«Sinaia.- Peleş Castle»: Ana ADI
«Fui invitado a Rumania y acudí a la cita. Los escritores me llevaron a descansar a su casa de campo colectiva, en medio de los bellos bosques transilvanos. La residencia de los escritores rumanos había sido antes el palacio de Carol, aquel tarambana cuyos amores extrarreales llegaron a ser comidilla mundial. El palacio, con sus muebles modernos y sus baños de mármol, estaba ahora al servicio del pensamiento y de la poesía de Rumania. Dormí muy bien en la cama de su majestad la reina y, al día siguiente, nos dimos a visitar otros castillos convertidos en museos y casas de reposo o vacaciones. Me acompañaban los poetas Jebeleanu, Beniuc y Radu Bourreanu. En la mañana verde, bajo la profundidad de los abetos de los antiguos parques reales, cantábamos descompasadamente, reíamos con estruendo, gritábamos versos en todos los idiomas. Los poetas rumanos, con su larga historia de padecimientos durante los regímenes monarca-fascistas, son los más valerosos y al par los más alegres del mundo. Aquel grupo de juglares, tan rumanos como los pájaros de sus tierras forestales, tan decididos en su patriotismo, tan firmes en su revolución, y tan embriagadoramente enamorados de la vida, fueron una revelación para mí. En pocos sitios he adquirido con tanta prontitud tantos hermanos.»- Pablo Neruda, fragmento de Los palacios reconquistados, de su libro de memorias CONFIESO QUE HE VIVIDO.
De regreso a Bucarest, tras ayudarles a facturar el equipaje, Lucica regala a sus amigos hispanofranceses una edición en rumano de las memorias –Mărturisesc că am trăit, Confieso que he vivido– del poeta chileno, cuyos ojos aún estalinistas se regocijaron antaño con parejas maravillas a las que todavía danzan en las dispuestas miradas actuales de los viajeros que, resignados, aguardan en el Aeropuerto Internacional de Otopeni el final de la exquisita aventura. El tufo a sudor, dióxido y plástico del entorno presente desaparece empujado por el fresco aleteo montaraz de los rememorados efluvios herbáceos de los lejanos castillos de Peleș y Pelişor y su esplendor palaciego de alcobas donde, entre la opulencia y el refinamiento, se intuye el desenfreno vital de sus antiguos moradores prendido de los tapices y las preciosas maderas labradas de los baldaquinos.
Solazábase Neruda, entre rasos, sedas y otomanas, enterrando las decadentes emanaciones reales bajo escrituradas páginas de versos y, decenas de años después, con las sandalias cubiertas con los obligatorios patucos deslizándose, sin prisa, sobre el noble suelo palatino, reseguía sus pasos, en guiado y compartido recorrido, la orgullosa gitana Lucica Gherghina, cuyos bisabuelos maternos, supervivientes de la deportación a Transnistria, descansan en el cementerio de Sinaia, a cientos de metros del majestuoso complejo donde los monarcas rumanos escondían sus complacidos sentidos de las penurias de sus súbditos.
Dicebamus hesterna die…
Con esas «chabolas» se entiende la expresión vivir como un marajá, como dicen en los links son de cuento.
Los «ojos stalinistas» de Neruda me han confundido un poco.
Salu2.
Neruda, hombre sensible, solidario y muy inteligente, mantuvo durante mucho tiempo una metafórica venda que le llevó, incluso, a componer un poema a Stalin -de lo peor que ha escrito, además-.
Cuando esté en Zaragoza tengo que volver a leerme esta entrada para tratar de sacarle un poco más el jugo, ya que las prisas no son buenas. No tengo conexión a internet, excepto un par de horas en la biblioteca y no todos los días.
Ya he leído, Jubilado, que andas por Broto arañando momentos de wifi para mantener al día tu crónica olímpica…
La verdad que los parajes de castillos son ùnicos y que Neruda tuvo una època un poco desviada de sus verdaderas convicciones humanìsticas es una realidad un poco enterrada.
Me ha gustado mucho tu entrada
un abrazo
fus
Neruda, además de exquisito poeta, fue un observador genuino del tiempo y las circunstancias en las que se desenvovió su existencia. Sus memorias son una excelente crónica de su devenir.
Saludos cordiales, Fus.
Confieso que he de leer «Confieso que he vivido».
Mientras leía el fragmento de Neruda, pensaba que era un cuento de ficción. Es lo que tiene ser poeta, que de lo más sórdido o absurdo o malvado, se es capaz de extraer belleza .
No pueden tener esos palacios mejores habitante que los poetas.
Abrazos
En el enlace, Trini, accedes a las memorias nerudianas en pdf; no es la misma sensación que tener el libro entre las manos, pero…
Otro abrazo, reina.