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Posts Tagged ‘antifascistas’

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«Luces en el camino»: Archivo personal


Tras una mención a Anduze, escuchada casualmente a unos forasteros en el bar del Salón Social, se activan los engranajes de la memoria de Marís y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio y aflora, desde la penumbra del tiempo, el nombre de Francisco (Paco) Larroy (1924-2021), residente hasta su fallecimiento en la citada localidad francesa. Fue, rememoran, el último superviviente de los treinta y dos heroicos guerrilleros españoles —diez de ellos aragoneses— de la 21ª Brigada que, comandados por Miguel Arcas, Cristino García y Gabriel Pérez, y con el apoyo de ocho partisanos franceses y dos pilotos de la RAF, protagonizaron, el 25 de agosto de 1944, cerca de Tornac, uno de los combates de la II Guerra Mundial tan decisivos como increíbles —no hubo ni una sola baja entre los republicanos y sí en las filas alemanas, además de heridos y prisioneros— que ha pasado a la historia como Batalla de la Madeleine.

El por entonces veinteañero Paco Larroy, su hermano Antonio y sus compañeros emboscaron, contuvieron, sitiaron y obligaron a capitular a entre 1000 y 1200 soldados de la Wehrmacht que viajaban en dirección al valle del Ródano bien pertrechados con 60 camiones, 5 blindados ligeros y tres cañones. Se trató de una gesta tan singular, dado el desequilibrio numérico y armamentístico entre las partes contendientes y su sorprendente desenlace, que cuando Konrad A. Nietzche  —el oficial alemán al mando que firmó la rendición—  conoció que el supuesto ‘ejército’ que los había mantenido en jaque lo formaban solo cuatro decenas de combatientes, en su mayoría de la AGE, optó por el suicidio.

Una estela conmemorativa, con su correspondiente leyenda, en el lugar de los hechos recuerda la proeza de estos guerrilleros, a los que el gobierno francés concedió la Cruz de Guerra con Estrella de Plata en 1947. En el caso del asturiano Cristino García —fusilado por los franquistas el 21 de febrero de 1946, pese a las protestas internacionales— y el aragonés Elías Piquer —muerto, con apenas diecinueve años, en un enfrentamiento con la Guardia Civil en Benasque (Huesca), el 13 de octubre de 1944— la recibieron a título póstumo. Otro de los guerrilleros, el también aragonés Martín Vidal, rechazó la condecoración.

En 2021, dos meses y medio antes de fallecer Francisco Larroy Masueras, el Estado Francés quiso homenajear a los republicanos españoles de la batalla de la Madeleine en la persona de quien, setenta y siete años después, se había convertido en el único guerrillero vivo de los treinta y dos intervinientes, otorgándole la medalla de la Orden de la Legión de Honor, una de las más altas distinciones de la República Francesa.



De Francisco (Paco) Larroy, nacido en la villa oscense de Sariñena y huido con su familia a Francia en los meses finales de la guerra (in)civil, combatiente contra el fascismo, participante en la batalla de la Madeleine y en las incursiones guerrilleras que, desde Francia, tenían como destino los valles españoles de Arán y Benasque, les habló por primera vez el luchador antifascista y escritor Mariano Constante (1920-2010), en una visita que Emil, Marís y la veterinaria le hicieron en Montpellier, la ciudad en la que vivía desde los tiempos del obligado exilio.

A Mariano, superviviente del pavoroso campo de trabajo y exterminio de Mauthausen, lo habían conocido, siendo estudiantes, en Huesca, a donde había acudido a dar una conferencia sobre el papel de los republicanos españoles en la II Guerra Mundial; finalizado el debate posterior, se acercaron a charlar con él y hablando del pueblo oscense del que era originario, descubrieron que existía un parentesco lejano entre el abuelo de Emil y la madre del señor Constante, propiciándose que se mantuviera cierto contacto a partir de entonces.

Y aunque mientras vivió, nunca quiso Mariano Constante trasladar su residencia a España, sí dejó dicho que, a su muerte, sus cenizas se esparcieran por la sierra de Guara, el lugar donde combatió como miliciano en la (in)civil guerra.





ADENDA

  • El fusilamiento en España de Cristino García Granda (1914-1946), que tenía el estatus de Héroe Nacional en Francia por sus innumerables intervenciones contra el invasor alemán —incluida la planificación de la estrategia en la batalla de la Madeleine—, reveló el verdadero rostro de quien, recién acabada la guerra europea, era presidente provisional de la República Francesa, Charles de Gaulle. Pese a las protestas que la Asamblea Francesa en pleno elevó a las autoridades españolas para evitar la aplicación de la última pena al guerrillero español, la máxima autoridad del gobierno francés ni siquiera tuvo el decoro de solicitar a Franco Bahamonde el indulto para el hombre que, a las órdenes del propio De Gaulle y los mandos aliados, había servido con fidelidad y firmeza la causa de la libertad. El declarado anticomunismo de De Gaulle pesó más que la suerte de aquel republicano —sí, comunista— que tanto se había significado en la defensa de la dignidad, la integridad y la democracia.
  • Con posterioridad a 1947, la historiografía francesa practicó un revisionismo chauvinista de la batalla de la Madeleine, minimizando, cuando no ocultando —como sucedería con otros hitos—, la abrumadora presencia española en su planificación, desarrollo y desenlace, convirtiendo a la Resistencia Francesa en la única artífice de la victoria. Tuvieron que pasar setenta años para que se enmendara un error nada casual y se reconociera públicamente a quienes fueron los protagonistas principales de la hazaña.

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—Martín, que te hago una foto.
—Las que tú quieras.


Martín Arnal Mur

Asistíamos ambos, con un puñado de familiares y gentes anarquistas y republicanas, a la inhumación definitiva en el cementerio de Huesca de Constantino Campo, asesinado en 1937. Te miré y, por primera vez, fui consciente de tu fragilidad, de la vejez sustentada en ese bastón rojinegro que no te abandonaba en los últimos tiempos. Te abracé, sonreíste y navegaron por ese instante de ternura las imágenes de las calles recorridas, de los gritos y cánticos corales reunidos a la vera de la Fuente de las Musas, entre pancartas, en esa misma plaza donde las miradas aún chispeantes de nuestra juventud oteaban tu presencia y la de Mariano Viñuales, el viejo luchador comunista. Nos apelotonábamos alrededor vuestro. Abrazos. Saludos. Admiración. Había cierta emoción en vuestros ojos, que tantos desgarros habían presenciado en el pasado, y brillaban en esos momentos con el conmovedor orgullo de quienes, ante el presente luminoso, dan por bien empleados los años oscuros de lucha. Nos parecíais, entonces, inmortales; dos adorables abuelos guerrilleros antifascistas cuyos corazones seguían bombeando la férrea voluntad de cambiar el mundo. Cuando los latidos de Mariano se detuvieron, tú seguiste fiel, revestido de elegante ancianidad, a aquella plaza, a las manifestaciones, a la reivindicación de justicia social, mientras nosotros íbamos dejando atrás los años mozos pisando, a tu lado, las calles con la madurada firmeza de las convicciones arraigadas, mirándonos en el espejo de las tuyas y arropándote en aquellas interminables jornadas en el cementerio de Las Mártires, desenterrando los huesos agujereados de los desaparecidos, pero nunca olvidados, entre los que tú soñabas encontrar a tus hermanos, José y Román.



Hoy, Martín Arnal Mur, compañero libertario, hubiera cumplido cien años, pero su corazón se quebró el 21 de octubre dejándonos huérfanos de su presencia y herederos de un legado imperecedero para compartir y transmitir.




Despedida de Martín Arnal Mur en Bielsa.



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«Toulouse»: Alfred Essa


En la fachada del renovado edificio del Hospital Joseph Ducuing, en el número 15 de la calle Varsovie del barrio de Saint-Cyprien de Toulouse, una sencilla placa, colocada en el año 2010, recuerda a los utópicos republicanos españoles que fundaron el centro hospitalario  llamado entonces Hospital Varsovia—  bajo los auspicios del Partido Comunista y en cuyo dispensario trabajó solícitamente la extraordinaria libertaria Amparo Poch, feminista, maestra, dibujante, escritora y brillante médica zaragozana fallecida en el exilio el 15 de abril de 1968 y rescatada de entre los escombros de la memoria por Antonina Rodrigo, autora de una fascinante biografía de la cofundadora de Mujeres libres.


El Hospital Varsovia se fundó en octubre de 1944 para atender a los guerrilleros españoles heridos a raíz de la fracasada Operación Reconquista, cuando más de setecientos combatientes entraron en España por las fronteras pirenaicas enfrentándose, durante once días, a las fuerzas franquistas, en una guerra de guerrillas que, indudablemente, estaba perdida antes de planearse. Posteriormente, en mayo de 1945, el hospital, ubicado en una antigua y señorial mansión abandonada por los alemanes, se constituyó legalmente como centro sanitario civil de asistencia gratuita a todos los refugiados españoles, subvencionado con las aportaciones de organizaciones internacionales —sobre todo, norteamericanas— de apoyo al antifascismo español, del gobierno francés y del Partido Comunista.

«Ningún enfermo tiene la impresión de estar en un hospital donde todo lo que le rodea sea extraño; al contrario, tiene la sensación de estar cuidado en su casa y en familia; médicos, enfermeras y personal administrativo, todos españoles, con la única preocupación del paciente que es al mismo tiempo su amigo en el exilio y su compañero de lucha por la reconquista de la patria perdida.», puede leerse todavía en una Memoria editada por el propio hospital en 1950. Pero la situación cambió cuando EEUU comenzó sus purgas contra el comunismo  real o no—  dentro de sus fronteras y se inició la Guerra Fría con la URSS.

El literato y guionista Howard Fast, que ayudaba económicamente al Varsovia, comunicó al hospital: «El Comité de Actividades Antiamericanas nos ha exigido darles los nombres de los republicanos españoles que hemos ayudado, de suerte que, de hacerlo, nos hubiésemos convertido en criminales asociados al abominable Franco. Y porque nos hemos negado a ello vamos a la cárcel.». Tres meses de privación de libertad en una prisión federal fue el precio que pagó Fast, en 1950, por su negativa a entregar los archivos del Comité Conjunto de Refugiados Antifascistas, quedando en situación laboral precaria hasta que, en 1956, se dio de baja del Partido Comunista y denunció públicamente los horrores del estalinismo.

Las presiones del gobierno presidido por Truman  a las que lógicamente y con tesón, se unó la dictadura franquista—  terminaron desbaratando el pequeño enclave sanitario español en Toulouse. El 7 de septiembre de 1950 fue encarcelado el equipo médico español del Hospital Varsovia y, un mes después, el gobierno francés ordenó la liquidación de todos los bienes de la sociedad que administraba los donativos que se recibían para mantener el centro.

En noviembre de 1950, el doctor Joseph Ducuing se hizo cargo de los pacientes ingresados y, junto con otros médicos franceses y la ayuda económica del Partido Comunista Francés, adquirió el inmueble constituyéndose la Asociación de Amigos de la Medicina Social, gestora del hospital hasta 1982.


…y setenta y siete años después —convertido oficialmente, desde 1979, en Hospital Joseph Ducuing-Varsovie— ahí sigue, emblema de una época y una lucha, erguido en el presente paisaje de Toulouse —llamada la Ville Rose por el color rosado de sus antiguos edificios de ladrillos caravista— como bastión de la sanidad pública y con el deje de voces españolas prendidas en su historia.

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