«Prisoner of Time»: Marie Otero
La primera y penúltima vez que Senén Hernández estuvo en Madrid fue cuando les dieron garrote a Savi Puig y a Heinz Chez. Las ascuas democráticas europeas y hasta Pablo VI -que no era demócrata pero sí consecuente con lo predicado por el Hijo del Jefe- se habían avivado hasta conformar una hoguera de considerables dimensiones, aunque ni una sola de sus llamas consiguiera lamer los portalones custodiados de las embajadas y consulados que el herniado general Franco había conseguido instalar en cada una de las capitales de la progresía -o contubernio judeomasónico, en lenguaje del régimen-. Senén Hernández únicamente supo -le dijeron- que Puig y Chez eran anarquistas. Anarquistas, fíjese. De los que ponen bombas. De los que queman iglesias, violan monjas y castran curas. A Senén Hernández le señalaron el día y la hora de la partida y, allá que se fue, con el traje de las bodas -el mismo con el que luego casaria tres hijas- y sin más equipaje que el bocadillo de mortadela envuelto en papel de estraza que le entregó una señorita de luminosa sonrisa y manos regordetas.
Luego le explicaron que aquello era la Plaza de Oriente. Pero Senén Hernández ni siquiera fue consciente de la conformación del suelo que pisaba. Alzó la cabeza -y aun el brazo- cuando la vocecita del hombre del fajín recordó las sempiternas maldades de los enemigos de Dios y España, esos que se aliaban con los malvados rojos para destruir a la nación de naciones, al país de héroes, santos, apariciones virginales, heroicos militares, ardientes guerreros y amantísimas esposas.
Su segundo viaje a la capital –inmensa, inmensa, diría a sus compañeros de guiñote del Salón Social- lo hizo dormitando sobre el asiento convenientemente reclinado de un moderno autobús; alguien había regulado el aire acondicionado y la suave brisilla le daba, de refilón, en el rostro. Senén Hernández retenía en sus manos un botellín de agua de Lanjarón –era de Lanjarón, de la que anuncian en la tele, aseguraba- que le había dado, en la puerta del autobús, una jovencita de camiseta anaranjada y visera del mismo color. En esta ocasión no había habido bocadillo de mortadela. Pero su vecino de asiento, un muchachito de aspecto aseado, le había pasado una bolsita de bocabits, un folio DIN-A4 con la inscripción “(z)ETA(p), NO” y un rectángulo de tela con los colores de la bandera española y la silueta de un toro azabache sobreimpresionada.
Fue la última salida fuera del Barrio de Senén Hernández antes de que el alzheimer condenara al ostracismo sus ingenuos remedos de epopeyas.
Procesiona el Barrio la mañana del último y soleado día de septiembre acompañando, silente, a su vecino Senén Hernández, cartero jubilado, exmilitante de la Unión Sindical Obrera, asceta, andarín, tañedor de bandurria y severamente sordo.
Mira el sol el cortejo de enfiladas hormigas endomingadas caminando, con pasos contenidos, por el ondulante sendero que asciende, entre tierra y gravilla, hasta el camposanto.
A ver que yo me aclare…¿Que hacía un exmilitante de la USO con esa bandera, ese folio y los recuerdos de la Plaza de Oriente?
Absolutamente nada, salvo enarbolar el apocamiento que lo acompañó siempre, Senior citizen.
Si yo creyese en la otra vida, podría desear que Senén tubiese en ella la ocasión de ver otros paisajes más azules. Si yo creyese, pero…
Hay personas que están condenados, incluso antes de nacer, a ser «seres de relleno» en este mundo de «felinos».
Abrazos
…y, algunos, hasta felices.
Besos.
Uno de tantos, y son muchos, q se dejaba llevar.
Ver/oír y asentir… El ciudadano perfecto para cualquier gobierno.
En este caso al igual que en muchos otros la ignorancia hace estragos. El que no ve, no oye y no habla por voluntad propia, no se entera de nada, aunque en esta ocasión la ignorancia es real.
Así es, Jubilado; por eso las y los mandamases detestan las idas y venidas de información y contrainformación.
Miramos estas cosas con perspectiva de pasado, como si ya no existieran, pero sigue habiendo muchos Senén Hernández, o quizá todos tenemos algo de Senén Hernández.
Perspectiva de pasado, no; actualidad plena. Del seguidismo irreflexivo se nutren los partidos y grupos con sus voceros mediáticos adoctrinando desde sus púlpitos pseudoinformativos y señalando el buen camino.
Manipular -o, al menos, intentarlo- al prójimo es una tarea en la que ninguno escatima.