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Posts Tagged ‘Francisco Candel’

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«Donde florece el magnolio»: Archivo personal


A los pies del reformado muro de adobe  —único vestigio de la vieja paridera que alguna vez ocupó parte de lo que ahora es huerto—, cuatro tumbonas disparejas se extienden en el espacio que llaman Rincón del Solanar, donde florece el magnolio, a un lado, y se yergue en el contrario, sujeta a un poste y próxima a la balseta de riego, la Casita de los Insectos [FOTO] construida por Jenabou y colonizada, desde la primavera, por mariquitas y abejas que no parecen incomodarse por el ir y venir de las cuatro bullidoras jovencitas del agua a las tumbonas y de estas a los islotes de césped que anteceden a las matas de albahaca y las tomateras.

Bajo una sombrilla playera, un arcón pintado de índigo sirve de soporte a un enorme radiocasete a pilas, de momento enmudecido, sobre el que descansa un ejemplar muy manoseado de Han matado a un hombre, han roto un paisaje, de Francisco Candel, que se dejó olvidado la señorita Valvanera, la vieja maestra, ayer por la tarde. Junto al arcón, en un cubo de metal con bloques desiguales de hielo todavía compactos, asoman botellines de agua y latas de refresco.

Sestean los gatos alejados del jolgorio adolescente y solo Yaiza y Bambuesa, las perrillas, se avienen a pulular cerca de la balsa rebosante, pirueteando alrededor de las jóvenes que corretean lanzándose globos de agua.

Posadas en un olivo, tres picarazas ruidosas diríase que se carcajean.

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«Periferias»: Archivo personal


Regresó el frío asido al oleaje del cierzo, barriendo la modorra gatuna de los tejados. Vino para quedarse y reinar en galerías y alcobas, patios, fresqueras y en los cuerpos, livianos de ropajes, que prenden cerillas en un fajo de periódicos y astillas bajo los troncos gruesos o trajinan, con la torpeza en los dedos, sobre la esperanzadora ruedecilla del termostato para conjurar la glacial superficie de los radiadores.

[…]

Domingo de urnas hambrientas, ilusiones y hastío.

[…]

Saltan, impacientes y gráciles, los gorriones pedigüeños que aguardan a los viejos fumadores que mojan madalenas en el café con leche en las mesas exteriores de la cafetería, sombreadas por las nubes de estorninos ruidosos en compacta cabalgata hacia el extrarradio vegetal.

Satur, el chapista jubilado, se acomoda en una de las desgastadas sillas y, sin alharacas de mago, llueven de sus manos cientos de granos de alpiste que el cierzo arremolina y los gorriones, apelotonados, degustan, indiferentes al tránsito humano que enfila, sin apresurarse, hacia el colegio electoral, pasadas las nueve y media.

En la mesa del viejo Satur, junto al café con leche y el platito de las madalenas, una hogaza de pan de chapata asomando de su bolsa de papel, un paquete de Ducados con un mechero de propaganda y una edición de bolsillo, muy manoseada, de Diario para los que creen en la gente, de Francisco Candel.

[…]

Domingo de urnas hambrientas, ilusiones, hastío y viejos anarquistas que fuman y conversan entre lanzadas de frío y gorriones nunca suficientemente saciados.

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