«The Forest»: Kevin Arnold
Las cenizas del señor Anselmo, el último maquis del Barrio, forman parte, desde hace siete años, del bosque donde se mimetizaron sus sueños en la primera década que siguió al final de la Guerra (In)civil y en el que, unas semanas antes de su muerte, todavía se le podía ver dando cortos paseos, ayudado por un bastón de madera de boj que él mismo había tallado.
El señor Anselmo, que jamás poseyó más armas que una navaja de pico ganchudo y una tozudez indómita que le hizo inmune a cuantas reconvenciones y apercibimientos recibió de las autoridades, nunca fue perseguido ni detenido, pese a que en los años que pasó en aquel bosque, la bandera rojinegra ondeó de un árbol o de otro, haciendo que el jefe del puesto de la Guardia Civil comentara: “Vamos a acabar todos picando piedra”, lo que no le impedía colaborar en la manutención de aquel singular prófugo con pequeñas redomas de caldo del Somontano que le enviaba su suegro, un viticultor que, además, era el Jefe Comarcal de la Falange.
Cuando el señor Anselmo dio por terminada su aventura entre los árboles, regresó al Barrio, reparó la techumbre de la casa familiar, colocó la descolorida bandera rojinegra en la ventana del primer piso y se dedicó al tallado artístico de objetos de madera, a cuidar de sus colmenas y a escribir cartas -jamás publicadas- al periódico de la capital, criticando el régimen de Franco y abogando por una República Federal basada en el comunismo libertario. Los sucesivos jefes de puesto de la Guardia Civil heredaron aquella situación –la Situación, la llamaban-, pero nadie se atrevió a tomar medidas contra aquel anarquista que, mientras el vecindario asistía a la misa de once de los domingos, se apostaba junto a la puerta de la Iglesia y entonaba “A las barricadas” con una excelente voz de barítono.
Desintegrada la dictadura y legalizados partidos y centrales sindicales, el señor Anselmo cedió la planta baja de su casa como sede provisional de la Asociación de Cultura Popular donde, ocupando una de las paredes, se colocó -entre dos bloques de metacrilato- su vieja bandera rojinegra.
Sin duda la bandera resumía el valor, el tesón, la valentía y hasta la osadía del señor Anselmo y, cómo no, el pundonor de llevar sus ideas hasta el último de sus días.
Ese bosque es el lugar perfecto para su descanso eterno.
Abrazos
Así es, Trini. Nunca un trozo de tela encarnó tanto como esa bandera que con tanto cuidado se conserva en recuerdo de quien fue su poseedor.
Besos.
Me encantan estas historias con final feliz.
…y a mí, Jubilado. Ojalá los últimos años de una vida compensaran del sufrimiento vivido.
Las huellas de las personas comprometidas ni la muerte puede borrarlas. El señor Anselmo tuvo que ser un hombre digno de conocer.
Siempre queda, Pili, la esencia de los seres singulares.
Hay una magia en tu tono al escribir, parece ligero pero narras cosas muy profundas. Todo un hallazgo.
La magia se halla, creo, en el entorno y en los buenísimos recuerdos que dejó el entrañable Anselmo.
Muchas gracias por la visita y el comentario.