«Flor de Cementerio»: Alejandro Dagnino
Era la menor de los tres hijos —Alberto, Rosa Mari y María José— de Alfonso Bravo, taxista, y María Pilar del Valle, ama de casa. La más pequeña, la reina de aquel hogar gozoso. Era estudiante, tenía dieciséis años, un novio de su edad, Javier, y un camino vital, empedrado de ilusiones, que apenas había empezado a recorrer. El 8 de mayo de 1980 la hallaron sin vida, entre matorrales, en el Alto de Zorroaga de San Sebastián.
Se llamaba María José Bravo del Valle.
Alrededor de las siete y media de la tarde del día 7 de mayo de 1980, un anciano encontró, en un sendero de Zorroaga, a un muchacho tambaleante y muy malherido que, en primera instancia, fue atendido por las monjas de una residencia cercana, que lo trasladaron a un hospital donde fue ingresado en la UVI; presentaba hundimiento craneal con fractura del hueso temporal, herida inciso-contusa en la frente, hematoma consecuente en un ojo y raspaduras en espalda y extremidades. Dada su gravedad, apenas era capaz de discernir sobre qué le había ocurrido y sólo recordaba que había oído gritar a su novia, pero que no sabía dónde estaba.
El muchacho, gravemente herido y con claros síntomas de padecer una ligera amnesia, era Francisco Javier Rueda, de dieciséis años, trabajador en una pastelería de Loyola y novio de María José Bravo del Valle, la muchacha a la que él aseguraba haber oído gritar y cuya desaparición fue denunciada a la policía, que rastreó sin ningún resultado la zona donde había sido encontrado Javier.
A las seis de la tarde del día 8 de mayo de 1980, inspectores de la Brigada Judicial localizaron, en una ladera del camino donde había aparecido Javier, el cadáver de la adolescente María José, desnudo de cintura para abajo, con tremendas heridas en la parte posterior de la cabeza y arañazos en tronco y extremidades. La autopsia certificó que había sido violada y, después, asesinada —con golpes reiterados en la cabeza— unas veinte horas antes de encontrarse sus restos. Cerca del cadáver se hallaban sus pantalones de pana morada pero, sorprendentemente, no había en el suelo rastros de sangre, concluyendo los especialistas que había sido asesinada en otro lugar y arrojada, posteriormente, por el pequeño terraplén.
Pocas horas después de dar a conocer la noticia, el Batallón Vasco Español reivindicó la violación y asesinato de María José y el apaleamiento de Javier, su novio, al que amenazaron de muerte «si no se callaba».
Pese a ello y a las súplicas de la familia —convencida de que la adolescente y su novio habían sido brutalmente atacados al confundirlos con otras personas— la policía se negó a investigar la hipótesis del atentado terrorista. Ni investigación ni actuación judicial ni autoridades presentando sus condolencias a la familia en el entierro. Hubo, en cambio, una contundente carga policial contra las personas que quisieron homenajear a la muchacha en el lugar donde había aparecido su cuerpo. La policía tomó el barrio de Zorroaga durante el sepelio y lanzó pelotas de goma y botes de humo a la concurrencia, cayendo uno de ellos en la vivienda de la familia Bravo-del Valle.
Se llamaba María José; tenía dieciséis años. Su asesinato, reivindicado, no llegó a investigarse en profundidad y jamás se esclareció; no se tuvieron en cuenta las declaraciones de diferentes testigos que aseguraban haber visto a un grupo de personas internándose por el sendero minutos después de hacerlo la muchacha asesinada y su novio, e incluso la ropa que llevaba la joven en el momento del crimen desapareció misteriosamente de las dependencias policiales.
NOTAS
- Francisco Javier Rueda, novio de María José, falleció en 1988 debido a las secuelas que le dejó la paliza recibida.
- A María José Bravo del Valle jamás se le reconoció la condición de Víctima del Terrorismo, a pesar de las reiteradas solicitudes de la familia.
Al igual que en la actualidad, noticias casi como esta me ponen frenético pensando en lo poco que somos, frente a unos gobiernos donde pueden hacer su santa voluntad.
Ya sabes que me de vez en cuando me gusta investigar algo de lo que estoy leyendo y en este caso, sin buscar mucho he encontrado esta noticia : 30º aniversario del asesinato de María José Bravo del Barrio
…y, ya ves, 35 años han transcurrido y sólo se mantienen en pie las sospechas, alentadas por unas circunstancias que, al parecer, no interesaron a quienes debían escarbar en ellas para desentrañar la verdad.
Fíjate, por ejemplo, en algo que ocurrió y que no he incluido en el relato de los hechos:
Cuando se dio por desaparecida a María José, la familia recibió una llamada telefónica de alguien que decía ser la propia Maria José, en la que les aseguraba que estaba bien y que iba a pasar la noche con una amiga… La joven, a esa hora, ya había sido asesinada…
De la Guerra Civil pronto hará 79 años y la Ley de la Memoria Histórica apenas si está desarrollada y aplicada y, además, se quedó muy corta. ¿Habrá que pedir otra Ley de la Memoria de la Transición? ¿Cuantos años tendrán que pasar para eso?
Los que siempre han estado manejando los hilos -o cerca de quienes los manejan- afirman que la llegada de la democracia trajo, también, una especie de Ley de Punto y Final; el partido del gobierno no lo dice literalmente pero a la vista está que actúa siguiendo esa estela; escombrar el pasado y aquí no ha pasado nada, vamos; y así se van sucediendo los años y las décadas con el único consuelo de la rabia y la denuncia metafórica, el grito contra el olvido -que es, en tantos casos, la única manera de dignificar a tantos seres maltratados por desidia o cobardia-.
Lo que cuenta me cae muy cerca, como usted puede imaginar, y así lo recuerdo, como parte de ese patrimonio de mi memoria al que, en ocasiones como esta, me gustaría olvidar.
Todos estos crímenes, aunque me reafirme en mi idea de que son obra de tarados absolutos, se apoyan en la ilógica de la violencia política tan abundante en aquellos años. Indudablemente, siguiendo lo que plantea Senior, la ley de Memoria Histórica debería extender más allá de los límites cronológicos de la dictadura, dado que aún entonces han pervivido los lodos de aquella.
Me enferma el recordar lo cruel y miserable que pueden llegar a ser los seres humanos y el dolor innecesario que provocan.
Cuando se pretende presentar una vivienda impoluta escondiendo la pelusa bajo las alfombras, sucede que los ácaros retornan a sus viejos cubículos. Y siguen engordando y reproduciéndose.. Así se hizo la Transición/Transacción, con las alfombras infestadas y los gérmenes inmunizados contra los inocuos fungicidas.
Tarados inmundos los ejecutores y otro tanto los cómplices necesarios para que hayan pasado treinta y cinco años y como si no hubiera pasado nada.
Esa es la transición con la que tantos se llenan la bocaza.
Gloriosa Transición cuyas miserias quieren inultimente tapar a paletadas de desmemoria…
Caray, ocho años depués de las torturas fallece como consecuencia de estas. Pues si todo el relato es así vamos buenos. Es un asunto raro, cuyo autoría es incierta.
¿Te sorprende que años después las secuelas de un severo TCE incidan en la vida de un ser humano? A los estudiosos de las patologías cerebrales, en cambio, no.
Tu comprensión lectora está por desarrollar ¿qué torturas dices? Que le rompieron la cabeza, violaron y asesinaron a su chica, ¡¡¡idiota!!!
Queda dicho, pues. Aunque ignoro si, dado el tiempo transcurrido, el Anónimo 1 leerá tu respuesta.