«Sister Susan Blue»: Lucy Autrey Wilson
A pocos metros de la glereta, lindando con las almendreras de la finca Cucalon, todavía se adivina el antiguo campo de azafrán del abuelo Viscasillas –tío Leoncio, para las gentes del Barrio-.
Años después de ser abandonado, aún las enterradas cebollas de la planta elevaban al Sol sus alargadas hojuelas verdes y sus rosas moradas como esperando los hábiles dedos de las gentes madrugadoras que, con firme experiencia, separarían las flores cerradas de su tallo iniciando así el rito de una cosecha que reunía, tanto en el campo como en la enorme mesa de trabajo del patio Viscasillas -donde se separaban los estigmas de la corola-, a familiares, amigos y vecinos del tío Leoncio, en una tarea que duraba casi lo que el día y que unía la dureza del trabajo de recogida de las plantas con la amenidad del alparzeo cuando, ya transportada la cosecha al patio de la casa, las esbrinadoras realizaban su labor separadora.
–Ongareta, o qu’en esbrines pa tú [1]-, le decía el tío Leoncio a la veterinaria que, actualmente, se ocupa de la salud de los gatos del Barrio, niña entonces, cuando ésta se asomaba al animado patio. Y la pequeña cogía un manojo de flores e, imitando a las mujeres que la rodeaban, quitaba los pequeños filamentos del azafrán y los amontonaba en un platito que entregaba después al tío Leoncio para su pesaje. El abuelo Viscasillas guiñaba un ojo a las demás mujeres y, con el rostro revestido de seriedad, hacía como si apuntara en su libreta las escasas onzas esbrinadas por la niña. Posteriormente, cuando todos los brines de la mesa habían sido tostados, separaba un montoncito, lo colocaba envuelto en un paño y se lo entregaba, con circunspección teatrera, a la jovencita, que corría, orgullosa, hasta la explanada del barranco donde tenían instalado el campamento los temporeros gitanos:
–Babo, babo… Io abelo safran!! [2]
El viento se regodea en las hierbas y barzas de la que fuera güebra del tío Leoncio, donde quizás algún bulbo esforzado todavía luche para salir al exterior y engalanar la tierra, ahora abandonada, con su purpurada presencia.
CURIOSIDADES
- Museo del Azafrán, en Monreal del Campo (Teruel).
NOTAS
[1] «Gitaneta, lo que desbriznes, para ti«.
[2] «Papá, papá… ¡Tengo azafrán!«.
No sabes lo que he disfrutado con esta entrada, pese a no conocer a las esbrinadoras, debido a que en el pueblo de mi padre, Bailo, a 6 Km de Puente la Reina de Jaca, y debajo del puerto de Santa Bárbara, no existía azafrán, pero todas las palabras las recordaba, no así las dos frases marcadas.
Los autobuses de línea solían entrar en Bailo -no sé si continúan haciéndolo- antes de las paradas de Puente la Reina y la Peña, según se fuera en una u otra dirección. El pueblo de Bailo siempre nos recordaba, a muchos viajeros y viajeras, que ya casi se habia cubierto la mitad del camino… Y la bajadeta de Santa Bárbara…
Ya ves, la lengua aragonesa pervive en ese vocabulario que, sobre todo, en el mundo rural, sigue siendo el cotidiano.
La última frase no está en aragonés, sino en rromanés, el lenguaje gitano.
Un saludo
Como siempre he disfrutado de la calidad y hermosura de tu prosa.
La palabra «esbrinadora» me encanta.
Abrazos y flores de azafrán:)
Gracias, Trini. Colocaré tus flores de azafrán en el Jardín de las Ideas.
Besicos.
Me imagino q el azafrán es tan caro por lo artesanal de su producción pq se tendrá q ir a destajo para sacar algún kilo.
Salu2.
Así es, Sands. Lo llaman el oro rojo…