«Campus»: Archivo personal
Discurre el humildísimo Sadar trajeado de acequia y custodiado por mástiles desabrigados que codician primaveras de prometedores nidales enmascarados por abombados velámenes reverdecidos. Marcha dócil, reptando en silencio entre hierbas durmientes y arcillas endurecidas que encorvan, aquí y allá, el cauce enmarcado de riberas desniveladas en las que se amodorran los insectos, apenas turbados por la acompasada respiración del humano que, sentado en la tierra y retrepado en el tronco de un árbol, encara su rostro de ojos cerrados a los discretos roces del Sol. Sobre los muslos, un libro abierto; en la hierba, en combado equilibrio, una botella de agua semivacía; en la mente, quizás un revoloteo de pensamientos que les son ajenos a los tres gorrioncillos panzudos que, ávidos, dan cuenta de un semicírculo de migas de pan de molde esparcidas por el césped desmochado.
Así da gusto sentarse a leer. Bella la foto. Saludos
Es un lugar tranquilo y bucólico, pese a estar en la ciudad.
Salud.
Se nota, un pequeño oasis dentro de la jungla de asfalto…
Eso mismo, tan necesario en las ciudades.
Llena de prosa poética tu hermosa entrada de hoy, Una mirada.
Un abrazo!
Gracias. El lugar merece fijarse en él.
Otro abrazo.
La foto es muy bonita. Tu texto excelente (nada nuevo en ti) y la lectura de ese libro en paraje tan tranquilo debe ser, sin duda, una delicia. Recuerdo que siendo yo jovenzuelo presencié un partido de fútbol en El Sadar y fue mi tío, hincha de Osasuna, quién me aclaró el porqué del nombre del estadio. Abrazo.
Aun siendo un paraje apacible, no es fácil desterrar el desasosiego y el espeluzno que producen los hechos narrados en la novela (que trata unas circunstancias reales).
Cierto, el estadio se llama así porque el río pasa cerquita. Intentaron renombra el recinto como «Reyno de Navarra», pero no caló y recuperó la denominación conocida.
Otro abrazo.
Tranquilo discurre el Sadar, arropado por un precioso paisaje. Bonita descripción.
Buenas noches.
Ese paraje concreto está en el campus universitario, que goza del privilegio de ver pasar al Sadar por ahí.
Salud.
Paisaje idílico donde los haya, aunque nunca he tenido un libro en esas condiciones y me he encontrado así muchas veces. De joven no había dinero para libros, por lo que me entretenía viendo donde se escondía una sargantana, o una rana, entonces el agua estaba muy limpia, incluso como una pequeña culebra en el agua agarraba del anca a una rana y se la llevaba al fondo, o los esfuerzos de un caracol tratando de escalar una piedra con musgo adherido a su superficie, o quizás esto, que ya lo hice de mayor conseguir que la procesionaria del pino llevar a la primera, a que se agarrara a la última formando un círculo y tardaron más de hora y media dando vueltas hasta que de pronto se soltaron todas y se separaron, y ya perdí el interés. O que una pequeña hormiga, ahora estoy en Venezuela, atacara a otra de unos dos centímetros de longitud. Esta última se la quitaba de en medio, hasta que se debió de cansar y de un mordisco la partió por la mitad… y muchas más cosas.
Bueno, tú te has embebido de ese libro práctico que es la observación del entorno, actividad fascinante donde no cabe la ficción pero sí la aventura, el misterio, la magia y el descubrimiento. ¿Te parece poco…?
La vez que tuve la suerte de estar cara a cara con Saramago, le oí decir que él no tuvo un libro propio hasta los 16 años… y luego mira.
Y habrá quienes, con acceso a un montón de libros, ni se los miren.
El río no parece gran cosa pero ese paraje que recorre es muy bonito y tus letras poéticas lo describen muy bien.
Saludos.
JBernal
Hay una comunión extraordinaria entre la estrechez por la que discurre el Sadar y su entorno apacible. Ahí está la belleza.
Salud.
Yo no he podido nunca leer fuera de mi casa, por muy tranquilo que fuera el lugar, pues se puede decir que me distraigo con una mosca.
O sea, que no sales de casa con un libro en el bolso por si se tercia leer un rato en un descanso del paseo o en un bar, delante de un café…
Pues no… En el colegio, salíamos a las siete y media de la tarde, porque teníamos un par de horas de estudio dentro de la clase, pero yo lo aprovechaba para hacer problemas y traducciones, nunca para estudiar porque no podía concentrarme.
Cuestión de costumbres, entonces. En mi caso, alguna vez se me pasó la parada en el autobús urbano por estar absorto en la lectura.
Cualquier sitio es bueno si se tiene un libro a mano, pero este que describes es difícil de superar.
Es un lugar excelente para pasear, en un paraje donde cada estación deja su impronta.
¡Qué bonito lo has expresado!.
Cuando uno tiene un buen libro entre las manos, y además elige un lugar tan especial para recrearse en la lectura, el binomio se vuelve insustituible y el recuerdo imborrable.
Tal vez la literatura hace que nuestros sentidos se despierten y agudicemos todo lo que nos rodea además de las ideas vivas en nuestra cabeza sobre la historia leída.
Me ha encantado, Una mirada.
A veces es muy agradable mirar hacia adentro, y verse reflejado en otras miradas interiores.
Un fuerte abrazo!
Un libro tiene la virtud de poder ser llevado de un lugar a otro, y el lector/lectora tiene la prerrogativa de elegir el mejor y más apacible entorno para gozar y conmoverse con la lectura. Aunque el paraje no cambie lo que se expone en el argumento, sobre todo, cuando se narran sucesos especialmente duros, siempre está la posibilidad de detener la lectura y mirar esos alrededores entrañables que amansan y sosiegan.
Un abrazo.