«Trampantojo»: Archivo personal
Del puerto oscuro subieron los primeros cohetes de los festejos oficiales. La ciudad los saludó con una sorda y larga exclamación. Cottard, Tarrou, aquellos y aquella que Rieux había amado y perdido, todos, muertos o culpables, estaban olvidados. El viejo tenía razón, los hombres eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza y su inocencia y era en eso en lo que, por encima de todo su dolor, Rieux sentía que se unía a ellos. En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: Que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Pero sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.
Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.
Fragmentos finales de La peste, de ALBERT CAMUS (1913-1960)
NOTA
La ilustración que preside este artículo corresponde a la obra Capricho, óleo sobre lienzo pintado, en 1891, por Bernardino Montañés Pérez (1825-1893). Se halla expuesto en el Museo de Huesca.
Wow, es una calavera!
Ah, pero todo depende la perspectiva de cada cual.
Cuántos años hace que leí ese libro. Me ha encantado recordar ese fragmento. Cualquier día lo releo. Un saludo y buena tarde.
A mí me gusta Camus. En La peste, pese a ese pesimismo tan propio del existencialismo, se impone el afán de resistencia, de no dejarse derrotar por la ponzoña que rueda por la ciudad. Es una novela plagada de reflexiones que bien pueden relacionarse con la situación que ahora mismo estamos padeciendo. Hay una cita que siempre me impresiona: “…un hombre muerto solamente tiene peso cuando uno mismo lo ha visto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación”.
Salud.
Un tipo peculiar Albert Camus, que vivió su vida sin encasillarse con nada ni nadie.
El libro «La peste» y este fragmento que has rescatado me recuerda a nuestra actualidad, a lo que vivimos con el Coronavirus.
Es inevitable.
Un libro oscuro, no obstante me quedo con la «no rendición» a pesar de todo.
Abrazos, Una mirada….
Fue un tipo lúcido, amante de la humanidad, que predicaba/practicaba la desobediencia, la obstinación para defender aquello que consideraba cierto, la rebeldía y la resistencia. Su literatura es el reflejo de sus convicciones, de ese firme humanismo al que siempre fue fiel en cada uno de sus actos.
Más abrazos para ti.
Cien millones de cadáveres no son más que una estadística…
No para Camus, que amaba al ser humano y consideraba que no se puede vivir de espaldas al sufrimiento ajeno.
Buen momento para leer o releer «la peste», de hecho aprece que ha sido un fenómeno bastante extendido entre los lectores
Pues fíjate que la semana pasada estaba organizando unos viejos apuntes de literatura francesa contemporánea y saltó a mis ojos una cita de La peste subrayada en grueso rotulador rojo… Fue entonces cuando decidí copiar el final de la novela, que es el final, también, de la peste, una peste durmiente que parece aguardar futuras oportunidades de reinado.
Como las ratas se apoderen de las calles y vuelva a emerger la peste, mal lo tenemos.
Deja, deja, que ya tenemos suficiente con este que nos ha trastocado.
Hola querida Una mirada… hace rato te tengo olvidada. Y eso que me decía para mí. Tengo que visitarla, tengo que visitarla. alguna distracción malvada se interponía.
Ese libro de Camus lo leí hace unos 20 años. Tendría que repasarlo, y conseguirlo porque lo perdí. Te hago una consulta para ver si de casualidad tenés la respuesta, es un detalle que vengo hurgando hace rato y el señor Alfredo Google no me supo responder (o tal vez es mi inepta forma de buscar).
¿sabés si es en La Peste que el personaje principal lee en el diario que «un tipo mató a un árabe en Argel»? Tal cual lo que sucede en El Extranjero.
Por que se que Camus jugó con eso, lo replicó en otra novela, pero no puedo encontrar en cual.
Abrazos! A cuidarse del Corona.. y del que también me acabás de mencionar. Ese arrasa
De lo que preguntas, no lo sé. Tendría que releerlo. Sí te puedo decir que la réplica de la que hablas quizás se trate de aquella de Tarrou, en «La peste», que recuerda cómo su padre, fiscal, le obligó a asistir a una ejecución pública. Esa misma situación la describe Camus en la que sería su novela póstuma («El primer hombre»), de carácter autobiográfico; en ella, el padre del protagonista (alter ego del autor) también asistió a una ejecución pública que le dejó una huella imborrable, exactamente la misma circunstancia y la misma consecuencia que a Tarrou. Ya dirás.
Del Corona bien nos cuidamos; del Otro, más.
Desde que hace casi cien años se descubrieron los virus y las bacterias, somos conscientes de estar inmersos en una sopa de bichos microscópicos, unos pululan por el agua, otros por el aire y la tierra mientras que otros colonizan nuestro cuerpo. Desde tiempos inmemoriales la humanidad se visto sometida al ataque de estos incomodos vecinos, como bien explicas en tu entrada, pero en este caso el virus tiene un aliado: la comunidad mediática, que no nos deja un instante de respiro. ¡Señor, Señor!
Lo suscribo plenamente. El virus acecha sin capacidad para dobleces ni añagazas; la falsimedia, en cambio, ha hallado un filón y a él se aferrará aunque eso suponga destrozar la inteligencia emocional de la ciudadanía.
Otro que me falta… Habrá que ponerle remedio. La peste nos aguarda a la vuelta de la esquina, pero la próxima vez no nos pillará tan desarmados como ahora. Otra cosa es que no hagamos caso de los avisos. Es cierto que por cada mal que se hace hay mucho bien, pero aun así hace daño ver ciertas actitudes.
En los tiempos que corren, la novela de Camus resulta muy instructiva, sobre todo porque ya estamos familiarizados con las medidas preventivas que en ella se apuntan. Quiero creer que esta pandemia va a repercutir positivamente en los protocolos sanitarios y en la toma de conciencia social. Convivimos con toda clase de patógenos y es necesario que lo tengamos en cuenta cuando remita el que ahora nos avasalla.