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Posts Tagged ‘censura’

Museum of Senses1

«Alteración de la realidad. Museum of Senses (Bucarest)»: Archivo personal


Me han dicho que has dicho un dicho,
un dicho que he dicho yo.
Mas ese dicho que me han dicho
que has dicho que yo he dicho,
no lo he dicho.
Y si yo lo hubiera dicho
estaría muy bien dicho
por haberlo dicho yo.
(Trabalenguas popular)


Recordaba el viejo trabalenguas a raíz de lo acontecido con un comentario mío en una bitácora que consideraba amiga, en esta misma plataforma de WordPress; un comentario inocuo, respetuoso y, en principio, ajeno a polémicas, que la administradora de ese blog no es que lo haya censurado sino que lo ha reescrito poniendo en mi haber unas palabras que no se corresponden con las originales expresadas. Me tengo por benévolo y comprensivo y hasta puedo llegar a entender las motivaciones políticas que han llevado a la autora de ese blog a evitar que se hiciera público mi comentario; no obstante, me pregunto: ¿No hubiera sido más consecuente borrarlo para que no viera la luz en lugar de alterar su contenido y atribuirme aquello que jamás escribí?

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«Surreal. Museum of Senses (Bucarest)»: Archivo personal


Ni gordos ni calvos ni adefesios. La editorial inglesa Puffin, responsable de la publicación de los libros de Roald Dahl (1916-1990), compinchada con la familia del escritor y la consultoría Inclusive Minds, que asesora sobre lo políticamente correcto, han decidido ciscarse en la labor literaria del autor y enmendar, censurar y reescribir, en su obra destinada a los jóvenes, cualquier actitud o atributo que suponga una afrenta o una descalificación. Puede que en la familia Dahl y la editorial que tiene los derechos de publicación de Charlie y la fábrica de chocolate o El gran gigante bonachón, entre otras obras, el número de gordos, calvos y adefesios sea irrelevante, pero me atrevo a asegurar que el de idiotas quintuplica la media inglesa y hasta la de la Commonwealth. Idiotas, además, hasta el extremo de creer que la tontuna bajo la que ellos mismos se cobijan, armados de tinta correctora, es común a cualquier lector de Dahl sobrado o no de carnes, alopécico o greñudo, como si todo ser humano no perfecto estuviera en un tris de traumatizarse por verse reflejado en las ¿inmisericordes o humorísticas? descripciones del escritor. Como la estupidez suele ser altamente contagiosa, no sería de extrañar que las malas artes perpetradas contra Dahl, y que ya tuvieron como víctimas anteriores a Enid Blyton y Mark Twain, fueran importadas por España, país que, hasta hace unas borrascas, poseía una extensa plantilla de sacrificados reprobadores en editoriales y cinemas que tachaban, reescribían y acomodaban a los mandatos de la moral de turno, convirtiendo el güisqui en vino de Jumilla y a la pareja de amantes de la película Mogambo en, ¡alucina, vecina!,  incestuosos hermanos, haciendo de la gilipollez, bandera; igualito que los británicos. Cualquier día, algún memo patrio decide que El buscón o La Celestina son obscenos compendios de exabruptos y malas formas que alientan el putiferio y la golfería entre los posibles lectores bachilleres y, el diablo no lo quiera, nos los recomponen y adecúan a «las nuevas tendencias contemporáneas».

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