«New Forms.- Arno Rousseau»: Philippe Abril
Ayer finalizaron las obras de demolición de Casa Palomeque. Únicamente la fachada, con sus portentosas ventanas ojivales y el laborioso artesonado bajo los alféizares y balconadas, seguirá enseñoreando la plaza y recordando a la buena de Marina, dama entre las damas, -«la última de los Palomeque«, como se la llama siempre-, fallecida en la primavera de 2006 y memoria perenne, durante noventa y ocho años, de los aconteceres del Barrio.
Aún se habla en el Barrio del viejo Palomeque, el padre de Marina, un buhonero que, en la última década del siglo XIX, recorría la comarca portando, sobre un armazón de madera colgado a la espalda, sus pequeñas mercaderías -cordones, botonaduras, cuerdas, lamines, telas…-; aunque, cuentan, su mejor negocio fue matrimoniar con la dueña de la tahona, huérfana y viuda a cuenta del cólera, que no tardó en fallecer, víctima de fiebres puerperales, dejando al antiguo buhonero con un buen patrimonio que administrar y un bebé, Marina, cuya sola existencia fue suficiente para perdonar los continuados desmanes del padre. Porque, conforme se disparaba la insensatez del viejo Palomeque -dipsómano, mujeriego y despilfarrador-, crecían las virtudes de su hija, a la que se apreciaba con tanto fervor que los trabajadores de la casa se mantenían en sus labores pese a que los jornales les llegaban exiguos y con demora.
La casa de los Palomeque, surgida del desvarío del nuevo rico, fue, en su época, lugar de reunión de rentistas y pisaverdes a los que, de vez en cuando, se unía algún prestamista, más preocupado por el cobro del último pagaré firmado por el viudo que por las juergas que se corrían los señoritos que ayudaban a gastar los últimos cuartos de la hacienda.
La joven Marina, entre tanto, se refugiaba -con sus labores de bordado- en el jardín, en un templete donde, junto a un vistoso cenador, había instalada una pajarera de grandes proporciones en la que moraban exóticos pájaros que, poco habituados al clima, terminaban muriendo o -al decir de alguna criada- escabechados en la cazuela en los tiempos -que los hubo- de gran ostentación en la vestimenta pero escasa pitanza.
A la muerte de Palomeque -todavía joven pero brutalmente desgastado por los años de exceso- sólo pudo salvar su hija la propiedad de la casa y, aún con el cadáver caliente del padre, se vio obligada a deshacerse de muchos de los lujosos enseres domésticos que ornamentaban salones y alcobas.
En los años posteriores, Marina supo sacar provecho de los tiempos de opulencia de Casa Palomeque, cuando su padre, queriendo convertirla en una señorita de posibles, hizo que recibiera lecciones de solfeo, francés y bordado. Las hijas de las que un día fueron las criadas de Casa Palomeque se convirtieron en sus alumnas de piano y en el primer grupo de hábiles tejedoras, germen del actual, origen de una floreciente industria de artesanía en la que, de una u otra forma, colaboran todas las mujeres del Barrio.
Cuando Marina Palomeque, mayor ya, se retiró, escrituró la casa como cesión al Barrio y buscó acomodo en una residencia de ancianos regentada por religiosas.
En el pleno del Ayuntamiento celebrado a principios del mes de septiembre, se decidió, con la participación asamblearia de todo el vecindario, construir un albergue en la que siempre será Casa Palomeque. Ahí sigue, tras los andamios que la sustentan, su original fachada. Respetada. Como ella, Marina, pidió.
Espero que se cumpla su última voluntad. No la de dejar la fachada, que esa ya está, sino la de construir el albergue, que con los tiempos que corren, lo veo más difícil…
¡Cómo me gustan las historias de este barrio!
Abrazos
Malos tiempos para el dispendio comunal, sí.
Besos.
Muchas haciendas se echaron a perder por cabezas de chorlito como la del buhonero de la historia.
Me gusta el término buhonero, una palabra muy antigua casi perdida en nuestro vocabulario moderno.
Feliz domingo y feliz semana.
Hay palabras que merecen ser recuperadas. Determinadas actitudes, en cambio, se mantienen en todas las épocas.
Buena semana también.
Tenían que ser curiosas las reuniones en Casa Palomeque. Espero que terminen de construir el albergue que en la actualidad es un bien necesario.
Un albergue -cuando el existente no tiene mucha capacidad- siempre es una excelente inversión si la jugada sale bien.
La última de los Palomeque…. Que triste cuando una familia se acaba, cuando el último miembro sabe que ya no queda nadie detrás, que con él se cierra un ciclo.
Así es. Extinción total de toda una rama familiar. Sólo la antigua tradición de nombrar a cada familia por la denominación de la casa, mantiene el recuerdo de quienes alguna vez fueron parte del entorno.
Dos años más y centenaria. Tiene q sentar muy bien el aire del monte, no?
Salu2.
Te lo contaré cuando llegue a esa edad… 😉
Ja,ja,ja, papel de albúmina. Lo he tenido q mirar porque no lo había oido nombrar nunca.
Alguna foto antigua habrás visto con esa técnica, seguro.