«Ramón Acín. Autorretrato»: Archivo personal
Acín tenía una vocación decidida por lo que en el Alto Aragón llaman risalleta. La risalleta es la media risa. Podríamos decir que es la risa pensada, estilizada, aséptica, racionalizada, no insistente en exceso ni malévola por defecto o superávit. Es un pensamiento dibujado, la boca a medio abrir y en los ojos no siempre malignidad. Tenía Acín una grosura labial que con el bigote corto y negro bajo uno de aquellos sombreros de contrabandista gibraltareño que usaba, le hacía parecer como perfecto guerrillero contra la Aduana, contra los civiles, contra los curas y contra los carabineros. El labio grueso destinado a plegarse con suavidad y malicia bondadosa, le hubiera dado aire a primera vista de mozo de estoques, cantador de flamenco o cura disfrazado si Acín no hubiera amenizado su cara con unas patillas doceañistas y un bigote, no recortado como de cineasta, sino cepilloso, destinado a dar reciedumbre a su estampa.
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Conoció el destierro, la cárcel, la aversión de los peores y la soledad por incomunicación, aun estando muy acompañado. Pero lo que conoció, sobre todo, fue la serenidad y el amor irrefrenable a la eficacia. Dedicado a la enseñanza como a una profunda preocupación, sus discípulos pueden decir que no conocía el dogmatismo ni la testarudez. A los testarudos les daba un baño de familiaridad y les hacía ver que la testarudez puede ser un defecto y también una cualidad excelente si se matiza y se hace educada.
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¡Inolvidable Ramón! Cuando las malditas balas falangistas taladraron su cerebro, entraban en una de las mentes más finas de Europa. Cuando la sed de sangre se sació con la sangre de Acín, la inmunda fiera pudo decir que destrozaba una de las vidas más puras, una de las vidas que latían con más decoro y con más esplendidez.
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Sano como el cierzo de Aragón, animoso y afectivo como pocos; como pocos digno y ferviente sin manotadas fue Acín. Era un valor aragonés no cuadriculado en el regionalismo ni en ningún “ismo” exclusivista. Supo mirar cara a cara a la vida. Heroicamente supo también mirar cara a cara a la muerte. Así era Acín. Su memoria no queda ingrata para nadie. Tuvieron que matarlo gentes de presa, miserables hienas de manotada impune en el minuto del sacrificio. Y se atrevieron a matar también a su compañera. Concha, tan abnegada, tan madre de dos capullos que nacieron y vivieron la niñez junto a sus padres como junto a dos camaradas de confianza y de bondad sin límites.
Se perdieron dos vidas acordes, dos vibraciones que al desaparecer nos han dejado sin dos hermanos en quien confiar. Aquellas balas nos han tocado un poco a los que tanto les queríamos.
Los detalles de aquellos asesinatos no están aún en nuestra seguridad. Sabemos que los asesinos amenazaron de muerte a Concha en presencia auditiva de Acín y que éste se dio a las zarpas enemigas para salvar a su compañera. Ni aún así pudo salvarla de los impactos.
Ramón Acín [1] era un constructor, un auténtico constructor, siempre con iniciativas en acción y preocupaciones en vilo. Sabía atraer a los perversos con bondad y a los torpes haciéndose en ocasiones el torpe para no malograr con la visión de una excesiva diferencia de calidad que podía incrustarse en la retina ajena, el afán de proselitismo limpio y probo.
Murió de pie como el legendario Enjolras [2] y su vida fue corta, pero llena.
Los que fuimos sus amigos hemos de realizar su pensamiento creando el Museo de los Oficios, inventario popular del trabajo embellecido y de la belleza trabajada y matizada. Y pensar en él, pensar en el maestro bueno que desconocía el desaliento y la doblez. Acín, en su pensamiento y en su obra, es ya nuestro. Siempre será nuestro. Y el día de la victoria tan nuestro como siempre. Seamos dignos de él.
Fragmentos de Vida y muerte de Ramón Acín, ensayo biográfico escrito, en 1937, por Felipe Alaiz de Pablo (1887-1959).
NOTAS
[1] Pintor, escultor, cartelista, articulista, pedagogo. Profesor de Dibujo de la Escuela Normal de Huesca. Anarquista. Ochenta y cuatro años atrás, tal día como hoy, fue asesinado por los fascistas en la ciudad que tanto amó.
[2] Lider revolucionaro de las barricadas parisinas que aparece en la novela Los miserables, de Victor Hugo.
Que hermosa semblanza de de Ramón Acín. Emociona la lectura. Genial. Y lo de risalleta, no lo había oído nunca. Me gusta la «risalleta». Salud y buen día.
Alaiz y Acín fueron amigos desde niños y el librito que compuso Alaiz es uno de los más sentidos y cariñosos homenajes que se le hicieron pocos meses después de su asesinato. Por cierto, que mañana, en Aragón Tv, reponen el documental: “Tizas en los bolsillos. Ramón Acín, el incorregible hombre bueno”.
Salud.
Pues en el momento que escribió Aláiz de Pablo esa biografía, no creo que pudiera tener mucha difusión. ¿No?
La tuvo. Alaiz la publicó en París y corrió como el viento entre la CNT y la Federación Anarquista Ibérica; Acín era un hombre muy respetado dentro del anarquismo y su figura era conocida porque, estando involucrado en la Sublevación de Jaca, el fracaso de la misma lo llevó a exiliarse en París.
me gustó que valoraran su sonrisa, mas allá de ser un héroe de sus tiempos y que parecía un muchacho recio por el retrato pero afectuoso por el relato..
Como algo personal, mi papá se llamaba Ramón también pero él decía que era socialista en España, un socialismo que no encontró en Argentina. Saludos.
Héroe no era; simplemente, vivía y actuaba segú sus convicciones, que ya es mucho.
Seguramente, el socialismo que proclamaba tu padre era muy diferente del de ahora, tan adocenado.
Salud.
El otro día no me di cuenta, no sé si estaba, que tenías colgado un video de Ramón Acín. Con tu permiso y si puedo voy a colgarlo como widgets en mi blog.
Es el tráiler del documental, que añadí, posterioemente, al comentario. Todo tuyo
Qué triste que la guerra se llevara por delante gentes tan válidas como esta por el simple motivo de pensar diferente. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que la diversidad, dentro del respeto nos enriquece a todos?
Muerte y destrucción. De las guerras sólo perduran la tristeza y la rabia, el dolor inmenso que se instala y no cesa y encallece con el tiempo como recordatorio de la sinrazón.
Enorme la de desmanes y salvajadas que se dieron y se siguen dando en todas las guerras existentes en este mundo.
Ya lo expresó Miguel Hernández:
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Cuanto más conozco de Acín, más admiro tu conocimiento sobre él.
Porque no tiene límites, y porque me atrevería a decir que no hay nada de su vida que desconozcas, al menos que otros conozcan y tú no.
Gracias.
Un beso.
Tampoco tiene mucho mérito porque de Ramón Acín he oído hablar desde la infancia y fue uno de los principales referentes ácratas en mi adolescencia.
Abrazos.
Es un homenaje muy sentido que nos acerca a la persona de Acín. Creo que la risalleta es además de un gesto, una declaración de su forma de ser. Me gusta la mención en el video al lápiz que llevaba. Gracias por compartir esta historia de dignidad y recuerdo. Un abrazo.
A Acín lo sacaron de su casa en pijama y con él lo mataron. El enterrador guardó memoria del lugar exacto de sus restos y el lápiz fue el santo y seña cuando, en 1962, la familia consiguió sacarlo de la fosa común. En la actualidad, sus huesos reposan junto a su esposa y sus dos hijas, en una tumba a cuya cabecera se halla el relieve que el propio Acín esculpió para decorar el osario del cementerio oscense.
Otro abrazo.
Alaiz y Acín, dos nombres que tengo apuntados gracias a este sitio. Y de los que me vas develando cada tanto cosas nuevas.
Gracias a los enlaces, a las llamadas al pie y a los comentarios, puedo empezar a armar la historia.
Abrazos
Felipe Alaiz fue uno de los que mejor conoció a Acín; su amistad se remontaba a la niñez y la reforzaron con el paso de los años. El librito de Alaiz es imprescindible para aproximarse a Acín y hacerse una idea de la clase de persona que era.
Otro abrazo.