«Reflejos sobre el Arno»: Archivo personal
El resfriado le impide percibir el familiar y detestado olor hospitalario; quedan las medias sonrisas de las auxiliares, iguales en cada ocasión, la forzada cordialidad del cirujano y el incesante y silencioso devenir de acompañantes y pacientes por el linóleo del pasillo, apenas interrumpido por las camas rodantes que transportan seres acongojados o semidurmientes de la habitación al quirófano y viceversa.
–Oiga, si vuelve a golpear al caballo nos bajamos y se queda sin cobrar.
El viejo caballo jaspeado de grises acomoda el trotecillo a la marea turística que se desliza, cansina, hacia el Ponte Vecchio. Las aguas del Arno desprenden olor a podredumbre que se eleva y expande por sus orillas pero sin atreverse a ir más allá, como si un conglomerado de partículas ejerciera de barrera invisible a las emanaciones poco convenientes.
Sin abrir los ojos, consciente del sopor que conquista cada célula de su carne recostada, hace un esfuerzo para abrir al máximo las aletas de la nariz y aspira hasta el ahogo el aire del entorno cerrado. Nada.
…al fondo, calibrando desde la distancia atemporal las posibilidades de acertar el objetivo con su bíblica honda, el David permanece ajeno al círculo de interesados voyeurs que, con avidez admirativa, resiguen la perfecta curva del culo marmóreo y la calculada desproporción de las certeras manos a las que tanto debe la embellecida -y embrutecida- Historia Sagrada.
Otra inspiración profunda. Un conato de tos que le estremece momentáneamente los bronquios y de nuevo el oxígeno abriéndose paso por las vías respiratorias. Y en el aire que va y viene por el mapa oprimido de los alvéolos, el recuerdo de un olor. Un olor compacto, polvoriento, adherido a las mucosas. Y unas imágenes todavía entre tinieblas que van tomando forma en los segundos previos al despertar.
…ellos, los Prigioni, turbulentos, vivos, palpitando entre el mármol sin pulir, pugnando por desprenderse de la materia mineral que los retiene, retorciéndose en imposible combate, con el polvo de su lucha suspendido en infinitas micropartículas ligeramente humedecidas por los quiméricos efluvios de sus carnes petrificadas.
Fíjate lo que narras. Una nariz sin olores, como la mía, unas aletas que se abren para coger todo el oxígeno que pueda, como las mías, y un catarro que me está matando.
Gracias que no es necesario que me paseen por el linóleo; aún resisto, firme, ante esta pantalla.
Preciosa la foto.
Besos
…y qué mal se pasa cuando, al ya de por sí tortuoso acto de inhalar el oxígeno por las taponadas vías respiratorias, se añade la ausencia de aromas -y hasta hedores-…
Cuídate y recupérate.
Más besos.
Superrealistaaaaaaaaa!!!! (sin coñas, lo digo con admiración y todo).
Me he visto, y varias veces, mientras leía, en tus estrofas sin comillas, bueno, excepto en el resfriado. Es que resfriada no te operan ni de coña:)
Las otras estrofas, las de entrecomillas, me han parecido preciosas y evocadoras.
En conjunto, un magnifico post.
Abrazos
A ver si nos estás colando un trampantojo. Lo he pensando leyendo a Trini, a nadie lo operan resfriado y no me parece que seas de los que se le escapan detalles de esos así que la trampa está en el primer párrafo donde hablas de auxiliares, cirujano, pacientes y acompañantes, a las enfermeras no las nombras y donde hay un cirujano hay una enfermera, no???
Mantengo superrealistaaaaaa y añado trampantojoístaaaaaaa.
Salud!!!
Abrazos para ti, Trini.
¿Trampantojo…? ¡¡¡La imaginación rojinegra al poder, Fer!!! 🙂
mmm ¿te he dicho alguna vez que leyéndote te admiro?
Tienes ese raro don de hacer sentir a tus lectores como inmersos en las sensaciones de cuanto describes…
un abrazo
Gracias, Almena. La combinación de palabras sólo adquiere sentido cuando penetra en las pupilas ajenas y se hace imágenes y sentimientos; y eso -sentir lo que se lee- sí es un don.
Otro abrazo.