…bajóse, liviano, el embozo sobre el vaivén apenas perceptible del pecho y, antes de que la muerte cerrara la cancela del tiempo contemplado, garabateó una caricia indeleble en el dorso de la mano asida a la esperanza.
Un estremecido grito amordazado, la furia transportada por las venas, el dolor y la rabia en las pupilas…
«No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.»
M. HERNÁNDEZ
Y cuando la eternidad y sus rutas ignoradas quedaron verbalmente zaheridas, un torrente brutal de abandonadas lágrimas fluyó desde las oquedades abiertas en el alma desolada.