«La casilla»: Archivo personal
Cuando en 2007 entró en servicio la variante ferroviaria de la línea Zaragoza-Canfranc y se sacó la vía de la zona sur del casco urbano de Huesca, se acometió el derribo de las viejas casillas adyacentes a los pasos a nivel con barreras; la automatización de estas había dejado, años ha, en desuso aquellas familiares edificaciones levantadas con idéntico patrón que, en algunos casos, habían sido vivienda de los guardavías pero que, deshabitadas, se habían transformado en ruinosas construcciones que el tiempo y la desidia desmoronaban ante la indiferencia de los munícipes y algunas protestas de la ciudadanía.
Mejor suerte corrió la casilla próxima al cerro de San Jorge, en la ruta que lleva a la ermita de Loreto y que, durante años, fue el lugar de trabajo de la señora Nieves, la guardabarreras, que hizo de ella un lugar acogedor con su jardincito vallado y aquellas galletas de nata que la buena mujer ofrecía a las criaturas que se acercaban para saludar el paso del tren e inventar retahílas que musicaba el traqueteo rítmico del automotor. Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro, cantaban los niños. Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro, repetía el tren, que parecía carcajearse cuando el improvisado coro infantil apostado en el puente recitaba: ¿Por dónde pasa el tren? / ¡Por la vía! / ¡Anda, burrico, que ya lo sabía!
Algunos de aquellos niños y niñas son los adultos que muchas mañanas festivas caminan junto a la casilla rehabilitada y recorren la ruta del ferrocarril convertida en sendero cubierto de gravilla que la señora Nieves nunca pudo ver porque falleció muchos años antes. Son las mismas niñas y los mismos niños que, ya adolescentes y jubilada la guardabarreras, la visitaban en su casa, donde nunca faltaban las sabrosas galletas ni las rosas que aromaron la vieja casilla. Y aún hoy, tantos años después, recuerdan a Pocholín, el jilguero lugano de la ferroviaria emérita, que, cuando escuchaba a lo lejos el silbido del tren avisando de su inminente entrada en la ciudad, gorjeaba y se volteaba en su jaula mientras a los labios de las jóvenes visitas retornaba aquel Can-fra-ne-ro, e-ro, e-ro, e-ro de la niñez.
Más de una vez, en mi juventud, viajé en ese tren. ¡Qué recuerdos! Y la estación, preciosa. Brillábamos de ilusión y sueños.
Salud.
Subirse al Canfranero era una aventura en sí misma. Una vez rebasada la localidad de Ayerbe se abría un itinerario donde todo era posible. Traqueteo, bullicio, mochilas, bicis y un paisaje de ensueño que saludaba tras las ventanillas.
No sé si habrás visto el documental El viaje, en el que se visualiza el recorrido Zaragoza-Canfranc en tiempo real, sin palabras. Son casi cuatro horas (las mismas que dura la ruta ferroviaria) pero merecen la pena.
Salud.
No. No he visto el documental «El viaje», está en YouTube?
Sí, en Youtube. He puesto el enlace en el otro comentario.
Vale. Gracias.
El canfranero. Todos los años durante el verano y en la época de vacaciones estudiantiles, iba de Zaragoza a Ayerbe y a la vuelta en sentido contrario. Hubo años que mi padre, me hacía un papel como que me autorizaba a viajar, ya que de vez en cuando la Guardia Civil pasaba por los vagones y pedía la documentación a todo quisqui, yo entonces no tenía ni el D.N.I.
En ocasiones cuando me acompañaba hasta el tren, me dejaba a cargo de algún matrimonio relativamente joven que veía en mi vagón. No obstante no recuerdo las casillas de los pasos a nivel.
Si que recuerdo las casillas de los camineros, la última que he visto se encuentra en Broto. Por cierto se está cayendo a pedazos debido a que no dejan reformarla por estar pegando a la carretera.
Las casillas de los guardabarreras solo estaban en las zonas habitadas, porque el resto de pasos a nivel eran sin barreras; casillas camineras aún queda alguna, pero ya son reliquias.
Curioso lo de la Guardia Civil pidiendo los papeles en el tren; imagino que sería en la década de los cincuenta. El Canfranero es ya todo un símbolo de la línea Zaragoza-Canfranc.
Ocurrió al final de la década de los 50 y principios de la de los 60.
Eso suponía, sí.
¿Y quien la ocupa ahora? ¿Que función cumple?
La casilla es ahora propiedad del Ayuntamiento, que la utiliza como almacén. Por ese motivo la rehabilitaron.
He empezado a ver el documental de YouTube y promete, así que me lo tengo que ver aunque sea a partes.
El documental se estrenó en la Televisión Aragonesa y, pese a las casi cuatro horas de duración, tuvo mucho éxito. Ha tenido algún premio por tratarse de un documental pionero en el género slow. Solo se escucha el sonido ambiente del tren, la cámara está fija y las imágenes son las que toma el tren de frente.
Que lo disfrutes.
Hermosa reseña del Canfranero, . Voy a ver el documental este fin de semana, aunque sea por partes, dada su larga duración. Un abrazo.
Es una ruta de contrastes entre el llano y la montaña, dos «mundos» por el que el tren va abriéndose camino para mostrar un paisaje que corretea y saluda.
Otro abrazo.
Qué bonitas son estas historias!! que alimentan el alma con cada bocanada de recuerdo. Uno mira hacia ellos con el candor que las personas les infería; en esa hospitalidad con sabor a galletas de nata, y la camaradería cómplice entre esos niños que coreaban y el paso del ferrocarril.
Ha sido como estar allí, Una mirada….. ☺️ Gracias!!
Un beso.
Con el paso de los años, los recuerdos de la niñez se engrandecen, pero la esencia de esos momentos permanece intacta, con esa inocencia donde realidad e imaginación se daban la mano.
Abrazos.
Me gusta que a las líneas de tren o a los buses (bondis, micros, colectivos) o cualquier medio de transporte se lo llame por un término popular.
Como en este caso el Canfranero, o como el Transiveriano o La Costera o el Cuyano
Abrazos
La del Canfranero es una ruta convertida en entrañable, aunque .la travesía no tenga el empaque de un Orient Expres.
No conocía ni La Costera ni el Cuyano.
Otro abrazo.
Qué bonita te ha quedado esta entrada, con ese aire evocador que nos transporta a aquellos años envueltos ahora en nostalgia. El tiempo transcurre a veces demasiado deprisa.
Pasa muy deprisa, cierto, pero los recuerdos, en vez de alejarse, parece que se puedan rozar con los dedos.