«Ramas heladas»: Carlos G. Casares
Tricota el dorondón caprichosos encajes albugíneos en los asimétricos contornos del paisaje y una desgastada alfombra de escarcha jaspeada y quebradiza tiende su desigual trazado sobre el suelo.
Hiela. Y el rostro – improvisado acerico donde los diminutos alfileres del frío hallan acomodo- se tensa brillante y ajeno a las invisibles heridas.
Hiela. Y palpita el cerebro, despejado y atento, desde su protegida cúpula de mando, organizando -déspota y orgulloso- el desplazamiento del cuerpo entumecido por el gélido entorno.
Muy bonito. La nieve para mí, es un recuerdo muy lejano de mi niñez. Solo la ví una vez, cuando fuimos a Sierra Nevada. Aquí en Cádiz no nieva. Se dice que es por la brisa marina, que no lo permite.
Saludos.
No me desagrada la brisa marina pero, por encima de todo, me estimulan los rigores del invierno y los otoños desapacibles. Cuestión de gustos…
Un saludo.
A mi también me gusta eso q tu llamas dorondón pero mirando la calle desde la ventana y sin pasar frío 🙂
Salu2 y q el año sea mejor de lo q se vaticina.
Qué pillín, Sands… Desde la ventana y con la calefacción a tope, ¿no?
Esto es un poema.
Un poema de inviernos…
Abrazos
Será, Trini, que el invierno compone sus rimas de vaho en las tonalidades celestes…
Un beso, reina.