«Caminera»: Gorka Zarranz Fanlo
Recién descendido del land rover inicia Juaquín de [Casa] Foncillas el primer silbido largo; antes de que el tercero se una a los sonidos habituales del monte, se agrupa la yeguada, se organiza y, con Sevil, la yegua Hispano-bretona, puesta en cabeza, avanza la manada, en sorprendente hilera, dejando atrás el vallecillo que protege el cabezo y ascendiendo, sin prisas, por la ladera que lleva al irregular camino de tierra donde la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio maniobra el vehículo hasta encararlo en dirección contraria a la de ida.
Alcanzan los animales el vehículo y, sin apenas deshacer la formación, continúan avanzando. Juaquín y la veterinaria palmean las grupas a modo de saludo mientras la pequeña, de la mano de Étienne, contempla, fascinada, la lenta marcha de los equinos de monte. “¡Caminera! ¡Caminera!”, grita la niña mientras pugna por desasirse de la mano que la contiene. Caminera, la yegua Burguete, roza, cariñosa, el brazo de la veterinaria que, disimuladamente, le pone en la boca dos trozos de pan. “¡Caminera! ¡Caminera! ¡Yo quiero ir montada en Caminera!”. “Ahora no, pequeñota. Cuando bajemos las yeguas al camping daremos una vuelta con Caminera, ¿vale?”
Marcha Juaquín a pie, junto a los animales; le siguen en el land rover la veterinaria, Étienne y la pequeña. Van despacio, con el primer Sol matutino acomodando sus rayos.
A pocos metros, delante del vehículo, remolonea Caminera que, aun sin perder el paso de sus compañeras, se detiene de tanto en tanto y vuelve la cabeza como para cerciorarse de que el vehículo y sus ocupantes siguen ahí.
“Esta potrilla no es para el mundo”, se lamentaba el abuelo [de Casa] Foncillas cuando, apenas una hora después de su nacimiento, se descubrió que la recién nacida estaba afectada de ictericia hemolítica. ”La sacaremos adelante”, le animaba, con convicción, la veterinaria pese a no tener mucha experiencia en el tratamiento de enfermedades caballares. “Vamos a criar la mejor caminera de la yeguada”. La alimentaron a biberón, con calostro de otras yeguas, leche de cabra y dosis suficientes de plasma por vía intravenosa. Dos meses después su peso y su alzada eran similares a los de otros potros que habían nacido sanos.
Y la llamaron Caminera. De eso hace ya cuatro años.
Me pregunto donde estaba el narrador. ¿Con Caminera? ¿En el coche? ¿Bajo un olivo? No, perdón, que estamos hablando de un bosque.
Pues sí, en algún sitio tenía que estar ese individuo de la especie que sea.
Hay dos personas que me recuerdan mi juventud perdida, una por supuesto eres tu y la otra una mujer que vive a caballo entre Jaca y Lanuza.
Esto viene a colación ya que durante varios años, dos yeguas con sus correspondientes recríos se las soltaba por el pinar de Bailo, por encima del puerto y fuente de Santa Bárbara, y me tocaba a mi ir andando y subiendo desde el pueblo de Bailo hasta el pinar, para ver donde se encontraban.
En ocasiones era llamarlas «Negra» y «Roya» para que me reconocieran de inmediato y acudieran a mi llamada, yo les llevaba unas mezclas de hierbas recogidas por el camino, que se que les gustaban y cuando venían a mi llamada se las daba y estaba un rato con ellas, en otras ocasiones no acudían y me tocaba hacer de indio rastreador, «estas cagadas, perdón, son de hace dos días y no hay pisadas recientes» en estas ocasiones incluso tenía que comer allí yo solo y tratar de seguir buscándolas, cuando al final las encontraba, me subía en la «Negra» que era más dócil y sin ramales y a pelo la iba dirigiendo con las manos y pies hacia una fuente que era donde terminaba uno de los caminos y allí tenían pasto y bebida y es donde las dejaba.
Sigue habiendo muchas actividades relativas a la ganadería que se mantienen como antaño; subir y bajar de puerto a los animales es una de ellas. Y no por repetitiva ha perdido su encanto.
Los animales y la Naturaleza en general son un manantial de aprendizajes.
Son un manantial de aprendizaje, así es, pues en cierta medida las vidas de los que nos han precedido, han girado en torno o han dependido casi con exclusividad de sus animales y de la tierra: de todo lo que les podría beneficiar o perjudicar…
Desconocía la existencia de la raza Burguete, la cual, según el enlace que nos regalas, procede de esa localidad del mismo nombre, caminera también por estar en el que va a Santiago y mencionada por Hemingway creo recordar que en «Fiesta».
Saludos!
Hasta una Ruta Hemingway hay en la zona, lo que demuestra que, amén de la buena mesa, los buenos caldos y las buenas mozas, sabía apreciar -y mucho- los entornos alejados de la populosidad.
El impulso a la crianza de ejemplares equinos autóctonos en peligro de extinción ha sido espectacular en Burguete y alrededores; abundan las explotaciones ganaderas de cría de potros para el consumo humano y se están haciendo muchos esfuerzos para publicitar las excelencias de una carne aún desconocida para la mayoría de los paladares y que posee interesantes propiedades.
Salud.
Conozco el que pasa por Lecumberri, me refiero al tramo de la ruta Hemingway, pero desconocía que lo hacia tambien por Burguete, aunque sea justo que lo haga. Quiza sea que lo veo tan vinculado a la ruta Iacobea, que olvido lo demás. Me ha proporcionado una excelente idea para proyectar un recorrido por la dichosa ruta..
Al terminar mi comentario anterior me di cuenta que había olvidado mencionar a la Pottokas, pero leído lo que cuenta no me cabe duda que sabrá sobradamente de esos curiosos y hermosos équidos.
Salud!
Por lo visto, Burguete era el lugar preferido de reposo del fiestero don Ernesto; todavía sigue en funcionamiento el hotelito rural donde se alojaba.
Los caballos pottokas los conozco menos; también se los cruza con los burguete para producir potros para consumo humano; creo que donde más abundan las yeguadas de pottokas es en Baztán.
A mí esto de «caminera» lo que me recuerda es el prendimiento de Antoñito el Camborio. Y no copio los cuatro versos vayamos a que se me enfaden los de verde.
No me imagino a la entrañable Caminera con tricornio y mosquetón, la verdad.
Caminera de caminante; pausada, tranquilísima, que adora el pan y lamer piedras de sal.