«Castillo de Montearagón (detalle)»: Archivo personal
Discurre el primer tramo del Camino Viejo entre las naves del polígono industrial, bajo un Sol que, a las nueve de la mañana, apenas despunta desde el cielo azul desvaído que surcan, en vuelo atropellado desde el oeste, bandadas de estorninos. Yace un gato muerto en el último metro de arcén, antes de que el asfalto retorne a ser sendero terroso y solitario jalonado de hierbas bien nutridas, con el familiar recorte de la sierra amurallando el norte y la silueta de arenisca del castillo —bajel varado— agrandándose conforme los pasos se encaminan a la última morada de Javier Tomeo (1932-2013).
Fue una tarde de mayo —o de junio— de hace doce —o trece— años. En la Feria del Libro. Tarde recalentada, como agosteña. El autor, momentáneamente solo, muy serio y, quizás, aburrido, en una caseta sobre la que desparramaba el Sol su potencial soberbia. Ella y él acercándose, sacando de la bolsa de tela los tres libros manoseados y depositándolos en el mostrador. Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes. Cuentos perversos. El gallitigre. “Estos libros ya tienen años”, dijo el autor. Sonreía. No les preguntó sus nombres ni a quién o quiénes querían que los dedicara. Escribió: “Con gratitud”. Exactamente lo mismo en los tres libros. Debajo, su firma. Les tendió los libros uno a uno, muy, muy despacio, casi reteniéndolos. Hubo un atisbo de sonrisa y un leve encogimiento de hombros cuando se acercó un periodista de Radio Huesca y le ayudó a colocarse unos inmensos cascos. Ella y él se despidieron del autor con un movimiento de ojos y marcharon con la gratitud escrita de Javier Tomeo y un tropel de preguntas retenidas en las comisuras de los labios.
El firme del sendero va suavizándose, reblandeciéndose cerca del barranco donde los cuatro pilares del acueducto del siglo XVIII preceden a otra joya hidráulica de origen romano [FOTO] datada en el siglo II d.C. que pervivió oculta cientos de años en el fundus que, otrora, quizás fuera miliario de la vía Osca-Ilerda y que, hoy, pies nuevos hollan dejando sobre el limo —en dirección a Quicena, donde Tomeo reposa— caducas huellas sin historia.
Van pasando los años, pero los paisajes, en líneas generales, permanecen fieles a sí mismos. Ahí continúan pues, invariables, ocupando todo el horizonte, el enorme lomo de la Sierra de Guara, el Tajo de Roldán y, escorado hacia la izquierda, el pico de Gratal. Más cerca, casi al alcance de la mano, está ya el castillo de Montearagón, nuestro castillo de Montearagón, resistiéndose heroicamente a convertirse en un informe montón de piedras. Hoy, como ayer, sus entrañables ruinas continúan presidiendo el Somontano y, vistas desde lejos, conservan incluso la misma silueta que tenían varios lustros atrás. – Javier Tomeo Estallo.
Han pasado muchos años y los recuerdos se van reconstruyendo a su manera. Viví unos meses en Huesca y recuerdo lejanamente Montearagón y sobre todo Loarre. Sitios impresionantes, románticos según la más estricta definición de lo que es ese ambiente Hace mucho que no los veo, quizás ahora van tomando ese aire de Disneylandia en Europa que dan los tiempos allá deonde vayas. Eran lugares muy bonitos..
(he duplicado, no quería dejarlo anónimo, soy novato en blogs…)
El simbolismo de ambos castillos sigue ahí: Loarre, más tumultuoso y Montearagón, entrañables piedras oteando la ciudad… Dos lugares magníficos para recomponer en la mente acontecimientos y leyendas de otros tiempos…
Preciosas estampas aragonesas. Leo sobre Javier Tomeo en el enlace y me sorprende sobremanera cuando se dice que su estilo es comparable al de Buñuel, con esa «exarcebación del absurdo en medio de la realidad más cotidiana». La sorpresa no es tanto por la comparativa en si misma, sino por mi propio desconocimiento de un autor así. Parece muy interesante su lectura. Un abrazo.
A Tomeo se le compara con Buñuel en cuanto a imaginación y surrealismo, y él mismo era admirador del cineasta (san Buñuel, lo llamaba), pero también de Goya… Kafka, Poe… Reconocía haber recibido influencias de todos ellos; pero, en esencia, supo crear un original universo de seres distintos, alejados de lo convencional y haciendo del esperpento emblema. Alguien comentó una vez que Tomeo era «un entrañable tipo muy raro que escribía historias raras«. Y así era. Un raro con un corazón inmenso y una creatividad incansable.
Cordialidades.
No he leído a J. Tomeo, no hay tiempo para leer todo. Un día me lo encontré por una de las calles de Zaragoza y me impresionó su potente presencia comparable a cualquiera de los castillos que citas. El castillo de Montearón no recuerdo haberlo visitado pero en el de Loarre he estado en varias ocasiones. Buena tarde.
Salud.
Pues sí, Tomeo era un hombre grandote, un gigante amable al que, quienes lo conocieron, describen como una excelente persona.
Loarre es más conocido que Montearagón, además de estar en inmejorables condiciones y atraer muchas visitas. Montearagón es un castillo en ruinas con algunas partes rehabilitadas…
Salud.
Aragón tiene más de 700 fortificaciones construidas durante toda su nutrida historia. En demasiados casos pasarán los años, posiblemente los siglos y alguna nueva generación con aparatos más sofisticados descubra debajo de toneladas de tierra y piedras algo con lo que volverán a resucitar la historia de aquel baluarte.
En muchos casos, como en Montearagón, la desidia y la indiferencia han sido las mejores cómplices del paso del tiempo; muchas fortificaciones han muerto por abandono, por manifiesta dejadez… Y no solo se ha actuado con ligereza con muchas fortificaciones antiguas sino con cuevas y abrigos prehistóricos que han llegado a destruirse a sabiendas.
Me parece preciosa esa dedicatoria, «con gratitud». Para qué añadir más.
Leí algunos de sus relatos hace mucho, tendría que releerlos porque se me han olvidado.
Tal vez lo haga un día de estos.
Que los paisajes permanezcan iguales a sí mismos o casi es un consuelo en un mundo donde todo cambia tan deprisa.
Seguramente, Tomeo advirtió que aquellos libros suyos estaban leídos y archileídos y quiso reflejarlo con esas dos palabras; tal vez, si el periodista no hubiera interrumpido ese instante, el autor y sus dos lectores hubieran charlado, pero no pudo darse esa circunstancia.
Lo mejor de Tomeo es que sus escritos son atemporales y leer cualquiera de ellos es un grato ejercicio mental.
Cuantos escritores buenos hicieron lo que él por los años 50… Publicaron novelas «alimenticias» bajo pseudónimo, casi siempre anglosajón.
Pues sí; pensaba, por ejemplo, en Eduardo de Guzmán, que sobrevivió gracias a los bolsilibros y González Ledesma. Pero hay otros muchos que se ganaron la vida escribiendo novelas de quiosco.
Algunos lo ocultaron y solo se supo a su muerte, pero yo no creo que sea nada indigno ganarse la vida con lo que saben hacer, aunque sea adaptándolo a los lectores que van a tener.
Imagino que algunos, más que ocultarlo, lo que hicieron fue poner distancia con un tipo de escritura que les daba el sustento pero con la que no se sentían cómodos.
Esto debería leerlo mi amigo Gil Craviotto que, cuando escribe una dedicatoria, parece que está escribiendo otro libro de larga que la hace. Y así, en las presentaciones de sus libros, hay que dejarlo solo… o te puede dar el día siguiente allí mientras lo esperas.
Impagables, pues, esas dedicatorias en las que el buen autor pone el alma.
Esas piedras de castillos tan antiguos apuntalan las vivencias y son como los miliarios, pareciere que las llevan escritas sobre sí mismo.
Alguna pared tendría que tener tallada la frase «con gratitud».
Me agarró por sorpresa el título «Doce cuentos de Andersen contados por dos viejos verdes»
Abrazotes!
Esa novela de título sorprendente no es la mejor de Tomeo pero, como todas las suyas, es muy original y trata de los comentarios que hacen los dos vejetes al hilo de algunas historias de Andersen, a las que les sacan punta con ironía y humor trasladando los argumentos a la realidad en la que viven.
Cordialidades.
La de escritores que hay repartidos por la geografía patria que me resultan desconocidos. Me parece una dedicatoria preciosa, muy acorde con la forma de ser que se intuye del personaje. Se echa de menos esos programas de la televisión pública que nos acercaban y descubrían autores como éste.
Lo comentaba, también, otra copañera: Es imposible llegar a todos los autores y sus obras. Alguos nombres, pese a la calidad de sus trabajos, permanecen en el desconocimiento de la mayoría, por eso resulta importante que, de vez en cuando, se les dé la visibilidad de la que, por muchos motivos carecen. Tomeo fue un excelente escritor y un ser humano entrañable.