«Calle Redín»: Archivo personal
Dejan los Limones negros de Javier Valenzuela el Tánger nocturno desde el que se avistan las luces de Tarifa para recorrer —livianos, en un bolsillo lateral de la mochila— el viejo bastión pamplonés del Redín, la parte más antigua de la muralla abaluartada de la ciudad.
Celebra, sonoro, el empedrado el ascenso por la calle donde los cordeleros domaban el esparto y transformaban el cáñamo en cuerdas de distintos grosores al son del trajín de los peregrinos en ruta a Compostela que accedían a la villa fortificada por el portal de Francia [FOTO] para recalar en los chacolines, las tabernas de mesas lacradas por el vino agrio derramado en los innumerables trasiegos.
Se acomodan los paseantes actuales en el mirador [FOTO], allí donde el frío sigue batallando sobre la soledad de la terraza del mesón del Caballo Blanco [FOTO], falso enclave medieval construido en 1961 con los restos del derribo del palacio de Aguerre y la bóveda gótica de la que fuera la famosa taberna de Culoancho, guardando en sus hechuras la esencia de aquella Pamplona guerrera y defensiva, pero acogedora, del siglo XVI.
“Y, entonces, la casa natal del tío Sabas, que me habéis dicho, ¿está por aquí?”, pregunta Pilar-Carmen, impaciente, rompiendo el hechizo. “¿De Sabicas? Está cerca, detrás de la catedral. Ahora mismo vamos”, dice la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio. Deshacen el camino andado. En el banco del mirador, los Limones negros de Javier Valenzuela —concienzudamente olvidados— aguardan que algún otro amante de los libros los haga suyos.
A esa tavernas tengo que ir a beberme un chupito de Patxaran. Salud.
Jajaja, pero que te lo pongan del que fabrican en la trastienda, que tiene más graduación pero está más bueno que el de marca.
Salud.
Perfecto, tienes razón. Un abrazo.
Excelentes fotos de pura historia empedrada. Con el frío de esas tierras, apetece refugiarse a tomar algo calentito. O ya puestos un chupito como apuntan en el comentario anterior. Nunca olvido mi herencia navarra. Hermosa tierra donde las haya. Un abrazo.
El Casco Antiguo de Pamplona es precioso y, dentro de él, los rincones de la calle Redín, inigualables. Allí «hablan» las piedras y cuentan su historia.
Salud.
Realmente tienes «una mirada» con exquisita sensibilidad para captar esa esencia que se encierra tras cada fotograma que capta.
Hermosa simbiosis siempre, mirada y texto.
Un abrazo!
Son rincones que «dicen» y atrapan a quienes los contemplan.
Gracias por tus palabras, Bisílaba.
Un abrazo.
Excelente texto y fotografía. Cuando ves esas calles y esas casas de pidra ta dan ganas de perderte en ellas y con el tiempo que las envuelve.
Salud.
Son rincones que te transportan a otro tiempo, como si la vida se hubiera detenido unos minutos en el pasado.
Salud.
Un paseo virtual, Tanger, también real, Navarra, con sus calles empedradas y lo que se agradecen cuando la lluvia va marcando caminos horadados en la tierra, difíciles de sortear.
Las fotos preciosas.
Tánger es lo exótico, el aroma moro de una ciudad que no ha perdido del todo su aire internacional. Pamplona es el presente que mantiene el devenir de la historia. Las calles empedradas son una maravilla, aunque, cuando el pavimento está mojado, algún resbalón que otro sobreviene.
Qué bonita la foto, me encanta.
La tuya por supuesto, y todas las demás que nos has dejado -a modo de regalo- en cada enlace insertado.
Ha sido como estar allí, avanzando por esas calles empedradas, sintiendo ahora mismo el frío que pueda haber y dejándome llevar por el silencio de ese mirador.
Se me antoja una visita muy agradable, me encantaría perderme por esas calles, y si encima me llevo los limones negros de Javier Valenzuela, mejor que mejor.
(tomo nota, porque no he leído este libro ni sabía de su existencia).
Gracias, Una mirada.
Un abrazote, soleado y luminoso.
Las fotos se han insertado con esa idea, la de poder seguir ese recorrido donde se mezclan elementos medievales y renacentistas que, a ratos, hacen creer que se ha vuelto a la época de la Pamplona amurallada en la que reponían fuerzas los peregrinos que hacían el Camino Francés de Santiago.
La novela de Valenzuela es amena, aunque los limones negros solo aparezcan en el título. El protagonista, profesor en una franquicia del Instituto Cervantes de Tánger, es un personaje muy interesante.
Gracias por ese Sol que traes.
Un abrazo.
¿Sabéis que aquí los chacolines son títeres?
https://en-clase.ideal.es/2020/01/06/los-chacolines-de-pedro-gomez-y-mari-paz-prieto-llegan-al-centro-artistico-para-quedarse/
No lo sabía, pero leyendo en el artículo he visto que el nombro se popularizó a partir de un títere de nombre «Chacolí» cuyo dueño era de estos nortes (el padre de José Luis Moreno). Curiosamente, la palabra chacolín referida a taberna ya no se usa en Navarra porque los antiguos chacolines se llamaban así por el vino de cosecha propia que se servía.
Y a otros títeres se les llama «cristobicas», supongo que por un motivo parecido.
Sí, también lo he leído, y explica que se tomó el nombre de otro títere llamado Cristóbal. Parece que lo de «cristobicas» partió del mismísimo García Lorca.
¡Vaya! Me temo que mi comentario se ha atascado en el filtro por llevar un enlace largo
Por lo visto, ha pasado el filtro sin necesidad de hacer nada.
Esa foto me recuerda a los paseos por la parte antigua de Cáceres, que es visita obligada siempre que bajamos. Recorrer esos barrios antiguos con tanta historia es descubrir siempre algo nuevo.
Buen fin de semana.
Un abrazo.
Los Cascos Antiguos de las ciudades son todo un museo de historia en los que detenerse para admirar un sinfín de detalles.
Cordialidades.
Me resulta curioso que llaméis portal a una antigua puerta de la ciudad.
No tan extraño, porque, en el DRAE, una de las definiciones de portal es «puerta de la ciudad«.
No dejo de sorprenderme con los rincones que nos muestras, con la vasta historia que tienen por allí tienes para entretenernos con miles y miles de entradas.
La foto del portal me resulta alucinante. Algo que jamás veo por aquí.
Abrazos
Las ciudades medievales como Pamplona estaban rodeadas de murallas; solo se podía acceder o salir de ellas por diferentes puertas que se cerraban por la noche para que la ciudad estuviera protegida de cualquier intento de asalto.
Más abrazos.