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Posts Tagged ‘Rafael Buñuel’

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«Tiempo decolorado»: Archivo personal

 

«A medida que me acerco a mi último suspiro pienso en una broma final. Llamo a todos mis amigos, ateos consumados como yo, para que se reúnan tristemente en torno a mi lecho de muerte. Llamo a un cura y, para horror de todos, me confieso, pido absolución por mis pecados y recibo la extremaunción. Y luego me muero».- Luis Buñuel (1900-1983), en su libro de memorias Mi último suspiro.

En 1982, un año antes de la muerte de Luis Buñuel, se publicó Mi último suspiro, el interesante libro de memorias del genio de Calanda que transcribió el guionista Jean-Claude Carrière a partir de las muchas conversaciones que hubo entre ambos a lo largo de dieciocho años. En él —entre alguna boutade, tres o cuatro mentirijillas y el olvido, consciente o no, de algunos buenos amigos mexicanos— aparece dibujado, más que el cineasta, el personaje contradictorio que el propio Buñuel moldeó a lo largo de los años: transgresor, incongrente, tradicional, moderno, anarquista, pacato, gamberro, respetuoso, irreverente, reflexivo, socarrón, atento, burlón, familiar, brusco, amoral, moralista y ateo irredento jugando al escondite con Dios. Fue Buñuel tan inclasificable, poco convencional y laberíntico que incluso sus cenizas llevan casi cuatro décadas en paradero cuestionado, circunstancia que algunos achacan a una broma póstuma ideada por él mismo en connivencia con algunos de sus más leales afines.

Don Luis, que falleció en México, el 29 de julio de 1983, fulminado por una insuficiencia cardíaca, hepática y renal derivada del cáncer que padecía, fue incinerado inmediatamente en el crematorio de la funeraria Gayosso de Félix Cuevas y sus cenizas entregadas, como es natural, a su viuda, Jeanne Rucar (1908-1994), que dispuso una mínima parte de las mismas para ser esparcidas en el Desierto de los Leones, un parque nacional cercano a la capital mexicana por el que solía pasear su marido, pero se negó a dar cualquier información sobre el destino del resto, haciendo posible que se creara un entramado digno de formar parte del argumentario surrealista del imaginativo y chancero director.

Un sacerdote dominico, Julián Pablo Fernández (1937-2018), amigo y contertulio del bajoaragonés —depositario, además, durante más de dos años, de la urna funeraria del cineasta, hasta que la reclamó la viuda—, afirmó, en sendas entrevistas realizadas en 2004 y 2012, tener en su poder la mayor parte de los restos de la cremación escondidos en la parroquia del Centro Universitario Cultural de México D.F., donde ejercía su ministerio, no descartando, aseguraba, que, en un futuro no muy lejano, la arqueta cineraria de Buñuel pudiera exponerse en una capilla para ser… ¡¡venerada por los fieles!! Estrambótico destino —en caso de ser ciertas las afirmaciones del eclesiástico— para un ateo militante, pero suprema socarronería para quien fuera, además de extraordinario director cinematográfico, amigo de pergeñar chanzas.

«El padre Julián ha dicho recientemente que él conserva los restos de mi padre. Que están en una capilla […] de la capital mexicana. Pero no puede ser. Mi hermano Juan Luis, mi primo Pedro Christian García-Buñuel y yo esparcimos esas cenizas en 1997 en el Monte Tolocha, en Calanda. Y así lo queremos hacer constar en un documento firmado«, fue la respuesta de Rafael Buñuel, hijo menor de Luis, a las declaraciones del dominico, poniendo fin a veintinueve años de hermetismo en relación al destino de los restos fúnebres del insigne cineasta. En una carta enviada a un periódico español en 2012, los hijos de Buñuel explicaban que su madre, Jeanne Rucar, poco antes de fallecer en 1994, había entregado las cenizas a su hijo Rafael, transportándolas éste a Los Ángeles en una caja de cartón cuyo contenido real no se declaró «para evitar problemas en la aduana«; la misma caja de cartón que tres años después llevaron, según la misiva rubricada, a Calanda para que el polvo buñueliano, transcurridos catorce años de la muerte e incineración de Buñuel, se depositara en la tierra que fue su cuna y de la que nunca renegó. Que fueran o no las cenizas originales o que una parte de ellas las retuviera el padre Julián, son cuestiones que es poco probable que se resuelvan algún día. Sólo los actores principales —en su mayoría, fallecidos— de este sainete póstumo, tan buñuelesco, conocen la verdad.

«[…] me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme a un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba».- Op. cit.

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