«Biserica Sfânta Parascheva»: Attila Szűcs
Camelia Cristea, nacida en Tulcea (Rumanía), lleva dieciocho, de los veintiún años que tiene, residiendo en España. Habla un castellano con fuerte acento navarro y apenas conoce su idioma materno.
–¿…Muzeul Inchisorii[1]?-, pregunta, silabeando, al primer viandante que el grupo de turistas hispanofranceses avista en el centro histórico de Sighet.
Sighetu Marmației —llamada popularmente Sighet— es la penúltima etapa de la ruta por la región de Maramureş, fronteriza con Hungría y Ucrania, donde la Rumanía profunda permanece suspendida en un tiempo sin tiempo, como en un inmenso escenario teatral de lo cotidiano por el que los visitantes se mueven, admirados. El elenco rural finge que permanece absorto en sus quehaceres mientras observa, de refilón, a los intrusos detenerse ante las pintorescas casas de madera, palpar los trabajosos tejidos bordados por las mujeres, husmear los quesos expuestos al aire libre o fotografiarse junto a un caballo de pelaje castaño reluciente que tira de un carretón colmado de hierba, verdura y dos abolladas lecheras.
“La antigua prisión, construida en 1897 y en funcionamiento hasta 1977”, explica el guía, en inglés, “fue reconvertida, en 1993, en Memorial de las Víctimas del Comunismo y la Resistencia”. Dos pisos. Celdas. Fotografías. Muros. Historias. En el patio carcelario, el Cortejo de los Mártires, tétrico conjunto escultórico que silencia y sobrecoge a los visitantes. Étienne murmura: “Se ha pasado varios pueblos llamando a Bratianu padre de la democracia rumana”. “¿Y quién era ese Bratianu?”, se interesa Ana. “Un puto fascista”.
Antes del mediodía ya se halla el grupo junto a la casa-museo de Elie Wiesel, donde el Premio Nobel residió hasta su deportación a Auschwitz, destino de todos los judíos de Sighet. El edificio permanece cerrado. “Dice esa señora que volvamos por la tarde, que estará ya abierto”, anuncia Camelia tras conversar con una mujer que acompaña a un grupo de excursionistas ucranianos.
El último día, antes de tomar el tren de regreso a Bucarest, un taxi colectivo traslada a los visitantes hasta el Cimitirul Vesel[2] del pueblo de Săpânţa, donde la muerte es arte, color e ironía. Bajo el cielo encapotado, turistas en tropel invaden el recinto funerario y se afanan por comprender —con desigual resultado— el significado, en ocasiones hilarante, de los epitafios que acompañan los dibujos tallados donde se resumen las vidas, las querencias y, en muchos casos, la forma de morir de los aldeanos.
Una suave lluvia motea, risueña y socarrona, tumbas y visitantes.
Dicebamus hesterna die…
[1] El museo de la prisión.
[2] Cementerio Alegre.
Un recorrido por la triste historia de las víctimas del comunismo, desde el impactante «Monumento a las Víctimas del Comunismo y de la Resistencia», donde el emocionante silencio casi hace volver la cabeza a los visitantes, hasta el divertido cementerio alegre, donde se puede leer :
Bajo esta pesada cruz
Se encuentra mi pobre suegra
Tres días más habría vivido…
.
…Quédate aquí, mi querida suegra!
Son dos lugares únicos que despiertan sentimientos opuestos, aunque, sin duda, es el cementerio el más llamativo porque rompe con los esquemas preconcebidos sobre los camposantos. Ese «después de muerto Juan le daban caldo«, no tiene cabida allí.
El epitafio de la suegra dice, en traducción realizada por un rumano:
Aquí, bajo esta cruz,
descansa mi suegra.
Si hubiera vivido otro año más,
sería yo y no ella
quien aquí reposaría.
Con estas estampas tuyas estoy atisbando un país que desconocía totalmente, pues para mí empezó a existir cuando llegó la inmigración de estos años pasados.
Es un país que, poco a poco, se va descubriendo. La miseria, la inmigración, Ceaucescu, sus descuidadas carreteras y las corruptelas no son sus exclusivas señas de identidad. Posee unos paisajes de ensueño y una historia digna de ser estudiada.
Conociendo lo desconocido.
Un abrazo
…hasta que se hace familiar.
Besos.
Alucino con los epitafios del enlace. Ese cementerio es un monumento al humor negro.
Salu2.
Bueno, es una manera diferente -y, sí, chocante- de encarar la muerte,
En nuestro cementerio también han establecido la visita turística y la verdad es que no me gusta nada ver una tumba familiar con una chapa de acero inoxidable delante con sus datos y el Bluetooth. Hasta ahora no me he tropezado un grupo de turistas con sus móviles en la mano en el mismo sitio donde yo rezo (y espero no encontrármelos), pero sí he visto fotos en Flickr y tampoco me han gustado nada.
En el de Huesca, en determinadas fechas, ha habido recorridos históricos por el cementerio, pero siempre dentro de la formalidad. El cementerio de Săpânţa es distinto; allí hay tenderetes y puestos en los aledaños donde se venden souvenirs, postales… Digamos que es un negocio y se nota, porque, conforme se fue haciendo famoso y entró a formar parte de los paquetes turísticos de las agencias, los epitafios se hicieron más osados.
Resulta excesivamente amarga la paradoja de que un lugar que fue raíz de tan amargas formas del dolor, la muerte y la separación, se convierta en destino turístico, con todo lo que ello supone…
Quizá sirva, en el fondo, para que tomemos mayor y mejor consciencia de nosotros mismos.
Salud!
En los últimos tiempos se ha puesto de moda lo que se ha dado en llamar turismo negro -visitas a antiguos campos de concentración, cementerios, prisiones reconvertidas, memoriales…-, aunque, como siempre, todo depende de la actitud de quienes realizan la visita. Son, además de paseos por la historia -y por la maldad y la bonhomía del ser humano-, paseos por la consciencia personal.
Salud.
Me muero de curiosidad con este epitafio, me lo podrías traducir? ¡¡¡Gracias!!!
Muchos de los epitafios y, concretamente, el que te interesa, están en un dialecto mezcla de rumano y magiar (húngaro), así que no resulta tan fácil realizar una traducción correcta. Cuando la tenga, te la enviaré, ¿de acuerdo?
Yo antes confundía Hungría con Rumanía, hasta que en uno de los cursillos que hice, tuvimos a un compañero rumano. Al preguntarle si eran eslavos o latinos, me respondió lo segundo. De vez en cuando, ponía música de su tierra en el equipo de su coche. Sonaba como música árabe.
Saludos cordiales.
Bueno, son países fronterizos que, además, tienen capitales de nombres similares. Y, sí, es un país donde los romanos dejaron su huella.
Saludos para ti.