«Ramas heladas»: Carlos G. Casares
Tricota el dorondón caprichosos encajes albugíneos en los asimétricos contornos del paisaje y una desgastada alfombra de escarcha jaspeada y quebradiza tiende su desigual trazado sobre el suelo.
Hiela. Y el rostro – improvisado acerico donde los diminutos alfileres del frío hallan acomodo- se tensa brillante y ajeno a las invisibles heridas.
Hiela. Y palpita el cerebro, despejado y atento, desde su protegida cúpula de mando, organizando -déspota y orgulloso- el desplazamiento del cuerpo entumecido por el gélido entorno.