
«Robellones»: Archivo personal
Apenas el alba desveló los familiares recovecos del paisaje, se pusieron en marcha, arropadas con plumíferos, las buscadoras. «Ya podemos darnos prisa, porque a media mañana la boira rozará el suelo», apremió la más veterana.
Cruzaron por la estrecha y húmeda repisa del paramento del azud y descendieron por el aliviadero de la otra orilla para continuar por la pedriza hasta el casetón de herramientas de la hidroeléctrica, a dos kilómetros y medio del Barrio. Treparon por el sendero arcilloso hasta alcanzar el camino de hojarasca que bordea las espectaculares paredes rocosas que encajonan el barranco y salvaron, ya con leve agitación respiratoria, el pronunciado y resbaladizo desnivel que remonta hasta la compacta masa arbórea del Pinar de la Fontaneta, a unos cinco kilómetros empinados desde el azud, donde un discreto túmulo, con la piedra laja cubierta de musgo, abrigó, en tiempos remotos, un manantial —la fontaneta o fuente pequeña— considerado de aguas milagreras por creerse que, en lo más profundo, se mantenían latentes los espíritus de las Encantarias. Decíase que una mujer estéril que humedeciera sus partes pudendas con agua de la Fontaneta convertíase en fecunda por mor de las extraordinarias propiedades imbuidas por las ninfas al líquido elemento.
Cuando la niebla, con tintes azulados, descolgóse hasta lamer las abrigadas pantorrillas de las avezadas pesquisidoras, ya alcanzaban ellas —agotadas pero felices— el Barrio, con la cesta desbordada de robellones.


Un día muy completo. Además de disfrutar del paisaje llenaron el cesto de esa manjar exquisito que es el robellón, entretanto, seguro que más de una ocurrencia y charradica animo la mañana.
Salud.
A mí me gustan más las setas de cardo que los robellones, pero sin despreciar estos. Al tratarse de una mañana muy fría y con un recorrido peliagudo por el estado del suelo, la charradeta fue posterior, cuando se limpiaron y repartieron los níscalos.
Salud y calorcico casero.
Tiene que ser un trabajo duro, cuando las mujeres deben hacer esta rutina por necesidad u obligación.
Pero como excursión se me antoja un recorrido maravilloso. Me encantaría a mí madrugar y bajar por esos terrenos, ser testigo de la hermosa naturaleza que nos rodea a poco que miremos a nuestro alrededor.
Sin duda estos parajes que nos traes son especialmente hermosos.
Y qué satisfacción llegar al final, con la retina llena de sensaciones vividas y la cesta desbordada de robellones.
No conocía la leyenda de la Fuente de aguas milagreras. Estos detalles no hacen sino añadir valor a la historia.
Gracias, Una mirada.
Un abrazo!
La tierra es una proveedora de primera categoría que cede gustosa sus frutos y lo único que pide es respeto a la hora de hacerse con esos pequeños tesoros que se ocultan en ella. Con la niebla, los parajes habituales se transforman; se camina por ellos como si se transitase entre velos densos, con los contornos conocidos medio desdibujados pero siempre familiares y atrayentes, trufados de rincones que cuentan historias.
Otro abrazo, grande, para ti.
Los níscalos, o robellones, bien limpios asados con ajo, aceite y un buen porrón de vino al lado que ricos están.
Claro que si me ofrecen robellones o setas de cardo o setas de carrereta como las llamamos en Aragón prefiero cualquiera de estas dos últimas.
Estoy contigo. Cualquier plato que lleve setas, solas o acompañando a otros alimentos, me entusiasma. De cardo, de carrereta, de chopo, muchardones… Cuando era crío e íbamos a coger setas en familia, se dejaban los robellones y se cogían las otras; quizás por eso no me llaman tanto la atención los robellones.
Pues a mi me encantan los níscalos y han sido muchas veces que, cesta de mimbre en mano, íbamos a aprovechar la mañana para recogerlos, eso sí, cortados con navaja y con cuidado y pulcritud para que puedan volver a brotar. Y disfrutaba mucho, tanto seguro, como las «buscadoras» de tu texto. Un abrazo.
Así tiene que ser, sacarlos de la tierra protegiendo el micelio y pisando con cuidado la zona para no causar destrozos, que es una de las razones por las que algunas pueblos han regulado la búsqueda de setas en los terrenos de sus términos municipales. Y qué buenos son los honguicos comestibles, pardiez, independientemente de su especie. Los robellones tienen, además, la ventaja de ser fácilmente distinguibles. ¡¡Buen apetito!!
Cordialidades.
Casi me da vergüenza decir que no he visto nunca una seta en su medio natural, pues solo la veo en las tiendas y supongo que son cultivadas.
Pero eso es normal, porque vives en un medio urbano, que no es un lugar donde crecen las setas comestibles. Si siempre que apetece comerlas hubiera que salir a buscarlas, cesta en mano, sería un engorro.
No solo eso, sino que Granada es ya más de pitas que de setas.
Y aun así, este verano se veían mustias en la carretera que sube a la Alhambra. Esa ladera estaba antes llena de chumberas, que se las llevó una plaga y, si siguen los veranos lo mismo, también se perderán las pitas por el calor y la falta de agua.
Es lo que tiene la climatología y sus cambios, que va transformando vergeles en secarrales, y eso se nota hasta por aquí arriba, que incluso el invierno ha perdido fuelle.
Es bonito el color anaranjado de los níscalos, los imagino cocinados, qué ricos.
¿Un arroz con pizquitas de conejo y robellones, por ejemplo…?
Uno que es un malpensado, imagina el nacimiento del mito de las Encantarias con una mujer «esteril» que tuvo un encuentro furtivo y adúltero en la fontaneta… y bajó al pueblo ya fecunda a encontrarse con un marido que 9 meses después alimentara también el mito.
No me haga caso.
Hasta la próxima!
Jajajaja, pues, oye, está muy bien pensado y no deja de tener su puntico y, a lo mejor, en algún caso, el milagro tenía nombre de varón, aunque no del marido legal. Lo de tomar las aguas para embarazarse fue común en alguna época. A tomar las aguas dicen que fue María Josefa Amalia de Sajonia, esposa del rey español Fernando VII. El rey era un rijoso de cuidado y ella una mojigata de aúpa a la que hasta el mismisimo Papa tuvo que convencer para que se acostara con su marido porque, la pobre, consideraba que aquello era pecado mortal y en la noche de bodas salió pitando del lecho nupcial. Como pese al sacrificio de la señora, no nacía ningún heredero, marchó la reina a tomar las aguas acompañada del rey y de todo su séquito. Y el rey, harto de tanto traqueteo, tanta agua, tanto rezo y tan poco tálamo, soltó: «De este viaje salimos todos preñados menos la reina«. Se ignora si hubo o no embarazos entre las acompañantes de la reina; desde luego, no fue el caso de ella.
Cordialidades.
Looks appealing
Thanks for comment.
Okay🥰