«Los pedigüeños de la playa»: Archivo personal
La vieja Tarraco yergue sus preservadas y majestuosas ruinas ante las que se rinden, admirados, los visitantes este sábado luminoso y nada invernal, con el horario muy ajustado para comenzar la media maratón histórica y sin perder de vista el apacible Mediterráneo que, como en la antigüedad, acaricia la suave arenisca de la urbe que dio nombre a una de las más extensas provincias de la Hispania romana.
Aquí, en la cabecera de la Hispania Citerior Tarraconensis, con los ojos fijos en el graderío tallado en la roca y el olor a mar penetrando en los poros, uno imagina el Anfiteatro [FOTO] rebosante de público asistiendo al cruento espectáculo del martirio del obispo Fructuoso y los diáconos Eulogio y Augurio que, según la audioguía, fueron quemados vivos en la arena el 20 ó 21 de enero del año 259, en tiempos del emperador Valeriano, en el mismo escenario donde los habitantes de la ciudad ligada a los Escipiones disfrutaban, con parejo entusiasmo y separados según su estatus, de luchas entre gladiadores, cacerías y exhibiciones atléticas, protegidas en verano las testas de los asistentes de la molesta radiación solar por una inmensa carpa, el velum, que se desplegaba sobre el graderío para que las largas horas de esparcimiento no derivaran en insolación de la concurrencia.
Más allá de la arena del martirio, el Circo [FOTO], mandado construir por el emperador Domiciano, con buena parte de sus estructuras enterradas entre los cimientos de decadentes edificios decimonónicos, guarda el eco de las bigas y cuadrigas cuyos conductores se jugaban la integridad física en demenciales carreras que comenzaban una vez asomados los carros por las bocas de las bóvedas interiores [FOTO], laberínticos túneles que sostenían las gradas y que, según cuentan, se adentran varios kilómetros por el interior de la ciudad.
Cualquier plaza, paseo o calleja de la antaño llamada Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco guarda sus retazos romanos convivientes con establecimientos hosteleros y comerciales y viviendas que muestran porciones de los antiguos foros, torres y templos, desperdigados y, en muchos casos, transformados y apuntalados por los diversos pueblos que se asentaron en Tarragona tras la decadencia del Imperio. El Casco Viejo aún conserva mil cien metros de la pretérita muralla que expone muchos de sus lienzos bien conservados, vencedores del tiempo, del maltrato y la indiferencia, muestrario, con el resto de las edificaciones, de una época y unos constructores que quisieron renegar de lo efímero.
Muy interesante y me encanta esa foto. Un saludo.
Muchas gracias, Francisco.
Salud.
De nada. Un saludo. Bona nit.
Estoy enamorada de la fotografía de los gorriones de la playa y del gato Tommasso 😍 😍 😍 Me encantan, Una Mirada 😊
Jajaja, no me extraña porque son una chulada.
Interesante lección de historia. La fotografía genial. Preciosa.
Salud.
Es una ciudad cercana y tiene muchos tesoros.
Salud.
La de los gorriones maravillosa.
Sí, también me encanta a mí.
Qué de Historia y qué de historias guarda tras de sí cada ciudad.
La foto de los «gorriones playeros» preciosa. Y su título «Los pedigueños…» me encanta 🙂
Cada ciudad guarda una epopeya en sus rincones que nos va narrando conforme la observamos. Quizás esos gorriones tan sociables (la comida es la comida…) sean descendientes de muchas generaciones asentadas en la ciudad desde tiempos remotos.
¿Estaría entonces el mar tan cerca del circo o habrá avanzado con el paso del tiempo? ¿Hay algún indicio de esto?
Te refieres al anfiteatro (el circo está hoy en día repartido en trozos por la ciudad)… Por lo visto, lo construyeron relativamente cerca del agua, en una zona más alta, para facilitar la entrada de los animales transportados en barcos, pero ocurre que en la foto da la impresión de estar más cerca aún; piensa que, en la época, había una muralla.
Tienes razón. He caído en lo de siempre: llamar circo a todo el conjunto. En Mérida, antes de reconstruir el teatro, preguntabas por el circo y te decían: Ahí empieza… Y te señalaban tanto el anfiteatro, el circo, los restos del teatro que asomaban y hasta el templo.
En Tarragona son dos edificios diferenciados, pero ocurre que, así como el anfiteatro está de una pieza, el circo, que era inmenso, está partido por las construcciones posteriores que se han ido levantando y no tiene un lugar concreto, sino que hay restos en diferentes lugares.
Bonito post. Muy interesante. Un cordial saludo.
Muchas gracias.
Salud.
He estado en tres ocasiones en Tarragona de trabajo, y nunca he estado en la playa, pero si en el puerto comiendo las raciones típicas de un sitio con mar.
Los pajarillos una gozada, y es que cada vez se ven menos en las ciudades, yo tengo suerte ya que donde vivo de una o dos parejas que se veían hace años ahora hay lo menos una docena, por lo que cuando se reúnen por las mañanas esos 24, es una gozada verlos desde la ventana, pero no se dejan acercar.
Según he leído, tras la caída de la población de gorriones urbanos en la década de los ochenta, en la actualidad se ha estabilizado su número. Son aninales entrañables, simpaticotes que, al contrario que las palomas, saben guardar las distancias, y su presencia resulta grata. Yo suelo llevar una bolsita de semillas para echarles un puñado cuando se acercan.
Se me antoja un paseo la mar de interesante para esos sábados en que uno siempre planea desconectar de la rutina semanal.
Debe ser un lugar muy bonito de visitar, las fotos de los enlaces que nos adjuntas me llevan a pensarlo así.
La foto de los ¿gorriones? es preciosa, transmite mucha paz y fíjate, sin saberlo, me has llevado a uno de mis lugares favoritos (un rinconcito de la isla de La Palma, donde hay cientos de especies distintas de pájaros y -si te quedas lo suficientemente quieta y respetuosa- se acercan mucho a ti y te miran como hace el gorrión de tu foto aunque no piden comida, tal vez solo acompañarte. Es mágico, una de las tantas magias que tiene para mí ese lugar, mi refugio, mi espacio, mi trocito de cielo en la tierra….)
Gracias, Una mirada.
Un fuerte abrazo y feliz arranque de semana.
Tarragona está a poco más de dos horas y media de Huesca, en una zona costera donde abundan tradicionalmente veraneantes aragoneses y con el atractivo de todos esos enclaves romanos que merece la pena visitar.
Los pajaritos dan brillo a cualquier lugar en el que se concentren y los gorriones de ciudad son el mejor ejemplo de naturaleza viva en el asfalto, expertos en pulular por zonas de veladores, donde buscan las miguitas de los restos de desayunos y meriendas de las que se sustentan, aunque no sea la más adecuada para ellos.
Otro abrazo e inmejorable semana para ti.
Por mi barrio se ven bastantes gorriones, a pesar de que hay muy poco verde. Debe haber nidos, pues los que más veo son esos «volantones» de primavera, que apenas vuelan todavía y te los encuentras hasta en las aceras.
En las ciudades tienden a anidar en aleros de edificios o en huecos de árboles. Su problema es la búsqueda de alimento; hay gente que les pone bolas de semillas en árboles y balcones, sobre todo en invierno, que les es más difícil encontrar semillas en el suelo.
Como no imaginar ese anfiteatro rebosante de romanos. Me encanta la historia de estos antepasados. Vivimos en Mérida unos años y me encantaba visitar una y otra vez el teatro romano y sentarme en sus gradas. Me aficioné a La lectura de romanos.
El gorrión te agradeció con su mirada las semillas.
Un abrazo.
Bueno, bueno, bueno… Mentar Mérida es subir de nivel; ahí refulge la romanización se mire donde se mire y hasta el embalse de Proserpina es un lugar histórico. No me extraña que, viviendo allí, te romanizaras a tope. Qué gozada.
Los gorrioncillos playeros de Tarragona estaban hambrientos y tuvieron la gentileza y la astucia de no huir ante la proximidad humana.
Salud.
Hace años pude visitar todo el conjunto y es espectacular. Verlo y como alguien ha comentado, imaginarse esas gradas llenas de gente en la vieja Tarraco, es único. Por cierto, no recordaba que la Tarraconense ocupará un territorio tan grande. La ciudad romana que más conozco es Mérida (Emérita Augusta) no solo por su patrimonio, sino porque tengo la costumbre de acudir con cierta regularidad al Festival de Teatro. Por cierto, la foto de los pedigüeños me ha encantado. Abrazo.
Qué envidia asistir al Festival de Teatro en ese escenario tan genuino de Mérida, que exuda historia en todos sus puntos cardinales. Lo cierto es que la romanización dejó una impronta de la que somos deudores, empezando por lla propia lengua romance que nos permite la comunicación.
Ay, los pedigüeños alados… Hasta Latín sabían, jeje.
Cordialidades.
Conozco buena parte de España, pero no Tarragona, quizás porque me pillaba muy lejos de Huelva, quizás porque ya viviendo en Madrid preferíamos ver montañas antes que ese mar que teníamos asegurado en verano. ¡Quién sabe! Puede que un día me dé una vuelta por allí y me pregunte por qué no fui antes.
Ocurre en ocasiones que en algunas zonas litorales las atractivas Rutas Históricas quedan ocultas por el turismo playero.
Cuánta historia! Cuánta historia por allí!
Por aquí Historia «oficial» de nuestro territorio es una materia mucho más corta en las escuelas… hasta que se la vea con ojos precolombinos.
La foto del anfiteatro es una maravilla.
Abrazotes!
Se presupone que la historia de Argentina, de su territorio, abarca mucho más atrás en el tiempo y no con la llegada de los españoles, lo mismo que la de España arranca en la Prehistoria, aunque también en esta parte del mundo se la acorta en la enseñanza de manera absurda, con lo cual queda una visión troceada y parcial.
Más abrazos.