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Posts Tagged ‘Cambrils’

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«A la sombra del brezo»: Archivo personal


Hundíanse los pasos del caminante en el huello arenoso marcando fugaces relieves en la ribera dorada que alcanzaban las olas mediterráneas lamiendo con sus blondas de espuma los pies en movimiento. Alejado del agua, tejía el artesano cambrilense las ramitas de brezo expuestas en brazadas junto al taburete a ras de suelo que le servía de asiento. Domaban las manos vezadas el ramaje; lo estrujaban, alisaban, entretejían, lazaban, humedecían. Iba tomando forma el parasol, con la urdimbre  del extensor fija y la contera terminada en escobilla, ante los dos únicos espectadores  —uno, el de más edad, de pie y el caminante acuclillado—  que asistían, atentos y silenciosos, a la diligencia manual del hombre del taburete que, como un actor con mucho recorrido, se embebía en su tarea sin mirar en ninguna ocasión hacia el público. Después, el regreso del caminante a Salou; la arena, la espuma, el mar; el recién recordado “coge pan vienés cuando vuelvas”; el portero del edificio tendiéndole el libro “que se dejó usted anoche en la zona de descanso del hall”; el delicioso aroma a comida que saludó apremiante su bulbo olfativo nada más entrar en el apartamento; el tierno bullicio en el salón comedor; Jenabou tomándole la mano con un “ven, ya verás qué menú más chulo han preparado Agnès y Mam’zelle”. Sobre la mesa, los platos, con la señorial estética de su contenido [FOTO] introduciéndose en su retina y sus efluvios desbordándole aún más las fosas nasales mientras la señorita Valvanera le decía: “A ver si te gusta nuestra versión de los pelmeni”. Y, entre bocado y bocado, el caminante, bogando en la placidez, miraba hacia el balcón para entrever, una vez más, las cabriolas del oleaje.

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«Horizonte cambrilense»: Archivo personal


Rufo Batalla, el personaje que, dicen, es una prolongación de Eduardo Mendoza, se agita entre la cubierta frontal y la contraportada de El rey recibe, que reposa, nuevo y cuidadosamente velado por la toalla, sobre la hamaca recién abandonada en la playa semidesierta que un Sol timorato y borroso apenas se esfuerza por templar.

Sale del agua la señorita Valvanera —madura y arrecida ondina de las aguas cambrilenses— tatuando sobre la arena seca y encrespada los firmes contornos de los pies que, zancada a zancada, la acercan a la tumbona desde donde el horizonte trazado con escuadra y cartabón semeja al finis terrae, esa antesala de un novelesco precipicio poblado por criaturas que la inventiva de cada cual moldea a su capricho.

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«Μεσόγειος Θάλασσα»: Archivo personal


A las diez y media ya han pasado junto a las tumbonas los habituales de la venta ambulante. El mozambiqueño bajito de los borsalinos y las gafas de espejo; el guineano sonriente con su muestrario de calzoncillos Calvin Klein y su mujer, la experta trenzadora de cabellos; las gitanas fondonas con los vestidos coloristas ondeando en las perchas; el añoso tunecino de las toallas descomunales y la callada masajista coreana.

Las olas gatean hasta los pies de los dos vejetes alemanes que saludan, con arrobamiento infantil, la lenta singladura del catamarán a bastante menos de una milla del arenal que va poblándose de parasoles, toallas, hinchables, bolsas de playa y gentes sin prisa que absorben el Sol rebozadas en crema protectora.

El mar acoge los cuerpos en sus tibias ondas sosegadas; los envuelve y mece entre sales, algas y tierra liviana.

En los rizos espumosos de la orilla, la pequeña nereida llena de sueños su cubo de plástico verde con dibujos de sirenas.

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