«Donde el monstruo acecha»: Archivo personal
Al otro lado del muro de sombras esperaba, agazapado, el Ensundiero [*]. O eso contaban, circunspectos, los chicos mayores que habían sobrevivido a la niñez vigilada por el sacamantecas, que aguardaba, inquieto y expectante, allí donde las luces del Barrio sucumbían ante la noche tenebrosa.
El Ensundiero —achaparrado, velludo y cuellicorto— controlaba con sus ojos ambarinos —que, a veces, se veían brillar entre la negritud que rodeaba la protectora solidez familiar de las casas— los pasos infantiles; relamíase escudriñando los ágiles cuerpecillos que, entre juegos, correteaban hasta casi rozar el entrepaño de penumbra donde agonizaban los destellos de las farolas. Entonces, estiraba sus brazos acercándolos a las tinieblas, arqueaba sus dedos sebosos de uñas largas y sucias y manoteaba al aire a la par que el grito de terror de alguna criatura avizora paralizaba el juego y la chiquillería corría a guarecerse en la plazuela bien iluminada, hasta donde el engendro jamás se había atrevido a avanzar.
Y allí, en la plaza, con las luces reinando sobre la oscuridad, los pequeños disimulaban el miedo y voceaban, desafiantes: “¡Hoy no ruedas, Ensundiero! ¡Hoy no ruedas, Ensundiero! ¡Hoy no ruedas, Ensundiero!”
NOTA
[*] Personaje fantástico que aguardaba a las afueras de los pueblos para atrapar a niños y niñas, quitarles la grasa (ensundia, en aragonés) del cuerpo y engrasar con ella las ruedas de su carro. Es el equivalente del Hombre del Saco y del Coco.
El miedo de los chiquillos a la oscuridad es algo que siempre ha existido y seguramente seguirá existiendo. Me ha resultado muy curioso, ya que no conocía las palabras ensundiero, ni ensundia.
Observo que en tu Dizionario Aragonés-Castellán, las tienes incluidas.
Cuando era niño, había dos Monstruos de la Oscuridad: el Ensundiero, que pululaba por las afueras del pueblo, y el Totón, que vivía debajo de la cama. Con el primero, nadie se aventuraba fuera de las luces de la calle y, con el segundo, a las nueve había que estar acostado e intentando dormir, porque se llevaba a los niños y niñas trasnochadores. Vamos, que de mieditis aguditis la chiquillería estaba más que servida.
No he sido nunca muy partidario de meter miedo a los chavales, pero en el fondo de igual manera que existía el ratoncito Pérez, podía existir el hombre del saco y por supuesto el ensundiero. A mi no hacía falta asustarme, una buena bofetada de mi abuela y asunto resuelto. Un abrazo.
El Ensunderio y el Totón conformaban, junto con las brujas y otros seres fantásticos, un repertorio de leyendas y tradiciones de la cultura popular de la zona con las que se convivía sin traumas y que, hoy en día, van quedando en el recuerdo. Las criaturas actuales tienen otros intereses, distintos de los de sus padres y madres que, hace treinta años, utilizaban en sus juegos a esos seres fantasmales. Fíjate que, por aquí, no era habitual la bofetada; en cambio, había un gesto (de las abuelas o las madres) que tenía idéntico servicio: el de bajar la mano como si fueran a sacarse la zapatilla para blandirla… Mano de santo, oye.
Cordialidades.
Cuando yo era niña, a ese personaje se le llamaba «mantequero» y se decía que sacaba las «mantecas» y la sangre a los niños para curar a los enfermos de tuberculosis, que por entonces, en la posguerra, abundaba. Con él nos asustaban para que nos recogiéramos por la noche, pero creo que ha habido ya muchas generaciones de niños que no lo han conocido.
Desvestir a un santo para vestir a otro, que se dice… Al final el resultado era el mismo, evitar que la chiquillería se alejara de la vista de los adultos. Mantequeros y ensundieros, hoy conocidos como pedófilos, siguen existiendo…
Pues no creas, que aquello de los mantequeros tenía más fondo de lo que parece, pues estaba presente la lucha de clases, ya que esos malvados se suponía que vendían las mantecas de los niños a los ricos, que pagaban fortunas para curar a sus hijos. De donde se deduce que si cualquiera de nosotros cogíamos la tisis, nos íbamos al otro mundo, porque nuestros padres no podían pagar mantequeros.
He estado ojeando y, ciertamente, los mantequeros a que te refieres tienen una base firme real. Espantoso que, además, hubiera quien recurriera a ellos para «salvar» unas vidas con otras. Aunque solo se diera un caso es pavoroso. Del Ensundiero nunca escuché sino la historia de las ruedas que engrasaba para que no chirriaran.
Antes era más sencillo controlar a los niños. Había pocos peligros y estaban más alejados de ellos. Hoy, con Internet, los tenemos dentro de casa, y los niños saben ya más que nosotros.
Cierto. Los tiempos cambian pero la infancia, por muy espabilada que sea, siempre es vulnerable ante las añagazas de las personas adultas.
Creo que estos personajes nacen con la intención de alertar a los niños sobre el mal que, por desgracia, existe.
Todos los niños tienen sus propios miedos, con ensudiero o sin él.
Me ha gustado conocer a este personaje.
Seguramente se trataba de eso, de crear historias con moraleja preventiva. Y es verdad que los miedos son naturales; la imaginación infantil es capaz de crear sus propios seres malévolos sin necesidad de ayuda.
El Ensundiero estaba tan arraigado en el imaginario popular que la chiquillería no solo creía ver sus ojos brillando en la oscuridad sino que incluso oían el chirrido de las ruedas del carro.
Personaje imprescindible, en una época, de todos los pueblos. En cada lugar tenia su propio nombre: fantasma, loco, sacamantecas etc. , y siempre había alguno que juraba haberlo visto. Mi pueblo estaba lleno de brujas con unos poderes increíbles. ¡Qué tiempos!.
Salud y buen finde.
…e incluso tales personajes tenían sus retahílas y formaban parte de los juegos. El miedo tenía un componente más histriónico que real; la chiquillería suele ser mucho más avispada de lo que las personas adultas creen.
Salud.
Es curioso, pero estoy imaginando aquellos tiempos que cuentas y veo a los niños huyendo del ensundiero y al mismo tiempo buscándolo. Como cuando huyes de algo, pero solo después de ir a buscarlo voluntariamente. Jaja. Así son los miedos de niño, al menos este tipo de miedos acompañados de amigos y entre risas y juegos. Ayyyy la infancia qué bonita es.
Me ha encantado esta historia-leyenda.
Un beso, Una mirada.
Era un miedo divertido que empezaba en los atardeceres, cuando se encendían las farolas y había un círculo de oscuridad alrededor de los juegos infantiles. Siempre había alguien que veía brillar los ojos del monstruo o que notaba el roce de sus dedos… En el fondo, la chiquillería sabía que era un ser inexistente pero, por si acaso, nadie se alejaba de la luz… Con el paso del tiempo, el Ensundiero fue desapareciendo y ha quedado en mero protagonista de algún relato oral que cada narrador/narradora adorna a su gusto.
Otro beso.
uufff no conocía la leyenda del Ensundiero. Y causa terror
«Los ejes de mi carreta» es una buena milonga, que los niños tendrían que haberse aprendido como conjuro
Abrazotes! Buena seguidilla de entradas!
Jajajaja… pues no se me había ocurrido unir al Ensundiero con la canción. Y, como el cantor, tampoco el Ensundiero consiguió engrasar nunca las ruedas de su carro, jeje.
Seguidillas a tope. Con tanto comentario ya tienes cama y comida en este blog.
Un abrazo.