«Traveller Migrations»: Alfonso
Mientras el cierzo hostigaba al automóvil entre bamboleantes movimientos, se acercaron ellas, en vuelo bajo, al castillo de Montearagón. Venían del sur; quizás, de las inmediaciones del embalse de Valdabra. Tal vez llegasen al centenar, en formación desigual y griterío sostenido. Bajas. Muy bajas; tanto, que casi se advertía el desacompasado palpitar de sus pechos grisáceos lacerados por las embestidas del cierzo que, embravecido y despiadado, desplegaba su invisible furia desde los nubarrones inflamados de agua a las ancianas y sufridas carrascas que montan guardia permanente en la cuneta.
Todavía no habían sobrevolado las aves de cabecera la torre albarrana de la fortificación, cuando se produjeron, entre caóticos batires de alas, las primeras deserciones en el cada vez más precario orden de la miríada. Los grúidos que conformaban la rezaga viraron bruscamente hacia el este, trazaron un perfecto semicírculo y recularon al sur; el resto de las grullas se dispersó en vuelo errático, ora al oeste ora al este, hasta que, cuando las volátiles iniciadoras de la desbandada ya se perdían a lo lejos de regreso al humedal, el grupo rezagado se recompuso y siguió la misma ruta de sus compañeras.
…daba mandobles el cierzo a la mañana.
Lo leía y veía a la vez desacompasado palpitar de pechos grisáceos. Más que una bella imagen, la descripción vívida de un instante, parece ser más la de la sensación libre y plena que se tiene en ese momento. Delicado y bien hilvanado texto.
Salud!
Las grullas son, por sí mismas, un espectáculo visual y sonoro; si, además, en su tradicional marcha hacia el norte europeo, topan, de frente, con la intransigencia ventosa del cierzo, la desigual lucha entre las aves y el fenómeno atmosférico es impresionante.
Salud(os).
Estos días en Broto no se hubieran atrevido a sobrevolar la campiña, el viento era tan fuerte que quise poner un trípode con la cámara fotográfica encima y la «ligera brisa» existente me decía una y otra vez «ni se te ocurra que la cámara terminará en el desguace», así que tuve que desistir.
Vi volar al alforrocho gallinero, -no recuerdo ahora el nombre del ave- de frente pero llevado por la corriente del aire hacía atrás, al igual que si tuviera esa marcha que necesitan todos los coches para poder aparcar.
Ciertamente, las cierceras de estos días han sido apoteósicas, desestabilizando, incluso, la aerodinámica pajaril. Llama la atención la imprudencia de algunas bandadas de grullas, dispuestas a atravesar los Pirineos pese a la ventolera.
¿No sería un milano lo que viste…? Te lo pregunto porque, además de utilizarse para nombrar a pollos y gallinas, la palabra alforrocho también se usa para el milano real.
De críos decíamos «Alforrocho gallinero, come la carne sin dinero», he buscado imágenes de milanos, y la que más se asemeja a las aves que vi es esta.
Me guardo el refrán en o pochón de la memoria.
Un milano bien guapetón el del dibujo.
Hace años, por la parte sur de Granada donde siempre he vivido, cruzaban el cielo grandes bandadas de aves al ir o volver de África, pero el boom del ladrillo nos ha alejado la Vega y las aves deben cruzar por otro sitio para no dejarse las alas en una antena, pues ya no las veo ni oigo la algarabía de las que en Levante llaman cucalas.
Normalmente las aves suelen cruzar por los mismos sitios; de la misma manera, sus lugares de descanso durante el recorrido por la península son siempre los mismos. La verdad es que resulta una gozada ver esas bandadas pasar por encima de nuestras cabezas.
Yo las he visto tomar rumbo a la sierra de Gratal desde Montmesa con el viento en calma y es como tú dices, un espectáculo visual y sonoro que llama la atención.
Me estás transformando en animalista activa.
Feliz fin de semana.
Observar la Naturaleza y los seres que la pueblan y sentirse parte de ese mundo extraordinario es una experiencia cotidiana plagada de pequeños prodigios.
Que disfrutes de este avance primaveral.