«Villandry»: Archivo personal
I
Asegura María Petra —risa va, risa viene— que tanto ella como Marís y Yolanda decidieron prescindir del rimmel la segunda noche en el camping de Montmorillon, localidad a la que arribaron desde Huesca tras seiscientos kilómetros, con una breve pero reparadora parada en Burdeos para recoger a Oroel. Fue la tarde-noche que, al regresar de Poitiers, descubrieron que se había estropeado el mecanismo de anclaje del avance lateral de Maricarmen —así bautizaron a la autocaravana en la que viajan Emil, Marís, Loren y Yolanda; a la cámper, más compacta, que aloja a María Petra, Étienne, Oroel y la veterinaria, la llamaron Pilarín—. Emil, adicto a las extravagancias, no tuvo otra ocurrencia que poner como contrapesos una malla con patatas de un lado y dos con cebollas en el contrario, para que el tejadillo retráctil bajo el que colocaban en el exterior mesa y sillas se mantuviera en su sitio.
Los rústicos colgajos, visibles desde el sendero de losetas por el que pululaban la mayoría de los campistas, atraían muchas miradas. “Saca eso de ahí, Emil, chico”, le decía Oroel doblada de la risa, “que lo mismo piensan que tenemos un puesto de venta y nos hacen corrillo”. Y Emil, con el sombrero Panamá ladeado, remedaba a un vendedor ambulante entonando en castellano a voz en grito: “¡Patatas, cebollas… Ajos, huevos de gallinas libertarias, longaniza y butifarra de Graus, tomaticos de mi huerto…!”, retahíla que el resto acompañaban con carcajadas, hipidos e involuntarios lagrimones que les bañaban los pómulos arrastrando, en el caso de algunas de las féminas, restos de eyelinner y máscara de pestañas.
A Yolanda, siempre práctica, se le ocurrió una solución provisional para el entoldado durante el recorrido por el exquisito palacio de Villandry —castillo renacentista a orillas del río Cher, rodeado de tres niveles de jardines donde se ejemplariza el arte de la topiaria—; compró en Tours un par de macetas colgantes, de tamaño mediano, con sendos brotes de rosal híbrido de té que, tras la visita al castillo de Chambord —construido por Franscisco I y uno de los más grandes del Valle del Loira— y ya acampados en un área de estacionamiento gratuito en Collemiers, sujetaron de manera decorativa el toldo de Maricarmen, que conservaron de tal guisa en cada pernocta, incluso tras ser reparado, días después, por un mecánico en Brienne-le-Château, en la carretera que une los lagos de Oriente con Nancy.
II
“En Aube, en la Fôret de l’Orient, me hubiera quedado para los restos”, rememora Marís, enamorada de esa reserva natural de la Champagne húmeda, de mágicas marismas y suelos tapizados de ortigas y angélicas, donde avistaron una pareja de cigüeñas negras cerca de las playas doradas del más extenso de los lagos de Oriente, una de las hoy visiblemente mermadas reservas hídricas francesas, en un enclave todavía fantástico y boscoso por el que anduvieron un día más de lo acordado antes de dirigirse a la señorial Nancy, la ciudad que posee tres plazas (la de la Alianza, la de la Carrière y la Stanislas) nombradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.
En la basílica de Saint-Epvre, en Nancy, sucedió el único percance serio del viaje, cuando Loren, intentando ayudar a una señora a la que se le había desparramado el contenido del bolso por la escalera monumental de acceso al templo, se golpeó accidentalmente con la proyectura de uno de los escalones sufriendo un esguince de la muñeca izquierda con rotura parcial de ligamento, del que fue diagnosticado y asistido en el servicio de urgencias del Centre Hospitalier Régional Universitaire. “Después de esto, solo nos falta hacer una tournée por los calabozos de la Gendarmería Nacional y así no nos quedará por visitar ningún lugar emblemático de Nancy”, bromeaba Oroel a la salida del centro sanitario de la avenida del Maréchal de Lattre de Tassigny.
Fue en ese momento de distensión, después del nerviosismo acumulado, cuando Étienne y la veterinaria que se ocupa de la salud de los gatos del Barrio propusieron modificar la ruta y desplazarse a Colmar, una localidad preciosa situada en la frontera entre Francia y Alemania.
[…] Apuntes nómadas, 1ª parte — Una mirada alrededor […]
Qué viaje tan bonito, me podía haber apuntado porque de le Grand Est conozco muy poquito. 😍
Cualquier fin de semana te animas y emprendes el viaje, seguro.
Eso sí que es un viaje y no el único que yo he hecho este verano…
También es un buen viaje el tuyo; más tranquilo y descansado pero viaje.
Vaya, no ha salido el enlace
https://flic.kr/s/aHBqjA5qhM
Según las fotos, qué buenos paisajes los de Beas. Y esa tapa parece un almuerzo en toda regla.
He hecho parte de tu recorrido de manera virtual y me he entretenido en los «Jardines de Villandry«, me ha hecho mucha ilusión volver a «viajar» de nuevo.
…y bien descansado (y sin gastar un euro) que se viaja desde la virtualidad, ¿verdad? No conocía esa página de jardines; lo cierto es que los de Villandry son exquisitamente magníficos. Francia es, en general, muy florida y hasta el pueblo más pequeño tiene buenas ornamentaciones vegetales que hermosean su entorno.
Menudo viaje. Eso se llama aprovechar el verano. Así se vive.
Era un viaje que, o se hacía en ese momento, o, tal y como pinta el panorama, quizás no hubiera muchas más oportunidades de llevarlo a cabo.
Salud.
Viajar es estupendo, si además lo hacemos en un grupo de personas bien avenidas y con gustos similares, entonces se convierte en una suerte inmensa. Siempre quedan anécdotas, momentos mejores o peores que luego serán contados y repetidos durante décadas.
Ya lo creo. Un viaje varía mucho, no en función de los lugares que se visitan, sino de la compañía con la que se descubren. Es una experiencia duradera. Qué te voy a contar a ti, si eres un impenitente viajero.
Qué buena experiencia es viajar! Si vas con un grupo de amigos o familia, las experiencias y situaciones se multiplican.
Son cosas que «nos llevamos puesto», que se quedan con uno para siempre.
Gracias por este tour virtual, Una mirada, porque sin moverme de casa he visitado lugares donde nunca he estado 🙂
Abrazos.
P.S: Faena lo del esguince, pero con el tiempo será una anécdota más que contar.
La verdad es que, como dices, la (buena) compañía transforma por completo el día a día de un viaje. Se vive con más intensidad porque cada cual aporta su visión y la experiencia parace más completa. En este caso, como había que bregar, además, con la intendencia, las relaciones iban muho más allá del simple acompañamiento viajero. Y el esguince, como señalas, terminó siendo una anécdota más.
Me alegra que te hayas apuntado al tour, aunque solo sea leyendo, así lo único cansado será la vista, jeje.
Besos.