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Posts Tagged ‘Salou’

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«A la sombra del brezo»: Archivo personal


Hundíanse los pasos del caminante en el huello arenoso marcando fugaces relieves en la ribera dorada que alcanzaban las olas mediterráneas lamiendo con sus blondas de espuma los pies en movimiento. Alejado del agua, tejía el artesano cambrilense las ramitas de brezo expuestas en brazadas junto al taburete a ras de suelo que le servía de asiento. Domaban las manos vezadas el ramaje; lo estrujaban, alisaban, entretejían, lazaban, humedecían. Iba tomando forma el parasol, con la urdimbre  del extensor fija y la contera terminada en escobilla, ante los dos únicos espectadores  —uno, el de más edad, de pie y el caminante acuclillado—  que asistían, atentos y silenciosos, a la diligencia manual del hombre del taburete que, como un actor con mucho recorrido, se embebía en su tarea sin mirar en ninguna ocasión hacia el público. Después, el regreso del caminante a Salou; la arena, la espuma, el mar; el recién recordado “coge pan vienés cuando vuelvas”; el portero del edificio tendiéndole el libro “que se dejó usted anoche en la zona de descanso del hall”; el delicioso aroma a comida que saludó apremiante su bulbo olfativo nada más entrar en el apartamento; el tierno bullicio en el salón comedor; Jenabou tomándole la mano con un “ven, ya verás qué menú más chulo han preparado Agnès y Mam’zelle”. Sobre la mesa, los platos, con la señorial estética de su contenido [FOTO] introduciéndose en su retina y sus efluvios desbordándole aún más las fosas nasales mientras la señorita Valvanera le decía: “A ver si te gusta nuestra versión de los pelmeni”. Y, entre bocado y bocado, el caminante, bogando en la placidez, miraba hacia el balcón para entrever, una vez más, las cabriolas del oleaje.

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«En la orilla»: Archivo personal


A Salou se la conoce en Huesca  con esa retranca que tanto desquicia a Agnès Hummel, la amiga de la señorita Valvanera  como Playa del Coño. «¡Coño, Fulanita, tú por aquí…!» o «Coño, Menganito, ¿estás en algún hotel o has alquilado apartamento?», son las habituales salutaciones entre los veraneantes oscenses que terminan juntándose, toalla adosada a toalla, o en las heladerías y bares de la zona de Carles Buigas, a última hora de la tarde, o torciendo el gesto ante los productos cárnicos u hortícolas de cualquier supermercado.

Qué mala pinta tiene esa carne. Está descolorida y huele como si la hubieran sumergido en agua jabonosa.
Y eso de ahí, ¿son cerezas o tomates? ¡Vaya género!


[…]


La señorita Valvanera y Agnès Hummel  a quienes gusta poner una pica en la Costa Dorada antes de iniciar su periplo de estío por otros andurriales suelen alquilar un apartamento en primera línea de playa en uno de esos complejos turísticos con ínfulas donde un conserje uniformado y con tan mala leche como acento de país del Este controla e intercepta a las visitas como si en el edificio se estuviera celebrando la reunión veraniega del Club Bilderberg.


Las señoras del 32B no están, anuncia.
Ya lo sabemos. Nos han dejado la llave del apartamento para que subamos la compra.
No pueden subir. Ustedes no son usuarios. Tienen que hablar con la señora gobernanta para acceder al apartamento.
Oiga, que tenemos la llave. Que solo vamos a dejar estas bolsas de comida.
No pueden subir.
Oiga, mire, voy a telefonear a las señoras y ellas le dirán que tenemos permiso para subir al apartamento a…
No puedo dejarles subir. Hay que pagar un suplemento por cada persona de más que se instala en el apartamento.
¿Pero cómo vamos a pagar un suplemento por dejar la compra?


La gobernanta, una mujer de poco más de treinta años, altísima, rubicunda y lechosa, a la que el conserje ha llamado por el interfono, da su venia  tras cerca de diez minutos de toma y daca y una charla telefónica con Agnès Hummel—  para que, en compañía de otro empleado, accedan a las plantas superiores, no sin advertirles por dos o tres veces que, si pernoctan en el apartamento, deberán pagar, por adelantado, doscientos cinco euros por cada noche de estancia más un euro con veinte céntimos por persona en concepto de impuesto turístico municipal, amén de una fianza de ciento setenta euros reembolsables una vez desalojen el apartamento. “Por si se produjeran desperfectos”, añade. “Son las normas”.


[…]


En el restaurante de María Dolores, una mancharrealeña simpatiquísima que lleva más de cincuenta años en Salou sin haber perdido el deje andaluz, los camareros hacen equilibrios con las exquisitas raciones de paella de marisco que son el reclamo y marca de la casa. El grato aroma hace olvidar, incluso, el ambiente abrasador del local donde un par de ventiladores colgados del techo se esfuerzan en remover el aire denso, húmedo y salinizado.

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