas, una guerra civil felizmente corta pero, aún así, cruenta, y un conflicto territorial largo y, aparentemente, irresoluble.
En la frontera —porque la RM Pridnestroviana tiene instalada su propia frontera, tanto en la parte que linda con Ucrania como en la de la oficial República de Moldavia— los guardias eslavos de Transnistria recogen los pasaportes que, en bloque, les entrega el conductor de la mashruska. Enseguida sube un agente y se dirige, en ruso, al profesor Tarlós y su grupo, preguntándoles si se trata de una visita turística. “De estudios”, responde el profesor, también en ruso. “Estamos invitados a la destilería Kvint de Tiraspol”. En un ticket-visado entregado a cada miembro del grupo se les concede una estancia de veinticuatro horas en la República Moldava Pridnestroviana a partir de ese mismo momento, con la aclaración verbal, en inglés, de uno de los agentes, de que si, por cualquier circunstancia, se prolongara la visita están obligados a acudir a la oficina de registros para solicitar una prórroga de estancia y comunicar su lugar de alojamiento. “Y si no, nos mandan al gulag”, murmura entre dientes Monique, una ingeniera agrónoma marsellesa, sin perder la sonrisa.
Las pinceladas de ambientación soviética de la capital moldava, Chișinău, adquieren unos trazos bastante gruesos en Tiraspol, la capital de la RM Pridnestroviana, con la desmesurada estatua de Lenin que, a modo de elevado cancerbero, se alza ante el parlamento de Transnistria; o los repetidos murales donde el Che Guevara, tocado con su gorra roja ladeada, taladra con la mirada a quienes transitan junto a los muros pintados de héroes —Yuri Gagarin incluido— que se asoman a unas calles limpias y con apenas tráfico, álbumes de una época sobrepasada.
“Entre tanto memorial, tanto cemento y tanta herrumbre del pasado; ¿a que no hay la mínima alusión a los gitanos que deportaron y dejaron morir de hambre rodeados de alambradas en Transnistria?¿y a los judíos…?”, le pregunta la veterinaria a Stefan Tarlós, en un aparte, durante la degustación de brandis en la Kvint. “De eso no culpes a los rusos. Fue Antonescu. Fuimos nosotros, los rumanos, quienes lo hicimos”, responde él. Y añade mientras se lleva la copa a los labios y finge beber: “Pero no se te ocurra preguntarles a estos porque es posible que te manden a Soroca[2] de una patada en el culo”.
Dos días después, y mientras el avión que la transporta de Bucarest a Barcelona consigue que las dos repúblicas enfrentadas se pierdan en la distancia, retoma la veterinaria la lectura de Negro y rojo, el libro de Ioan T. Morar que, de manera novelada, cuenta la historia de los crímenes cometidos por el ejército rumano en Odesa y la deportación de los gitanos a Transnistria durante la Segunda Guerra Mundial.
[…]No hubo ninguna lucha contra el enemigo, aunque eso fue lo que les dijeron, que había que aniquilar al enemigo, y a los soldados les extrañó ver que ante ellos no había ningún enemigo terrible, ningún civil armado, sino tan solo una población descompuesta, paralizada por el miedo e incapaz de toda respuesta. La única arma de aquel extraño enemigo eran sus lamentos, sus gritos y alaridos a los que se unía la inútil invocación a la compasión[…].- Negro y rojo. Fragmento de la novela de Ioan T. Morar, traducida del rumano por Joaquín Garrigós.
NOTAS
[1] En Moldavia, autobús.
[2] Ciudad moldava donde habitan muchos gitanos.
Las malditas fronteras siempre semilla de sufrimiento… Y el olvido de aquella máxima: No hay más país que el mundo ni más raza que la humana.
Dejando a un lado el tema de la guerra que las enfrentó en 1992, el conflicto entre la República de Moldavia y Transnistria, que tiene estatus de Unidad Territorial Autonómica pero no de país independiente, es delirante. Si una persona accede a Moldavia desde Ucrania, tiene que pasar por la pseudofrontera de Transnitria, donde le dan un visado, pero como ese visado no es legal para las autoridades de la República de Moldavia, la estancia supone una ilegalidad con consecuencias para el turista despistado. Es como si Andalucía se montara sus propias aduanas y sus visados dentro de España.
Tras leerte en este y el otro artículo de Chisinau y mirar los mapas de los enlaces voy familiarizándome con esa parte de Europa. No sabía que había habido una guerra allí hace tan poquitos años, me quedé en la de Yugoslavia que fue tan tremenda y muy tratada en los medios.
Feliz semana.
Salvo excepciones, los medios no dedican mucho espacio a las que fueran antiguas repúblicas soviéticas. Me llamó la atención, por eso mismo, que algunos medios españoles hablaran de la manifestación que hubo, a principios de septiembre, en Chișinău para exigir al parlamento moldavo que votara a favor de la unión de Moldavia y Rumanía.Imagínate el efecto que debió tener esa manifestación en Transnistria, que son antiRumanía y proRusia.
Buenísima semana también oara ti.
Toda esta entrada me hace ir a buscar de qué se está hablando exactamente, es que esas fronteras «reales» y «ficticias» que mencionás nos resultan tan lejanas por distancia y por afinidad que parecen estar a años luz (a excepción del Che o Lenin y Gagarin que los tenemos presentes), parece una situación de otro planeta.
Debe ser muy interesante leer una novela al respecto, como esa de Morar que citás. Alguna películas he visto pero no exactamente de esa frontera, de esa región.
Imagino que con todo el lío que se armó en Crimea no hace mucho la región se vio resentida.
Abrazo
Todo es efecto de la desmembración de la antigua Unión Soviética en nuevos países, con viejos problemas enquistados que han resurgido al consolidarse como independientes. La República de Moldavia, por ejemplo, está conformada por regiones y gentes muy diferentes: la Moldavia más unida, tanto en lengua como en costumbres, a Rumanía; la de Gagauzia, con mayoría descendiente de los turcos selyúcidas, y Transnistria, de mayoría eslava y lengua rusa. Gagauzia aceptó tener una cierta autonomía pero dentro de la República de Moldavia, como ocurre en España con las Comunidades Autónomas, y Transnistria decidió unilateralmente que tenía derecho a ser un país independiente. Y ahí reside el problema: Ni la República de Moldavia (donde se halla la región de Transnistria) acepta esa independencia ni la ONU ni la Unión Europea consideran que Transnistria tenga entidad propia como república independiente.
No tenía ni idea de esa guerra entre Moldavia y Transnistria, que según acabo de leer, es una república socialista no reconocida oficialmente por casi ningún país y anclada en la época Soviética. Sólamente otros tres países que se encuentran en una situación como Transnistria, lo reconocen: Nagorno-Karabaj, Abjasia y Osetia del Sur.
Me ha hecho gracia el nombre de Sheriff que en Transnistria, lo utilizan para casi todo. Equipo de fútbol que se llama Sheriff, que la única cadena de supermerados sea Sheriff, que los autobuses reposten en una gasolinera Sheriff, o que los concesionarios que veas sean Sheriff.
Incluso he visto algún vídeo en español de la agencia AFP, de los rusos en español y he ido de sorpresa en sorpresa.
Por cierto la destilería Kvint produce el brandy Kvint. Inaugurada en 1879, es la empresa más antigua que sigue en funcionamiento en este pseudoestado.
Si deseas ver sus caldos y alcoholes pulsa en el enlace, traducido
La marca Sheriff también es la dueña de la destilería Kvint (bueno, Víktor Gushan, uno de los jerifaltes de Sheriff y muchimillonario); lo más hilarante de los caldos de la Kvint es que, para poder comecializarlos fuera de Transnistria, no han tenido más remedio que poner en la etiqueta Made in Moldavia, que les debe saber a cuerno quemado.
Yo creo que en el fondo de muchos de estos conflictos políticos está la pobreza, que la ciudadanía tiene poco que perder. No tiene mucho que ver, pero me ha venido a la memoria como el desarrollo de los 60 en España mantuvo a Franco en su puesto y echó por tierra todos los esfuerzos que se habían hecho para acabar con la dictadura. Los españoles estaban con la vista puesta en el 600 y el apartamento en la playa, la guerra quedaba lejos (más lejos que ahora, diría yo)… y no querían problemas.
Moldavia es uno de los países más pobres de Europa, pero de lo que comentas me parece muy interesante y certera tu alusión a la guerra (in)civil española que, dices, quedaba más lejos en los sesenta que ahora mismo. Y estoy de acuerdo. Algo parecido pasa en Moldavia: Parte de su territorio formó parte de Rumanía hasta que, antes de la II Guerra Mundial (y mediante pacto entre Rusia y la Alemania nazi) quedó unida a los territorios de la Unión Soviética. Y ha sido a partir de la nueva configuración geopolítica de ese conglomerado de pueblos tan diferentes y tan férreamente gobernados desde el Kremlin cuando la ciudadanía ha vuelto los ojos al pasado para reivindicar aquella parte que les obligaron a dejar atrás.
Nos has introducido en un trozo de Historia, de la mano de una excursión de turistas. Has suavizado con ello, la manera de hacerlo presente, de recordarlo.
La rebelde Transnistria.
Las incomprensibles maneras de llevar a cabo un independentismos, y sus consecuencias; el caos de delimitar territorios y diferenciar titularidades, con un resultado tan ilógico. El caos de la consecuencia en el comercio, salidas y entradas, importación exportación, etc…
Aún sin perder el humor, una escena que relatas aquí, nos aconsejan no retrasar nuestra salida, pues un gulag no forma parte del itinerario de nadie voluntariamente, verdad?
Hubo una época en que no podías elegir y donde las consecuencias te barrían, pero no como turista sino ciudadano de esos territorios.
Y nadie habla, como bien apuntas, de los miles de gitanos que deportaron y dejaron morir de hambre.
Bueno, aún quedan libros que tratan sobre ello, pero para mí gustó pocos. También hay algún poema, alguna ópera…
Gracias por esta entrada, Una mirada….
Por hacernos mirar hacia ese lado un tanto olvidado y desconocido.
Un beso.
En esta vieja y hollada Europa nuestra quedan, todavía, un sinfín de pequeños mundos alejados de los consabidos circuitos turísticos. Son lugares donde las viajeras y viajeros descubren el significado real de la expresión Telón de Acero. Son localizaciones que están, como quien dice, a la vuelta de la esquina, intentando abrirse camino hacia el futuro desde un presente que pugna por cortar las guedejas del pasado.
La novela de Ioan T. Morar es dura y sin concesiones. Cuenta la historia de un soldado rumano que ha ocultado su condición de gitano para sobrevivir. Pero,como soldado, se ve obligado a participar en hostigamientos y matanzas llevadas a cabo por el ejército rumano contra judíos y gitanos. Es la terrible toma de conciencia de quien, perseguido, se convierte en perseguidor y… Mejor no desvelo más.