«Dentro del laberinto»: Archivo personal
El pasado 14 de mayo moría en Madrid Elena Aub Barjau, escritora y traductora hispanomexicana y presidenta de la Fundación Max Aub, con sede en Segorbe (Castellón). Ilustre desconocida, algunos periódicos se hicieron eco de su fallecimiento rescatando, a la vez, de la desmemoria colectiva a su padre, Max Aub (1903-1972), uno de los escritores más imaginativos y originales —llegó a inventarse y a biografiar concienzudamente la existencia de un pintor cuyos cuadros realizaba el propio Aub para mantener la superchería— de esta España olvidadiza que enterró en la indiferencia a un literato embarcado, a partir de 1939, en la tarea de legar a las generaciones futuras los pavorosos tiempos de la guerra (in)civil y sus consecuencias. Fue la impracticable cura contra la aflicción y la rabia de un hombre sensible y cultísimo que, pese a su origen francés, quiso ser español y se mantuvo fiel —dolorosa y exquisitamente fiel, aun en la distancia del exilio mexicano— a esta tierra a la que llegó con apenas doce años y que se vio obligado a abandonar al finalizar la refriega patria, en lúgubre itinerario que lo llevaría de regreso a su París natal, donde había sido agregado cultural en la embajada española.
En la capital francesa, tomada ya por la Alemania de Hitler, fue Max Aub reconocido por elementos franquistas y denunciado —bajo la acusación de peligroso comunista— a las autoridades de ocupación, que lo arrestaron, obteniendo la libertad gracias al cónsul de México, Gilberto Bosques —un izquierdista que ayudaba a cuantos eran perseguidos por los nazis—, que le dio una acreditación ficticia como adjunto de prensa del consulado de su país en Marsella, ciudad en la que volvió a ser detenido y llevado al campo de concentración de Vernet. Posteriormente, fue deportado al durísimo campo de internamiento de Djelfa, en Argelia, de donde, en 1942, consiguió huir, llegar a Casablanca y embarcar, de nuevo con la inestimable ayuda de Bosques, rumbo a México, país en el que se naturalizó y en el que murió en 1972.
Traductor, guionista —formó parte del equipo de la película Sierra de Teruel, de André Malraux—, poeta, dramaturgo, novelista, la pluma de Max Aub recorrió los vericuetos del alma destrozada de los vencidos y expatriados, escribiendo las páginas más trágicas y bellas en un Laberinto mágico que compuso, a modo de secuencias cinematográficas, fusionando realidad y ficción, para que el recuerdo del horror ejerciera de indestructible parapeto en el que se estrellaran futuros ardores bélicos.
Su fragmento final de Campo de almendros —última novela incluida en ese Laberinto—, con los desolados defensores de la República hacinados en el puerto de Alicante y sus inmediaciones, es uno de los párrafos más crudos, emotivos y mencionados de la literatura referida al final de la contienda española:
—Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sudados, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.
Lloraba. El niño — tendría cinco años— lo miraba sin comprender.
En dos ocasiones visitó España, pese a haber asegurado que no retornaría mientras viviese el dictador. Regresó a un pais que continuaba amando apasionadamente, pero del que se llevó una impresión amarga que plasmaría en La gallina ciega, diario de una realidad subjetiva que le desgarró el espiritu: la de una España que él interiorizó gris, atávica, atrapada en un yugo permanente e inquietante.
Emocionante el fragmento de «Campo de almendros». No he leído nada de Max Aub, aunque tengo algún libro en casa que pertenecieron a mi padre y que más de una vez me recomendó. Gracias por traerlo a la memoria. Salud. y buen finde.
En mi caso, empecé a interesarme porque en «La gallina ciega», Aub aludía a los buenos vecinos de Huesca que habían asesinado a Ramón Acín y su mujer… Es un escritor curioso porque, incluso cuando describe situaciones reales, es difícil distinguir entre la realidad y la desbordante imaginación del autor.
Salud y gracias por acercarte a compartir tus opiniones.
Curiosamente, yo recuerdo haber leído algunas cosas de Max Aub en Poesía Española, una revista que editaba el Ateneo de Madrid y que solo se vendía por suscripción. Pero lo que me extraña es que estoy hablando de antes de morir Franco.
Eso no es extraño. Hace unos años me regalaron una colección -de segunda mano- de librillos para estudiantes con textos literarios en los que Max Aub aparece mencionado como integrante del grupo de novelistas españoles de 1935, junto con Sender, Zunzunegui y otros. Y la colección fue publicada a mediados de los años sesenta por la Editorial Coculsa.
En el laberinto de la memoria, o incorporada a la misma recientemente como es mi caso.
No conocía a esta señora, ni a su padre. Ahora sí los conozco gracias a tu entrada, que a su vez me llevó a querer saber más buscando en internet.
Gracias por traer hasta aquí, en esta fecha señalada y fatídica, la obra de su padre y lo que significó dar voz con la palabra escrita, a tanta barbarie.
Me ha gustado mucho, porque lo dice todo y con la rabia contenida, este párrafo entero que entrecomillaste «….estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sudados, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca …..»
Gracias, Una mirada.
Feliz domingo y un abrazo grande.
P.S: ¿Sabes cuál ese poema que permaneció inédito hasta ahora, y que Max Abud le dedicó a su hija Elena? No conseguí dar con él.
Gracias a ti por indagar en un autor cuya vida y obras nunca dejan indiferentes a quienes se sumergen en ellas. Fue un escelente literato que merece ser recordado para que su existencia y su creatividad no hayan sido vanas. El recuerdo es el mejor homenaje.
Un abrazo y que el transcurrir de tu semana sea excelente.
P.S.- El poema te lo he remitido por correo electrónico. Como es una fotografía del original manuscrito por Aub en 1942, cuesta bastante leerlo. Intentaré, si acaso no lo encuentro transcrito, pasarlo al ordenador y lo reenviaré.
Cuesta leerlo, como dices, pero se puede entender.
Tiene mucha encanto dar con estos manuscritos originales. Muchísimas gracias!!
Un abrazote.
…y resulta encantador ver los tachones, los cambios, como si mirásemos por encima del hombro de Max Aub mientras escribe.
Conozco algo de la biografía de Max Aub, los grandes rasgos que tu nos cuentas, pero no leí nada de él.
El Laberinto Mágico pinta bien con ese pequeño texto que nos muestras.
Cuántos exiliados en esa época no pudieron volver a su España, a la que habían dejado… así hayan vuelto o no, se encontraron con otra.
Abrazos Una Mirada…!
Las seis obras que componen el Laberinto mágico no solo son un muestrario de los acontecimientos sino de la actitud y el compromiso de su autor, cuya condición de exiliado le marcó mucho. Seguramente estarás más al día, por razones familiares, del cúmulo de sentimientos que aprisionan a quienes se han visto obligados a dejar atrás el lugar donde moraban. Los recuerdos desgarran y, como bien dices, cuando se hace posible el regreso parece como si lo retenido en la memoria hubiera dejado de existir y costara reconocer ese entorno, tan diferente de aquel otro que se recordaba.
Otro abrazo.
No conocía a la escritora ni a su padre, ahora es cuando estoy buscando información.
Efectivamente pocos periódicos se hicieron eco de la noticia, media docena he conseguido contar.
Impresionante el fragmento que nos transcribes.
Fragmento del Campo de almendros, capítulo titulado “Viver de las Aguas” principio de nuestra sinrazón historia del 36.
» Primeros de septiembre y el aire frío bajando por el Ragudo; más arriba las estrellas del monte, tachas del viento. […] Mil quinientas almas y la Raya de Aragón. Hacia abajo, caídos hacia la mar, por Jérica y Segorbe, los pueblos de Valencia; cuesta arriba, por Sarrión, el áspero, desnudo camino de Teruel.
[…] Hacia el sur, por el abra de Jérica, se descubren lejanías azules y verdes; hacia los nortes sólo se encuentran carrascas, jarales, tierra de nieve: lo uno horizonte, lo otro monte. «
A las obras de Max Aub el exilio les pasó factura; él mismo, cuando visitó España, se dio cuenta de que era un escritor desconocido para la mayoría, por eso mismo su familia, su hija Elena, se preocupó para que ni se perdiera ni dispersara el inmenso legado de un hombre de letras solventes que vivió intensamente la escritura y en cuyas producciones fue capaz de transmitir aquello que observó o imaginó.
Magnifica descripción la de ese fragmento que has traído.
España entera está plagada de ilustres desconocidos, y todo lo que quede fuera del fútbol, los toros, y, más recientemente, el famoseo, es ignorado por todos. No he leído nada suyo, y aunque me sonaba el nombre, no conocía su accidentada y triste historia.
Así es, para vergüenza y desgracia nuestra. Si muchos escritores y artistas de dentro han quedado aparcados en el tiempo, cómo no va a sucederles a quienes desarrollaron en el exilio sus producciones. Por eso es bueno airearlos de vez en cuando, darles una pincelada de vida para que no fenezcan del todo en el olvido.